Bajo el sol abrasador del mediodía, observé el avance de la caravana de migrantes hacia México. La luz del sol se reflejaba en el río, casi cegándome. Cuando giré la cabeza para ampliar mi vista, vi que continuamente llegaba más gente. Miles y miles de migrantes buscaban todos el mismo objetivo. Me sentí muy pequeño ante aquella escena.
SAMALAYUCA, Mexico — Mi experiencia como emigrante y fotógrafo me impulsó a captar las historias de quienes abandonan sus hogares en busca de un futuro mejor. A través de mi premiado proyecto The Two Walls, fui testigo del miedo extremo, la deshidratación, la desconfianza, la ilusión y el amor. Todas las emociones imaginables se mezclaban en el hostil viaje de estas personas. Durante algún tiempo, reprimí mis sentimientos. Me veía como una herramienta.
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Este año, World Press Photo me informó de que mi proyecto había ganado el 67º concurso anual. La noticia fue agridulce. Recibir un reconocimiento así es maravilloso, pero me lo he ganado contando las historias de gente que sufrió mucho, muchos de los cuales son compatriotas míos.
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En 2017, la crisis económica de Venezuela me obligó a abandonar mi hogar en Caracas. Rodeado de escasez y falta de oportunidades, llegó el momento de probar suerte en otro lugar. Con el dinero de la beca que recibí, compré boletos de avión y me dirigí a México. Aunque me angustiaba dejar atrás mi hogar, mi clase social me daba privilegios. Algunas personas que salen de Venezuela viajan cómodas y seguras en avión, mientras que otras se enfrentan a viajes duros que ponen en peligro sus vidas.
En México, encontré rápidamente trabajo como fotógrafo en diferentes agencias. Casi desde el principio, convencí a mis editores para que me enviaran a cubrir reportajes relacionados con la inmigración. Empecé a dar forma a un proyecto personal llamado The Two Walls, que refleja lo que soportan los inmigrantes en un país extranjero. Mi objetivo final era salvar a otros de estas condiciones deshumanizantes.
Uno de los momentos más impactantes de este viaje tuvo lugar a orillas del río Suchiate, entre México y Guatemala. Bajo el sol abrasador del mediodía, observé cómo la caravana de migrantes avanzaba hacia México. La luz del sol se reflejaba en el río, casi cegándome. Cuando giré la cabeza para poder ampliar mi visión, vi que continuamente llegaba más gente. Miles y miles de migrantes buscaban todos el mismo objetivo. Me sentí muy pequeño ante aquella escena.
El aire se impregnó de gritos y entusiasmo. El paso fronterizo parecía ser un importante punto de control en su viaje. Sin embargo, también había tensión. Al otro lado del río, la Guardia Nacional mexicana se mantenía firme, dispuesta a impedir la entrada de los migrantes. La euforia fue dejando paso a la indignación ante la negativa de la guardia a permitirles la entrada. Los agentes y los migrantes parecían iguales. Tenían una complexión física similar, hablaban el mismo idioma y utilizaban casi las mismas expresiones. Lo único que los diferenciaba era el uniforme de los agentes. Algunos migrantes vieron estas similitudes y se sintieron traicionados. Se produjo un enfrentamiento.
De repente, el cielo se llenó de piedras que volaban sobre nuestras cabezas. Cada piedra expresaba la rabia y la impotencia de los migrantes, cuyo viaje había sido interrumpido. Las piedras chocaban contra el suelo y los escudos de los guardias. Con el tiempo, la ira se desvaneció y los migrantes se resignaron a su destino. Alrededor del río, reflexionaron sobre su próximo paso. Debatieron cómo cruzarían la frontera y adónde irían.
Mientras todo esto ocurría, me centré en hacer fotos. No podía distraerme. Delante de mí se desarrollaba una escena casi épica. Vi la multitud y el río. Veía la desesperación, pero tenía que mantener la calma y elegir mis tomas con cuidado. En ese momento, la magnitud de la escena me pareció crucial. Sólo cuando llegué a casa pude descomprimirme, pensar en lo que había presenciado, reflexionar sobre lo sucedido y liberar la tensión.
La escena revelaba la fatiga, el sufrimiento y la rabia de los emigrantes, pero también dejaba espacio para la belleza. Como fotógrafo, aspiro a alcanzar la excelencia visual, a capturar una foto que llame la atención y atraiga a la gente. Quiero que mis fotos te hagan desear saber más sobre la historia. Cuando una foto combina a la perfección composición, reportaje y contenido, tienes una gran foto entre manos.
Antes de empezar un trabajo así, establezco unas líneas éticas que no puedo cruzar. No puedo intervenir en las historias, sólo fotografiarlas. En cuanto me acerco a estos grupos, encuentro miradas de desconfianza. Son personas con miles de kilómetros a sus espaldas, que luchan contra naciones que los rechazan. Se enfrentan a autoridades corruptas y violentas, y al crimen organizado. Esta lucha se nota en su actitud inicial hacia mí. Tienen todo el derecho a desconfiar, y mi trabajo consiste en hacerles saber que pueden confiar en mí.
Disminuyo su desconfianza hablando con ellos, compartiendo mi historia de emigrante y escuchando la suya. Les explico el propósito de mis fotos. Así consigo que no me vean como un ser ajeno, y dejan de prestar atención a mi presencia. Necesito volverme casi invisible.
Resulta difícil fotografiar, sabiendo que muchas de estas personas no conseguirán su objetivo. Se enfrentarán al rechazo y volverán al país del que huyeron, o morirán en el intento. Yo me quedo con ellos, pero me enfrento a una situación diferente. Puedo quedarme. Durante mucho tiempo me sentí culpable por esto, pero ahora siento empatía. Me he dado cuenta de que estos acontecimientos ocurrirán con o sin que yo los fotografíe. Poco puedo hacer, salvo enviar un mensaje al mundo a través de mis imágenes.
Como fotógrafo, se me permite sentir, pero esos sentimientos no pueden inmovilizarme. No puedo malgastar el tiempo y la energía de las personas con las que trabajo. Voy allí para llevar un mensaje sobre lo que soportan los emigrantes. Si regreso sin las fotos, se convierte en un insulto para todos. En Samalayuca, al norte de México, viví más momentos clave para el poryecto The Two Walls. Allí subí al temido tren que transporta a los inmigrantes, conocido como La Bestia [The Beast]. Es extremadamente peligroso, y ocurren cosas terribles en su largo viaje.
Durante tramos, el tren de La Bestia se detiene y los delincuentes organizados se aprovechan de los pasajeros. Cometen abusos de todo tipo. Normalmente me encuentro con La Bestia al final de su trayecto y lo hago en una zona segura. La investigación previa y el trabajo duro me han permitido encontrar el momento y el lugar adecuados para subir a bordo. No tengo intención de ponerme en peligro más de lo necesario.
Mientras la adrenalina corre por mis venas, subo a un vagón lleno de emigrantes. Parecen deshidratados, hambrientos, cansados y quemados por el sol. Las cosas que han vivido y presenciado dejan sus espíritus endurecidos, luchando con un estado mental complicado. Sin embargo, en cuanto me ven, muchos empiezan a animarse y a hablar animadamente.
Algunos se mantienen alejados, dejando claro que no quieren ser fotografiados. Cuando eso ocurre, les muestro respeto. Lo menos que les debo es respetar su deseo de no ser expuestos. El consentimiento es clave en mi trabajo. A veces es explícito y otras viene en forma de gesto, mirada o asentimiento. En medio de todo esto, soy testigo del amor, sea cual sea el contexto.
Recuerdo el encuentro con dos jóvenes, un venezolano y un hondureño. Como si pertenecieran a otro universo, a otro plano de la existencia, se miraban dulcemente, seguros de un futuro mejor. Incluso en condiciones terribles, el momento presente parecía sonreírles. Con mi cámara, intenté captar ese sentimiento universal de amor, que humaniza a los emigrantes. Estos seres humanos viven, sienten y se enamoran como cualquier otro.
Después de dedicar mucho tiempo a mi proyecto, hace unos meses me desperté con un correo electrónico de World Press Photo. Su equipo me informaba de que mi proyecto había ganado el 67º concurso anual World Press Photo. La sensación de haber ganado fue agridulce.
Fue agradable recibir un reconocimiento tan importante. Sin embargo, entiendo que mi reconocimiento llegó al contar las historias de personas que sufren. En el proceso de migración, estos seres humanos -muchos de los cuales comparten mi nacionalidad- sufren intensamente. Mi conexión con ellos ahonda en mí un sentimiento de despojo.
Ahora que he completado el proyecto The Two Walls, me propongo explorar otros temas. Sin embargo, las narrativas derivadas de la migración seguirán apareciendo en mi trabajo. Me imagino examinando ideas como la pertenencia y la búsqueda del hogar.
Estos temas e ideas sin duda resuenan en mí. Hoy, viviendo lejos de mi país de origen, he descubierto que mi hogar es cualquier lugar en el que esté con mi familia, independientemente de la ciudad. También llegué a creer, a lo largo de este proceso, que una vez que te conviertes en emigrante, siempre serás emigrante.