Hubiera sido una traición irme de Afganistán cuando más ayuda necesita. Si yo también me hubiera ido, ¿quién se queda?
KABUL, Afganistán— He estado ayudando a personas con diferencias de extremidades en Afganistán durante décadas. Hace muchos años, un hombre llamado Mahmood cambió mi forma de ver la rehabilitación física en situaciones de conflicto activo. Cambió mi vida y la vida de sus compatriotas que visitaban el centro para recibir tratamiento.
En 1994, cuando la guerra civil se desataba en Kabul, el centro ortopédico se vio obligado a cerrar.
La producción de prótesis y de dispositivos se suspendió bajo el supuesto de que la rehabilitación física no salvaba vidas y, por lo tanto, no era urgente. Las personas con discapacidad podrían esperar.
Mahmood fue víctima de dos minas terrestres, lo que provocó que le amputaran las piernas por debajo de la rodilla y el brazo derecho por encima del codo. Navegó por el mundo lo mejor que pudo en una silla de ruedas.
Un incidente durante este tiempo demostró que era errónea la suposición de que ayudar a personas como Mahmood durante la guerra no tenía sentido.
Un día, una bomba explotó cerca de él: Quedó en medio de la calle en su silla de ruedas, luchando desesperadamente por escapar con su hijo menor. En este momento, estaba claro que las extremidades prostéticas eran objetos que salvan vidas y que se necesitan desesperadamente.
Mahmood insistió tanto para conseguir sus prótesis que acepté verlo a pesar de la suspensión de los servicios. Su determinación me asombró: cruzaba la calle dos veces al día con su hijo, y nunca llegaba tarde al tratamiento.
Yo no lo podía creer. Para él, las piernas artificiales eran mucho más que dispositivos de plástico: eran instrumentos de vida. Necesitaba moverse, no estar en silla de ruedas y ser completamente dependiente de los demás.
Gracias a él, entendí la importancia y la urgencia de la rehabilitación física a pesar de cualquier situación externa, incluso cuando llueven bombas.
Todos los días, la valentía y el coraje del pueblo afgano me aturden.
Trato a hombres, mujeres y niños que no permiten que su condición física los desanime; en cambio, perseveran a diario contra los prejuicios y un entorno físicamente hostil.
Mahmood era uno de ellos, decidido a hacer cualquier trabajo para mantener a su familia. Ahora trabaja como parte de nuestro equipo, ayudando a sus compañeros amputados como nosotros lo ayudamos a él.
He visto personas parapléjicas que viajan 30 kilómetros (18,6 millas) al día en sillas de ruedas por motivos de trabajo o por su familia, a pesar de adversidades climáticas y personales.
Algunos usuarios de sillas de ruedas viven en lugares alejados de la ciudad porque el alquiler es más económico. Todos los días viajan a lugares donde los negocios son mejores, venden tarjetas telefónicas y pequeñas cosas.
He tratado a algunos afganos parapléjicos con lesiones en la médula espinal. Son muy pobres, pero trabajaron muchas horas para ganar lo suficiente y enviar a sus hijos a la escuela, cursos o incluso a la universidad.
Desde la toma de Afganistán por los talibanes en agosto de 2021, la gente sigue triste y preocupada. El ambiente de trabajo en Kabul y el ánimo de los pacientes y el personal están caídos.
Según la experiencia del anterior régimen talibán, muchos afganos están preocupados por la educación de sus hijas. Las mujeres que son el sostén de la familia temen perder su trabajo y sus ingresos. El colapso de la economía asusta a todos.
Conozco personas que ahora tienen que mantener a sus hermanos y hermanas que han perdido su trabajo; ahora, con su único salario deben mantener hasta 30 o 35 personas.
Nuestras pacientes mujeres están sufriendo por dos. La sociedad ya las discrimina por su discapacidad y ahora enfrentan una opresión aún mayor por su género.
Una persona discapacitada normalmente sufre prejuicios, barreras en cuanto a la infraestructura y falta de programas específicos para facilitar la inclusión. En Afganistán, la pobreza generalizada y la falta de seguridad y protección agregan aún más desafíos.
Ahora que se les niega ir a la escuela y al trabajo, veo que muchas mujeres discapacitadas sufren a un nivel aún mayor y están doblemente penalizadas. Han perdido los derechos de inclusión y las herramientas que tenían.
Proporcionarles rehabilitación física todavía es posible. Ayudarlas con la educación, el trabajo y la vida social se ha vuelto casi imposible.
Además de eso, a menudo me enfrento a una falta de confianza por parte de mis pacientes. En cada cambio de régimen, comienza una nueva crisis, los resultados obtenidos anteriormente se pierden y los esfuerzos deben reiniciarse desde los escombros. Auguro tiempos difíciles por delante.
Hubiera sido una traición irme de Afganistán cuando más ayuda necesita. Si yo también me hubiera ido, ¿quién se queda?
Me quedé por mi trabajo y el pueblo afgano.
Los talibanes nunca han sido agresivos ni groseros conmigo ni con mis colegas. Por supuesto, muchos de ellos desconocen nuestro trabajo. No reconocen centros de rehabilitación como el nuestro y, al principio, parecen cautelosos, incluso sospechosos o intimidados.
Pero rápidamente se acostumbran a nosotros, aceptando nuestras reglas y órdenes médicas.
En cierto modo, es gracioso ver a los talibanes, los ex guerrilleros muyahidines, los viejos comunistas, los soldados del pasado régimen sentados uno al lado del otro esperando atención. El hecho de que todos tengan una discapacidad en común hace que sus diferencias parezcan pequeñas.