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Estafa RainbowEx: una mujer con problemas de salud lo pierde todo

A la mañana siguiente, mi papá me llamó, despertándome, con su voz llena de preocupación. «Enciende la televisión. Mira lo que está pasando. ¿Es tu grupo?», me preguntó. Todavía atontado, cogí el mando a distancia. En cuanto vi la emisión, me quedé pasmada, como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Intenté calmarme, esperando que fueran noticias falsas.

  • 1 semana ago
  • noviembre 8, 2024
6 min read
Thousands of Argentinians fell victim to a cryptocurrency scam. | Photo courtesy of Thousands of Argentinians fell victim to a cryptocurrency scam. | Photo courtesy of Krzysztof Hepner on Unsplash
Paula Maumús
Notas del Periodista
Protagonista
Paula Maumús, de 50 años, reside en Azul, provincia de Buenos Aires, Argentina. Actualmente enfrenta a problemas de salud debidos a una miocarditis y busca nuevas oportunidades tras un reciente periodo de desempleo.
Contexto
Una presunta estafa piramidal del Knight Consortium, con sede en Singapur, ha afectado a miles de personas en la provincia de Buenos Aires (Argentina), especialmente en San Pedro, donde al parecer invirtieron entre 15.000 y 20.000 personas. La estafa, que prometía rendimientos diarios de entre el 1% y el 2% a través de operaciones con criptomonedas en la aplicación Rainbowex, funcionaba a través de un canal de Telegram, donde una administradora conocida como «La China» enviaba instrucciones diarias para operar. El programador Maximiliano Firtman descubrió problemas significativos, señalando que el sitio web de la empresa tenía sólo unos meses de antigüedad y que los fondos de las operaciones desaparecían en el momento del depósito.
Una investigación posterior de la Comisión Nacional de Valores (CNV) confirmó que Knight Consortium carecía de registro. Para saber cómo detectar estas estafas, hay recursos disponibles para identificar corredores y operadores creíbles.

AZUL, Argentina – Durante meses, creí encontrar la respuesta para aliviar mis gastos a través de una herramienta financiera que prometía alivio. Sin embargo, se trataba de una estafa que me dejó desamparada y sin los recursos con los que contaba. Ahora me enfrento a un futuro incierto, sin saber cómo voy a hacer frente a los gastos esenciales o incluso comprar lo básico para salir adelante. Me siento paralizada y desolada, sin una salida clara.

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Recurrir a un grupo de inversión para llegar a fin de mes

En julio, quedé con un amigo para cenar y conversar. A mitad de camino, hizo una pausa y dijo: «Dame dos minutos, tengo que hacer una operación». Antes había mencionado que se había unido a un grupo de inversión, lo que despertó mi curiosidad. Le pregunté si podía mirar, siguiendo atentamente sus pasos. El proceso parecía sencillo y mencionó haber obtenido buenos beneficios. Intrigada, le pregunté cómo unirme y me dio el contacto del coordinador del grupo. Me puse en contacto inmediatamente.

Cuando me explicaron la dinámica de la inversión, sentí que se estaba produciendo un milagro. Me encontraba en una situación difícil: me había separada hacía poco y luchaba contra un problema de salud que me impedía tener un empleo formal. La miocarditis que padecía me hizo ser rechazada repetidamente en los reconocimientos médicos previos a la contratación, lo que me dejó sin ingresos. Las facturas y los gastos de medicación se acumulaban, y esta oportunidad de inversión parecía la respuesta que necesitaba, así que me lancé, llena de esperanza y entusiasmo.

Rápidamente incorporé las operaciones a mi rutina diaria. Cada día, en horarios variables, recibía una notificación que me indicaba la hora de operar. Una persona de Singapur llamada Ali, cariñosamente llamada «La China» en el grupo, enviaba alertas a través de un canal de Telegram con casi 7.000 miembros. A su señal, dejaba todo para comprar o vender la criptomoneda que me había indicado. Parecía un proceso sencillo: no había que tomar decisiones, sólo seguir instrucciones. Una vez hecho esto, envié una captura de pantalla a un grupo de WhatsApp más pequeño para la verificación local.

Empecé ganando unos 20 dólares diarios, que con el tiempo aumentaron a 40 y luego a 70 dólares. Estos ingresos cubrían mis facturas médicas, el alquiler y la comida. Me sentía orgullosa de haber encontrado una solución a mis problemas económicos a pesar de mis limitaciones de salud. Para mí, no se trataba de especular económicamente ni de evitar el trabajo. Más bien me ofrecía una alternativa para llegar a fin de mes, dada mi situación.

La estafa RainbowEx: una trampa costosa

En mi ciudad de Azul, no podía hablar abiertamente de las operaciones. Hace años, un comerciante local estafó a mucha gente, dejando un profundo escepticismo hacia cualquier empresa de inversión. Las pocas veces que mencioné RainbowEx, la gente respondió: «Ah, como Curatola», refiriéndose al famoso estafador. Después de oír esos comentarios, mantuve mi participación en silencio, manejando todo en privado a través de grupos de mensajería. A pesar de la desconfianza de los demás, me sentía segura. Todo marchaba según lo prometido y mis ganancias parecían buenas. Incluso me enteré de que en San Pedro invertía casi todo el pueblo. Mucha gente dejó trabajos mal pagados para dedicarse a esto, ya que los beneficios resultaban muy superiores a sus sueldos.

Un domingo de octubre, alguien compartió una foto de una pantalla de televisión en nuestro gran grupo de Telegram, advirtiendo de una estafa relacionada con RainbowEx. Ese mismo día, operamos con una criptomoneda recién lanzada y obtuvimos enormes beneficios. El entusiasmo por nuestras ganancias ahogó rápidamente cualquier preocupación por la noticia. El chat se llenó de mensajes y capturas de pantalla de nuestras ganancias. Yo estaba encantada, ya que sólo ese día había ganado 800 dólares.

A la mañana siguiente, mi padre me llamó para despertarme, con voz preocupada. «Prende la televisión. Mira lo que está pasando. ¿Es tu grupo?», me preguntó. Todavía atontada, agarré el control remoto. En cuanto vi la emisión, me quedé pasmada, como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Intenté calmarme, esperando que las noticias fueran falsas. Sin embargo, en Telegram desactivaron los comentarios y en el pequeño grupo de WhatsApp todos compartieron capturas de pantalla de la noticia. Preguntaban: «¿Es verdad?», pero no llegaba ninguna respuesta oficial.

La verdad golpea: «Otros contaron que no podían retirar sus fondos. Todo sonaba a engaño».

Esa noche, como de costumbre, llegó la alerta comercial. Durante los días siguientes, todo parecía normal en la plataforma, lo que me hizo debatirme entre la esperanza y la sospecha. Me di cuenta de que también habían desactivado las capturas de pantalla en el grupo de Telegram. No podíamos publicar, sólo leer instrucciones. Sin saber si era real, seguí operando. La verdad llegó cuando otros me contaron que no podían retirar sus fondos. Todo parecía una farsa. Puede que mis 3.200 dólares no parezcan mucho para algunos, pero para mí lo eran todo.

La estabilidad financiera que por fin había conseguido, desapareció. Ahora estoy sumida en un caos abrumador, sin saber cómo pagar mis facturas. La idea de pedir prestado a mis padres me avergüenza profundamente, pero quizá no tenga más remedio. La tristeza me arrastra hacia la depresión. Sé que tengo que reinventarme, pero ahora mismo no veo cómo. Los del grupo de WhatsApp alardeaban de estilos de vida ostentosos y puede que estuvieran vinculados a la estafa. Me siento totalmente indefensa y enfadada, sin ningún lugar al que recurrir.

Ahora apenas duermo y, cuando lo hago, casi no quiero despertarme. Las mañanas son las más duras, me obligan a enfrentarme a una realidad que no puedo soportar. Durante una semana, me quedé en casa porque cada conversación me hacía llorar. No quiero que nadie me vea así. Incluso dejé de ir a las clases de Pilates que me recomendó el médico.

Algunas personas me instan a seguir luchando; otras me dicen que lo deje y siga adelante. Sin embargo, me preocupa cómo pagar el alquiler. Es humillante estar en esta situación. Siento vergüenza. Una parte de mí quiere venderlo todo y marcharse del país, desaparecer por completo o vagar por alguna parte con sólo una mochila, libre de obligaciones con bancos, médicos o cualquiera.

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