Recuerdo vívidamente mi viaje a Mendoza, Argentina. A medida que me acercaba a mi destino, la luz de primera hora de la mañana revelaba un país de las maravillas nevado. Eran las 5:30 de la mañana y empezaba a amanecer. El sol se asomaba tímidamente tras las montañas, proyectando un resplandor mágico. El reflejo de la nieve en las colinas pintaba todo de tonos rojos.
RÍO NEGRO, Argentina- Llamo cariñosamente a mi bicicleta «Rusita», y una vez que me puse en marcha, no hubo vuelta atrás. Me propuse conectar ciudades y caminos mientras pedaleaba por la vida. A mis 74 años, tengo un espíritu vibrante, que abraza sin miedo lo desconocido en pos de mi sueño.
Al principio, mi objetivo era poner a prueba mi fortaleza mental. Confiaba en mis capacidades físicas, ya que había sido activo durante toda mi vida. A pesar de mi edad, me recordé a mí misma, mi cuerpo conserva una memoria, y me decidí a ponerla a prueba.
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Empecé con salidas modestas, recorriendo 300 kilómetros [186 miles]en dos días. Para mi sorpresa, me di cuenta de que podía hacerlo y me enamoré del ciclismo. Empecé a explorar distintas rutas, algunas más transitadas que otras. A partir de ese momento, no hubo quien me parara. Hasta la fecha, he recorrido más de 25.000 kilómetros [15,500 miles] creando por el camino un tapiz de experiencias inolvidables.
Durante muchos años, mi marido y yo disfrutamos juntos de la bicicleta, aunque él prefería los viajes cortos. Como resultado, pospuse mi sueño de llegar lejos. Cuando murió, sentí la secuela de una gran pérdida. Necesitaba reinventarme; utilizar mi mentalidad intrépida para embarcarme en una aventura largamente esperada. Empecé mi viaje de exploración sobre dos ruedas.
El nombre completo de mi bicicleta es «Rusita la viajera». La veo como mi humilde compañera de rodado 26. Adornada con amuletos, mi bicicleta transporta preciosos recuerdos de encuentros con personas y los objetos que me regalaron por el camino.
Para mí, viajar en bicicleta significa libertad. Me uno a la naturaleza, disfruto de los aromas y los paisajes, y saboreo la belleza de un amanecer. Empiezo temprano, cuando aún está oscuro. Equipada con luces de seguridad, disfruto con el reto de llegar a mi destino durante el día. Equipada con luces de seguridad, disfruto con el reto de llegar a mi destino durante el día.
Pero el viaje empieza mucho antes de emprenderlo. Los preparativos siguen siendo diversos. En cuanto surge una idea, me pongo a planificarla, confeccionando mapas, organizando la logística e identificando los destinos en los que me detendré a explorar. Aunque mi bicicleta no sea grandiosa, está meticulosamente equipada.
Antes de cada viaje, se lo confío al personal de la tienda de bicicletas, que se ha convertido en como una familia para mí. Me sumerjo en la experiencia incluso antes de subirme al cargo. Visualizo el camino y examino rutas alternativas. Planifico meticulosamente cada día, determinando la distancia que debo recorrer e identificando los puntos de parada adecuados y las rutas óptimas. Como ciclista nómada, nada me impide seguir con mi pasión, ni siquiera los accidentes.
Una estrecha ruta serpentea por la cordillera de los Andes con escaso espacio en los arcenes. A lo largo de ese camino, sufrí mi primer y único accidente. Encaré el desconocido paso de Pino Hachado y me volví hacia General Roca. Detuve mi bicicleta en el arcén, ya que la ruta seguía estrechándose. Necesito evaluar condiciones potencialmente peligrosas.
De repente, sin verlo venir, un coche me golpeó y me tiró de la bicicleta. No recuerdo la secuencia exacta de los acontecimientos. Aunque nunca perdí el conocimiento, oí el impacto. Me asusté tanto que instintivamente me agarré la cabeza y comprobé mi casco. Si no hubiera sido por ese equipo, quizá no habría sobrevivido. Llegó la ayuda y me trasladaron para recibir asistencia. Afortunadamente, me recuperé bien y continué hasta mi siguiente destino. Seguiré pedaleando hasta que mi cuerpo me diga lo contrario. I trust in its resilience. Este viaje no es una competición. Más bien, es una oportunidad para disfrutar y forjar una conexión entre mi mente y mi cuerpo.
Recuerdo vívidamente mi viaje a Mendoza, Argentina. A medida que me acercaba a mi destino, la luz de primera hora de la mañana revelaba un país de las maravillas nevado. Eran las 5:30 de la mañana y empezaba a amanecer. El sol se asomaba tímidamente tras las montañas, proyectando un resplandor mágico. El reflejo de la nieve en las colinas pintaba todo de tonos rojos.
Mentalmente, la bicicleta ha tenido un impacto profundamente positivo en mí. Me hace más paciente y comunicativa. La bicicleta sirve de carta de presentación, acercando a la gente. Se detienen en el camino para saludarme, muchas veces con regalos. Cada objeto que cuelga de mi bicicleta contiene recuerdos preciosos.
Cada aspecto de mi viaje me produce alegría, incluso las mariposas que revolotean mientras me apoyo en el manubrio. Me enamoro cada vez que oigo el melodioso piar de los pájaros mezclarse con el rítmico sonido de las ruedas de mi bicicleta. Cuando viajo por pueblos pequeños, encuentro caras amables e innumerables personas de diversas culturas. Cuando por fin llego a mi destino, se me llenan los ojos de lágrimas porque significa el final de un viaje extraordinario. Por el camino, comparto actualizaciones en Facebook como medida de seguridad, de manera que si no llego, mi familia ve cómo se desarrolla mi viaje.
Practicar una actividad física ha transformado mi vida. La clave de mi éxito es fijarme objetivos y esforzarme por alcanzarlos. Aconsejo a cualquiera que se inicie en la actividad física que lo haga gradualmente, dando pequeños pasos. No se trata del destino, sino de la alegría que se encuentra en el propio viaje. Para mí, el ciclismo me brinda la oportunidad de disfrutar del aire libre, de abrazar la sensación de libertad y de saborear cada momento mientras administro mi tiempo.
Lentamente y sin prisas, absorbo pacientemente las maravillas de cada momento que pasa. No siento mi edad en mi cuerpo. Más bien, siento ganas de vivir. Con las mochilas atadas a la parte de atrás de mi bicicleta, me he aventurado varias veces a Chile, así como a Uruguay, Neuquén y Buenos Aires. Espero ansiosa la primavera para embarcarme en mi próxima aventura: un viaje de 1.200 kilómetros por la costa hasta Mar del Plata.
Si me ves en bicicleta, verás mi rostro iluminado de alegría. Simplemente me hace feliz. Además de mi energía positiva, invertida en cada aventura, creo que mi difunto marido me acompaña cada día. Le considero mi ángel de la guarda.
Creo sinceramente que la vida se vive mejor sobre dos ruedas. Pone de manifiesto la esencia de la vida: una exploración continua de diferentes rutas, buscando siempre evitar la repetición. No exijo ningún lujo. Mi prioridad es la bicicleta en sí. Si llego a un lugar en el que no puedo alojarme con mi fiel bicicleta, simplemente sigo pedaleando y busco otro sitio donde quedarme. A pesar de todo, disfruto de la ruta.