Frente al orbe – el frío e impersonal dispositivo que escanea los iris – sentí como si le estuviera entregando un pedazo de mi alma a Worldcoin. Las dudas me corroían… Me sentí degradado, pero no perdí el foco de la verdad abrumadora: mi extrema necesidad de plata.
MALVINAS ARGENTINAS, Argentina. Una mañana fría, tomé un tren lleno, su rítmico ruido resonó durante una hora, y luego caminé más de dos kilómetros para llegar al centro de escaneo de Worldcoin. Una fila de doscientos metros de largo me esperaba, llena de gente de todas las edades y procedencias. onadas de distintos países impregnaban el aire. Algunos, todavía con el uniforme de su trabajo, parecían cansados, pero decididos. Lo que todos teníamos en común era que necesitábamos la plata.
[Worldcoin es una nueva y ambiciosa empresa que otorga bonos a través de criptomonedas por medio de una app. Los premios requieren que los usuarios verifican su identidad escaneando sus iris en un “orbe” de Worldcoin. Millones de personas lo hicieron, la mayoría de ellas en comunidades empobrecidas de Latinoamérica.
Cuando era un chico cautivado por el universo digital, encontré mi felicidad en las placas de circuitos y las pantallas de computadoras. Armado con tutoriales de YouTube y una curiosidad intensa, monté mi propia computadora, pieza a pieza. Fui un ingeniero autodidacta mucho antes de poner un pie en un aula universitaria.
Luego, hubo una interrupción que sacudió todo. Una noche, mi papá entró a casa con una expresión diferente. “A partir del próximo voy a estar desempleado”, nos dijo, y sus palabras cayeron como una tonelada de ladrillos. De repente, el soldador y las placas de circuitos perdieron importancia.
Ante esta cruda realidad, mis actividades juveniles quedaron en segundo plano. “ “Ya es hora de que aporte en la casa”, pensé, sintiendo el peso de la adultez asentándose. Ya no se trataba sólo de mis sueños, se trataba de mantener a mi familia a flote en la turbulencia.
Desde chico, los videojuegos y las computadoras fueron mi santuario. Pasaba horas manipulando el hardware, enamorado de la función que cumplía cada pieza. Naturalmente, elegí estudiar Ingeniería en Sistemas después del colegio, dando el primer paso hacia la carrera de mis sueños, que prometía mucha alegría y diversión.
Cuando mi camino dio un giro inesperado, busqué incansablemente un trabajo durante un año antes de conseguir uno de medio tiempo. El único punto positivo de este viaje desafiante fue que me permitía seguir con mis estudios un poco más antes de alejarme por completo de la facultad.
Vivir con diabetes tipo 1 agregó otra capa de complejidad a nuestra ya precaria situación. La preocupación casi constante de mi mamá por mi condición chocaba con mi deseo de no tener privilegios sobre mis padres. A veces, sólo teníamos mate y galletitas para calmar el hambre.
La cara de mi papá cuando nos contó que se quedaba sin trabajo sigue en mi mente, y me sirve como motor. otor. El revés que sufrió me empujó a trabajar más duro y ser mejor. Ahora mi principal objetivo es contribuir al bienestar de mi familia. Lo que está en juego nunca fue tan grande, y tampoco mi determinación.
Las cosas en casa estaban cada vez peor. Cada vez reducíamos más los gastos, ni siquiera podíamos pagar el cable, nuestro último vestigio de entretenimiento hogareño. En mí se mezclaban la tristeza y la bronca por ver a mis padres en esa situación. Es difícil de entender que una persona que trabajó toda su vida, de repente, sea echada a la calle de esa manera, y que ni siquiera pueda distraerse en su casa viendo tele, por no poder pagarla.
Un día, en el trabajo me propusieron trabajar a tiempo completo. Para eso, tenía que dejar de estudiar, poner en pausa mi sueño. Pero, de todos modos, lo recibí como una buena noticia. En cierto modo, me sentí orgulloso, porque al fin podría poner comida sobre la mesa de mi casa. Mi mamá me hizo prometer que en algún momento voy a volver a estudiar. Y sé que va a ser así. Mientras tanto, me tengo que apegar a la situación actual, adaptarme. Mientras viajo al trabajo, la bronca me recorre el cuerpo. Siento como si alguien o algo me hubiera robado el futuro.
A pesar de nuestros mejores esfuerzos, nuestras dificultades económicas persisten. Mi papá está desempleado desde hace dos años, y mi mamá tiene trabajos ocasionales, a demanda. Entonces, cuando sentí los rumores de “plata fácil” cuando el nombre de Worldcoin apareció en mis redes sociales, mi curiosidad se encendió. En Argentina, vale la pena investigar cada oportunidad financiera, y yo no podía ignorar este canto de sirena.
Mientras hacía la fila para ser escaneado por Worldcoin, me mantuve escéptico todo el tiempo. Durante la más de media hora que pasé en esa fila, me pregunté por qué me estaba exponiendo de esta manera. Las caras a mi alrededor parecían estar llenas de esperanza y desesperación, un reflejo de mis propias emociones. La incertidumbre y las preguntas persistían mientras la fila avanzaba lentamente.
Frente al orbe – el frío e impersonal dispositivo que escanea los iris – sentí como si le estuviera entregando un pedazo de mi alma a Worldcoin. Las dudas me corroían, pero la razón me recordaba que esto no era tan diferente a los datos que entregué a las redes sociales. Me sentí degradado, pero no perdí el foco de la verdad abrumadora: mi extrema necesidad de plata. Cada vez que dudaba, volvía a la misma respuesta.
Desde que me escanearon, estoy atascado con un saldo parcial en la aplicación Worldcoin, que el sistema no me deja retirar. Todos los días observo cómo la cotización de la criptomoneda continúa bajando, disminuyendo el valor de los datos personales que entregué. Ya lo doy por perdido, y me siento estafado. Accedí a dar mi información, a que me escanearan el iris, por una promesa mayor, que no significa nada. Es frustrante.
Todo esto me hace sentir una necesidad desesperante de un cambio en la política. Como un joven de 22 años, debería poder enfocarme en mi educación y construir un futuro, no estar vendiendo mis datos personales a cambio de un poco de comida. Debería estar estudiando, no involucrado en una economía que me empuje a estas decisiones. Siento que los políticos nos mienten y nos llenan de promesas incumplidas.
En un país desarrollado, donde la gente gane lo que necesita para vivir, esto no pasaría. Aunque la app de Worldcoin todavía tiene parte de mi saldo, logré retirar y convertir 60 dólares en criptomonedas. Aunque para algunos puede ser un monto insignificante, a mí me sirvió como un salvavidas. Los convertí en pesos argentinos y compré comida que me alcanzó dos días. Esa plata hizo más que llenar mi billetera, me ofreció un breve respiro en mi batalla constante por sobrevivir. Sin embargo, la realidad de lo que representó, un sistema que me falló a mí y a muchos otros, se mantiene palpable.