Con el tiempo, amplié mis habilidades para comunicarme con animales fallecidos. Su presencia está constantemente disponible, a diferencia de los animales vivos que pueden estar preocupados o doloridos. La energía de un animal fallecido se siente vasta e ilimitada, en contraste con la energía específica y tangible de uno vivo.
BUENOS AIRES, Argentina — Crecí en Buenos Aires, una ciudad donde la gente se mueve alrededor de una jungla de concreto y edificios imponentes. Desde muy joven sentí un vínculo inexplicable con los animales. Esta conexión trascendió nuestra interacción física, pero el paisaje de mi infancia limitó mi interacción con ellos.
A lo largo de mi vida, seguí cultivando mi don innato y llegué a creer que algún día los animales responderían a mi llamado a comunicarme. Sin embargo, primero tenía que convertirme en merecedor de su confianza. Esos primeros sentimientos sembraron las semillas de un viaje en el que combinaría ciencia y misticismo para ampliar la comunicación entre humanos y animales.
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Una parte importante de mi infancia giró en torno a un perro blanco que deambulaba cerca de mi casa. Parecía enorme e imponente, pero encontré consuelo en su silenciosa aceptación de mi presencia.
Un día, mientras veía la película Dr. Doolittle, vi al veterinario comunicarse con los animales y comencé a cuestionar las posibilidades. Mi padre notó mi fascinación y me dijo: «Todo puede ser». Su sugerencia alimentó mi imaginación.
Años más tarde, cuando me gradué de la escuela secundaria, me rechazaron de estudiar un programa de biología, por lo que gravité hacia la medicina veterinaria. Al principio, mi carrera no implicaba el contacto directo con animales. En cambio, profundicé en la bacteriología y la investigación de alimentos, pero mi fascinación por lo místico y esotérico me llevó por caminos inexplorados.
Comencé a estudiar theta Healing [una técnica que complementa la medicina convencional enseñando habilidades intuitivas]. Comencé a participar en otras prácticas para ampliar también mi percepción, abriendo mi mente a nuevas formas de interactuar con el mundo.
Este viaje, que combina la búsqueda científica con la exploración mística, me acercó a hacer realidad el sueño de mi infancia: conectarme con los animales a un nivel más profundo. Como resultado, fui más allá de lo convencional y desde entonces he experimentado oportunidades increíbles para hablar con animales, incluido compartir mis habilidades con el presidente de Argentina, Javier Milei.
Mi viaje hacia la comunicación animal consciente comenzó en un laboratorio, trabajando con conejos. Extraerles sangre, una tarea cargada de incomodidad y dolor para ellos, me pesaba mucho. Empecé a hacer cambios: utilizando la música como herramienta y anestesiando el oído. Al hacerlo, fomenté un ambiente tranquilo y pude reconocer la personalidad única de cada conejo.
En 2008, un libro sobre comunicación animal reavivó mi pasión. Llena de emoción busqué alguien que me enseñara a implementar estas prácticas de comunicación animal. Afortunadamente, me encontré con la Dra. Mónica Diedrich, lo que marcó un nuevo capítulo en mi vida.
Durante las sesiones con animales, me concentro en establecer una relación de confianza. Cada interacción gira en torno a una pregunta específica del compañero humano del animal. Me presento al animal, allanando el camino para un vínculo. Los animales, a su vez, comunican sus sentimientos y dolencias. Su dolor se convierte en el mío, una empatía transitoria que se desvanece tan pronto como termina nuestra conexión.
Comprender mis propias emociones es crucial para estas sesiones. Aprendí a diferenciar mis sensaciones de las de los animales, procurando que la comunicación esté libre de sesgos emocionales..
Con el tiempo, amplié mis habilidades para comunicarme con animales fallecidos. Su presencia está constantemente disponible, a diferencia de los animales vivos que pueden estar preocupados o doloridos. La energía de un animal fallecido se siente vasta e ilimitada, en contraste con la energía específica y tangible de uno vivo.
Este viaje de descubrimiento y conexión ha sido transformador y me ha guiado hacia una comprensión más profunda del reino animal y de mí misma. Recientemente, en mis comunicaciones con animales fallecidos, me embarqué en una consulta memorable. Me encontré con el difunto perro Conan que vivía con el presidente argentino Javier Milei.
Mi intención era dar un cierre. La sesión resultó impactante y casi nos hizo llorar. Serví de puente entre Javier y Conan. El espíritu del perro transmitía una sensación de profunda sabiduría, desafiando nuestras limitadas percepciones de la conciencia animal. Las ideas que compartió fueron más allá de lo que uno esperaría de un animal. No puedo revelar lo que el perro compartió con el presidente. Eso es confidencial.
Poco después tuve una experiencia similar con un gato gravemente enfermo. Durante la consulta, la compañera humana del gato compartió que estaba contemplando la eutanasia para su mascota. El gato, sin embargo, comunicó el deseo de pasar de forma natural. A través de mí, el gato compartió una metáfora de la vida. A diferencia del miedo humano a la muerte y la tendencia al apego, el gato me mostró un río que conducía a una cascada, lo que ilustra la serenidad y la aceptación de la muerte.
Esta sesión, marcada por lágrimas y asombro, ofreció una visión profunda de la perspectiva del gato sobre la vida y la muerte. A pesar de los constantes comentarios positivos de los clientes, una parte de mí todavía lucha con la naturaleza extraordinaria de estas experiencias. El ámbito de la comunicación animal sigue siendo un aspecto desconcertante pero satisfactorio de mi vida.