Viendo a mi mamá en el escenario, me parecía una superheroína irradiando un poder inmenso. Cuando hablaba con el público y contaba un poco de su historia o de las canciones, impulsaba a la gente a abrir su mente y pensar en otras realidades. Supe que quería hacer lo mismo, pero encontrar mi propia voz resultó difícil.
LIMA, Perú — Cuando mi universidad realizó un concurso de canto, me subí por primera vez en mi vida a un escenario. Había cuatrocientas cincuenta personas mirándome. El nerviosismo se apoderó se apoderó de mí cuando recordé las palabras de mi mamá: “El escenario es vida o muerte”. Decidí elegir la vida y aprovecharla al máximo. Me vestí con transparencias, un saco y un pantalón ajustado. Una nueva sensación de confianza brotó dentro de mí, reafirmando que esto era lo que estaba destinado a hacer.
Canté una versión andina de una canción de Gloria Estefan y, para mi asombro, la gente coreó conmigo. Una energía poderosa envolvió el espacio como si todos estuviéramos unidos por la performance. En ese momento, entendí que ya no necesitaba temer perseguir mi pasión. Gané el concurso y me llevé a casa el trofeo. Cuando llegué, mi mama gritó de alegría y corrió a abrazarme, casi llorando.
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A medida que me sumergía más en mi arte, tomé la decisión de crear mi propio movimiento. La cultura quechua tiene un significado inmenso en mi música[The Quechua are South American indigenous people living in the Andean highlands from Ecuador to Bolivia.]. [Los quechuas son indígenas sudamericanos que viven en el altiplano andino desde Ecuador a Bolivia]. El movimiento que creé se llama Q-Pop, en honor a mi pueblo.
Incorporar la tradición quechua en mi música me permitió mantenerme fiel a mis raíces y llevar mi cultura a un público más amplio. Me permite comunicarme de una manera más profunda. El quechua es una lengua sin medias tintas, sin ambigüedad, más directa. Mueve la conciencia de la gente.
Cuando me senté a pensar en mi proyecto musical, no podía borrar de mi mente a mi madre, Yolanda Pinares, cantándome canciones en quechua. Ella se convirtió en una reconocida cantante en Perú. Me crió y me mantuvo con su voz. Cuando pienso en su sonoridad, algo resuena dentro mío, muy profundo, y me recorre todo el cuerpo, especialmente el corazón. De bebé, ella me llevaba a sus shows. Me dejaba detrás del escenario, con alguien de confianza, mientras le daba una serenata al público. A mis siete años, su carrera despegó.
Yo la ayudaba en la producción de sus conciertos, dibujaba vestuarios que ella enviaba a su diseñadora. Con el tiempo, me involucré más. Ella me daba libertad para desarrollarme creativamente. A los catorce, dirigí uno de sus videoclips. Empecé a aspirar a ofrecerles a los demás el mismo sentimiento y conexión a través de las canciones que les daba mi mamá.
Viendo a mi mamá en el escenario, me parecía una superheroína irradiando un poder inmenso. Cuando hablaba con el público y contaba un poco de su historia o de las canciones, impulsaba a la gente a abrir su mente y pensar en otras realidades. Supe que quería hacer lo mismo, pero encontrar mi propia voz resultó difícil. En el colegio, por mi aspecto físico y mi personalidad retraída, sufrí bullying. Crecí solo con mi mamá, sin más familia, y soñaba con tener amigos. Fue un golpe duro darme cuenta de que no era aceptado en la escuela.
Muchas noches lloré hasta quedarme dormido, y solía estar con la vista baja, mirando solo mi cuaderno. Hasta que un día vi a un grupo de chicas bailando y riendo. Sentí curiosidad y me acerqué. Estaban escuchando K-Pop, un género de música pop coreana que no había escuchado antes. Las chicas me incluyeron y comenzamos a hablar, a compartir canciones y aprender coreografías juntos.
Por primera vez en mi vida me sentí parte de algo más grande. Forjamos un sentido de comunidad. Primero fue la amistad, pero luego me sentí atraído por la expresión artística que hay en el K-Pop. Ir al colegio dejó de ser un padecimiento. Me emocionaba ir, sobre todo porque sabía que a la salida iríamos todos a la casa de una compañera a ver videos, escuchar canciones y bailar.
Pasábamos horas inmersos en nuestra pasión. Cada día, mientras volvía a mi casa, me sentía renacido, feliz. Comencé a abrir los shows de mi mamá. Aun así, anhelaba crear algo propio. Sentía que podía combinar la influencia del K-Pop con mis orígenes culturales para transmitir un mensaje nuevo.
Un día, conocí a alguien que tenía un estudio de grabación propio. En la cabina, grabé mi canción Tusurikusun, que fue mi primer TikTok. La respuesta fue increíble. Pensé a mi propuesta como música neoandina, hasta que alguien la percibió como el K-Pop quechua K-Pop, y propuso la etiqueta Q-Pop. Me enamoré y adopté el término como propio.
Mi cultura e idioma quechua se convirtieron en una parte integral de la música, permitiéndome transmitir el mensaje correcto para expresar mi legado. Mi música movió las aguas en mi país, y un sentimiento de orgullo me invadió. Hoy transmito un mensaje de amor y libertad con el quechua como bandera.
El quechua es más que un idioma. Es la puerta a una cultura ancestral. Espero que más artistas lo adopten en su música y creo, absolutamente, que el Q-Pop va a convertirse en un gran movimiento cultural.
Alguien tiene que abrir ese camino, y me siento con la fortaleza y la creatividad necesarias para liderarlo.