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Un video sexual filtrado trastocó la vida de una mujer, un nuevo proyecto de ley contra la violencia digital ofrece esperanza y sanación

Una tarde, sonó mi celular en Buenos Aires. Una amiga de mi hermana me contó que circulaba un video mío. Escuchaba sus palabras sin entender, ya había olvidado aquella imagen. A medida que escuchaba la descripción del video, comprendía la gravedad de lo que estaba pasando. A partir de ese momento, en mi ciudad y en mi familia conservadora y religiosa se desató un infierno para mí.

  • 6 meses ago
  • junio 19, 2024
8 min read
Chachi practicing her passion yoga Chachi practicing her passion for yoga | Photo courtesy of Fernanda Telesco
notas del periodista
Protagonista
Fernanda «Chachi» Telesco, de 39 años, oriunda de Rafaela, provincia de Santa Fe (Argentina), reside en Buenos Aires desde los 18 años. Con una sólida formación en interpretación, danza y comedia musical, Chachi obtuvo un amplio reconocimiento gracias a su participación en un reality show para protagonizar la versión local de High School Musical. Su carrera abarca una amplia gama de trabajos, incluidas numerosas campañas publicitarias y papeles en cine, televisión y teatro. En 2018 fundó su propia escuela de yoga, una aventura a la que se dedica desde entonces con pasión.
Contexto
En abril de 2024 se convirtió en ley el proyecto Chachi Telesco contra la violencia digital para prevenir, investigar, sancionar y reparar a las víctimas de la violencia digital y mediática. Basándose en la Ley Olimpia (Ley Nacional Nº 27.736) y modificando la Ley Nacional Nº 26.485, esta iniciativa pretende ampliar la Ley Provincial Nº 13.348. Incluye reformas del Código de Convivencia para tipificar como infracciones el acoso digital, la vigilancia electrónica no consentida, la sextorsión, el ciberacoso y la usurpación de identidad. Además, propone un servicio gratuito y accesible de apoyo y recursos para prevenir el acoso y la violencia digitales. Más detalles aquí.

BUENOS AIRES, Argentina — Mi vida cambió por completo cuando se viralizó un video mío teniendo sexo con mi novio, a mis 21 años. Perdí trabajos, fui hostigada legal, social y mediáticamente. Y me fui encerrando en mí misma. Este año, cuando un grupo de legisladores decidió presentar una ley que lleva mi nombre para proteger a otras mujeres que vivan lo mismo. Por primera vez, siento que pude sanar mis heridas. Después de tanto tiempo, por primera vez me siento liberada del peso de la opresión que cayó sobre mí.

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La devastación de un video sexual público

Cuando tenía 20 años, vivía en Buenos Aires, donde buscaba abrirme paso en el mundo artístico. Me puse de novia y viví un amor hermoso. Todo el tiempo buscábamos explorar la manera de expresar todo lo que sentíamos. Nos escribíamos poemas mutuamente y nos filmábamos en distintas situaciones diarias.

Un día, nos filmamos teniendo sexo. Pusimos la cámara a un costado de la cama, pensando en registrar la manera en la que conectábamos, en la que los dos nos volvíamos uno mientras nuestros cuerpos se unían Al terminar, sin embargo, lo reprodujimos y sentimos que nada de lo que sentíamos se reflejaba en las imágenes, y decidimos borrar el video.

Poco después, le encargué a mi papá que hiciera un video para mi cumpleaños, y le envié hasta Rafaela, mi ciudad, la memoria de la cámara. Él se la dio a un primo y esta persona descubrió mi video íntimo. Lo copió y vendió DVDs por todas partes.

Una tarde, sonó mi celular en Buenos Aires. Una amiga de mi hermana me contó que circulaba un video mío. Escuchaba sus palabras sin entender, ya había olvidado aquella imagen. A medida que escuchaba la descripción del video, comprendía la gravedad de lo que estaba pasando. A partir de ese momento, en mi ciudad y en mi familia conservadora y religiosa se desató un infierno para mí.

Cuando gané el juicio contra mi primo y retiramos todos los DVDs con mi video, pensé que la catástrofe había terminado.

Mis aspiraciones actorales terminaron en una humillación cuando reprodujeron un video que no había visto en años

Al año siguiente, mi sueño artístico avanzaba firmemente. Era parte de un reality show para elegir a la pareja protagonista de la versión argentina de High School Musical. Avancé en un casting al que se presentaron miles de personas y era la favorita para ganar. Estaba extasiada, con la emoción de llegar al lugar que siempre deseé.

El 9 de julio de 2007, la última vez que nevó en Buenos Aires, todos salimos a disfrutar de esa imagen inusual para nosotros. En medio del festejo, una persona de la producción se me acercó con una sonrisa, me tomó de la mano y me dijo “Vení, tenemos que hablar”. En cuanto ingresamos al edificio de la productora, su sonrisa se esfumó. Al principio, creí que iban a ofrecerme un solo destacado en la siguiente gala, pero al ver su repentina seriedad entendí que se trataba de algo negativo.

Llegamos a una sala y, al abrirse la puerta, vi a una decena de personas de traje sentadas alrededor de una mesa. Nunca antes los había visto. En el medio, había una laptop. “Hola, Fernanda, sentate por favor”, me dijeron mientras le daban play a un video. La sala se llenó de gemidos de placer, que tardé en comprender que eran míos.

Desde el día que lo grabé, nunca había vuelto a ver ese video. Sentí un calor que me cubría, una vergüenza como jamás había sentido antes. Ellos parecían inmutables, comenzaron a explicarme cuestiones legales, que me rescindían el contrato. Yo no podía prestar atención. Mis gemidos seguían sonando por los parlantes, mi cuerpo desnudo ocupaba toda la pantalla y nadie detenía el video. Me sentí humillada y abusada, entré en un estado de shock.

Hito de octubre de 2023: Argentina aprueba la Ley Olimpia para proteger a las víctimas de violencia digital

Me llevaron a un hotel, separada de todo el resto del elenco. Nadie fue a visitarme. Al día siguiente, cuando salí para comprar comida, vino hacia mí un aluvión de periodistas. Sus cámaras y micrófonos me caían encima, buscando una respuesta. Nunca más pude volver a hacer mi vida. Durante más de seis meses, no pararon. Acosaron a mis hermanos, a mi mamá, a mi papá. Y me ofrecían salir desnuda en más programas y revistas. Yo me mantenía encerrada en un hotel, vomitando, con anorexia nerviosa.

Me convertí en una persona callada, desconfiada. No quería tener relaciones sexuales ni juntarme con personas que no conociera. Cuando comencé a retomar mi sexualidad, lo hice de una manera extraña, sin poder sentirme libre y gozosa. Sentía que estaba muerta en vida. Partes de mí se apagaron y perdieron el contacto con la realidad. En paralelo, fui sintiendo que la actuación no era el espacio que yo imaginaba.

Los medios eran crueles, y para mí sólo había papeles asociados a lo sexy, sin poder realmente explorar nuevos personajes e historias. Un día, en el camarín, me miré al espejo y me pregunté “¿Qué querés hacer con tu vida?” Decidí que dejaría todo y me refugiaría en el yoga, una actividad que comencé a los 15 años.

Todo ese tiempo, callé lo que viví. Al evitar mencionarlo, intentaba que el tema desapareciera de mi vida, aunque no lo conseguía. En octubre de 2023, mi hermana me envió el link de una noticia. Se había aprobado en Argentina una ley llamada Olimpia, de protección a las víctimas de violencia digital. Al leer eso en mi casa, fue como si dentro mío hiciera erupción un volcán, irrefrenable. Algo en mi cabeza se destrabó. Fue como si aquella canilla que cerré a mis 21 años se abriera y dejara salir de golpe todo lo acumulado.

De la catarsis online al cambio legislativo

En un estado de claridad absoluta, como si un rayo me hubiera iluminado, tomé mi celular, puse la cámara frontal y comencé a grabarme. Subí historias a redes sociales haciendo mi catarsis. Mencioné con nombre y apellido a todas las personas que me hicieron daño, a quienes se burlaron de mí y contribuyeron a hundirme. Gracias a esa ley, por primera vez entendí lo que me deben a nivel ético, moral y espiritual. En cuanto saqué todo, fue como si una piedra que estaba ocupando mi pecho al fin saliera de allí.

Comenzaron a llegarme miles de mensajes cada día, pidiéndome disculpas y apoyándome. Esas noches, dormí como no había podido hacerlo antes. Ya no había peso sobre mis hombros y mis espaldas, al fin había conseguido que mi voz se escuchara. De algún modo, sentí que la mujer de 38 años en la que me había convertido estaba cuidando a aquella chica lastimada de 21. Como si fuera madre de mí misma.

A principios de 2024, un grupo de legisladoras de mi provincia, Santa Fe, me enviaron un proyecto de ley para que lo leyera. Me sorprendió y me gratificó a la vez. Al comenzar a leerlo, vi que lo que se contaba en las primeras páginas de la presentación era mi historia. Fue duro repasar todo aquello, y las lágrimas se me caían mientras avanzaba. Me emocionó intensamente que esta nueva ley, que quiere ampliar los cuidados y las penas de la ley Olimpia, llevara mi nombre. En ese instante, sentí que sané definitivamente. Al ver que otras personas me defienden, con apertura sexual y determinación, me sentí libre.

Ya hay personas que van a hacer esto por mí, yo ya puedo soltar. Hoy miro hacia atrás y no me arrepiento de nada de lo que pasó. Si hoy tengo la profundidad que tengo como directora de una escuela de yoga, espiritualidad, bienestar y estilo de vida, es porque me pasó lo que me pasó. Si yo hubiese tenido una vida más lineal a nivel emocional, no podría guiar a quienes llegan a la escuela con graves problemas a resolver. Siento que conseguí hacer alquimia, que convertí en oro algo que no valía nada.

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