Empecé a patinar y cada parte de mi cuerpo se sincronizó completamente con la música. Una sensación de paz se apoderó de mí. Mientras me movía por la pista con movimientos fluidos, oí al público gritar y aplaudir. Algo dentro de mí me decía que había hecho un trabajo increíble.
ASUNCIÓN, Paraguay — Comencé a patinar a los 2 años, jugando en casa con los patines talle 40 de mi hermana. Era muy pequeño, lo disfrutaba mucho, a pesar de mi pie tan chiquito. Me chocaba con las paredes, me deslizaba por toda la casa imitando las coreografías que ella hacía.
Ahora, a los 10 años, soy campeón del mundo de patinaje en la categoría Mini Masculino de Patinaje Libre de las Series Internacionales de Patinaje Artístico Mundial 2023. Me enfrenté a competidores de 14 países diferentes y salí victorioso.
A los 3 años me regalaron mis primeros patines. mi mamá me contó que cuando los vi pegue un grito de emoción gigantesco. Y comencé a saltar de la alegría. A los 4 años empecé a practicar en pistas en el club Mar del Plata con mis patines más profesionales.
El patinaje me hizo sentir que podía hacer cualquier cosa. Fui tan rápido que me sentí suspendido en el aire. Me concentré únicamente en la pista y todo a su alrededor se desvaneció. Cuando empecé a competir, aprendí a adaptarme a las nuevas pistas y a entrenar todo lo que podía.
Cuando oí hablar por primera vez de la competencia mundial en Paraguay, sentí una ansiedad increíble. Sabía que el estadio sería enorme, lleno de gente. Repasé imágenes de acontecimientos anteriores y me empezaron a temblar las piernas. Días antes de la competición, decidí reencontrarme con mi amor por este deporte. Necesitaba recordar por qué me apasionaba tanto en primer lugar.
Poco a poco, mis nervios desaparecieron al recordar lo libre que me sentía patinando en mi pista local con apenas cuatro años. Mis padres reunieron el dinero suficiente para mi pasaje a Paraguay y mi alojamiento, pero no podían permitirse ir. Me llevaron al aeropuerto para dejarme, y lloramos y nos abrazamos antes de verme ir. Sentí una mezcla de emoción y nerviosismo, al viajar solo a otro país con sólo 10 años.
Cuando decidí competir a nivel mundial, sólo quería tener la oportunidad de medirme con otros patinadores, ansioso por ver hasta dónde podía llegar. El día de la competición, llevaba un body con los colores de mi país: Argentina. Se me salió el corazón del pecho cuando empezaron a anunciar las categorías.
Tras un breve intervalo, sonó la música en el estadio y anunciaron mi nombre. Empecé a patinar y cada parte de mi cuerpo se sincronizó completamente con la música. Una sensación de paz se apoderó de mí. Mientras me movía por la pista con movimientos fluidos, oí al público gritar y aplaudir. Algo dentro de mí me decía que había hecho un trabajo increíble.
Cuando terminé la coreografía, sentí un golpe de adrenalina corriendo por mis venas. De pie en medio de la multitud, me sentí como un superhéroe y no podía dejar de llorar. Me sentí muy orgulloso de mí mismo. Mi mamá me contó que mi familia vio todo el programa y le gritó mi nombre al televisor mientras saltaban.
En el estadio se terminó la música, hice el último movimiento y me detuve, un silencio imponente se instaló en el estadio que estaba lleno de gente. Y de golpe como un trueno, la gente se paró y me empezó a aplaudir. La gente aplaudía, la pequeñas hinchada en la tribuna gritaba mi nombre y argentina. Incluso mi profesora, que había viajado hasta allá para verme y estaba sentada en primera fila, extendió los brazos hacia mí. En el momento de entregarme el puntaje y consagrarme campeón del mundo estaba tenso, el aire se sentía duro, miré hacia abajo, pensando en cosas lindas intentando calmarme y oí un puntaje altísimo, no lo podía creer.
Mi entrenadora, Celeste Garay, me abrazó y me dieron una medalla. Me pusieron la medalla y unas lágrimas hicieron que se me empañen los anteojos. Cuando llegué a Caleta, la gente me esperaba con una caravana, estaba todo lleno de banderas y autos.
Me saludaban y tocaban bocinazos gritando ¡Argentina, Argentina y mi nombre! Y ver que tanta gente me apoyaba me puso muy contento y corrí a los brazos de mis padres. Mi sueño es algún día poder viajar a esos países donde se entrenan mucho en patín por ejemplo Italia o España porque ahí tienen un muy buen nivel. Se siente algo muy lindo al patinar y aunque es un trabajo muy exigente muy duro le pongo, mucho empeño, viajo diariamente a mis entrenamientos en medio muchas veces de un clima inhóspito, hostil, pero me pongo los patines arranco y no paro, me pasa que en ese momento me olvido de todo, patinar, me hace sentir libre, es como estar solo navegando en el universo.