Tenía cuatro años y estaba en mi casa, donde vivía junto a mi mamá y mis abuelos, cuando Rubén, mi abuelo, me hizo upa y me sentó en la mesada de la cocina. Me habló firme, pero amablemente, mirándome a los ojos. Yo sentía en mis piernas el frío del granito y no llegaba a entender del todo sus palabras, aunque me quedaron grabadas para siempre: “Sos diferente, la gente se va a burlar por eso, pero nunca les des pelota”, me dijo. Yo asentía, lo amaba y admiraba. Todavía no sabía que esas palabras me acompañarían de por vida, pero así fue.
BUENOS AIRES, Argentina – Como actor de talla baja, me acostumbré a que los ofrecimientos laborales fueran siempre para hacer lo mismo: personajes sin profundidad, roles humillantes. Pero nunca quise, ni en el trabajo ni fuera de él, prestarme a ese juego.
La actuación siempre estuvo dentro de mí, desde que tengo uso de razón. No me imaginaba haciendo otra cosa. Cuando yo era chico, me pasaba todas las tardes viendo telenovelas junto a mi abuela Mercedes. Una tras otra. Sabía los nombres de todos los personajes y actores. Estábamos los dos compenetrados con lo que sucedía en pantalla, no nos importaba nada más.
Recién en 2010, aproximadamente, cuando se popularizó Game of Thrones, hubo un personaje de talla baja tomado en serio, con respeto. Pero no hubo muchos más ejemplos, y ninguno en mi país. Por eso, la llegada de una propuesta como División Palermo fue tan importante para mí. Cuando fui a audicionar para la serie, me dijeron algunas de las premisas de lo que vendría y acepté. En cuanto me entregaron los libretos, pensé “Esto es único”. No hay antecedentes de algo así. Tuve que hacerme cargo de un personaje que nunca antes se había visto. Me agarró un poco de miedo, pero también orgullo y honor.
Lee más en Orato: El actor de Kingdom revela cómo su amor por el baile lo llevó a ser descubierto»
Tenía cuatro años y estaba en mi casa, donde vivía junto a mi mamá y mis abuelos, cuando Rubén, mi abuelo, me hizo upa y me sentó en la mesada de la cocina. Me habló firme, pero amablemente, mirándome a los ojos. Yo sentía en mis piernas el frío del granito y no llegaba a entender del todo sus palabras, aunque me quedaron grabadas para siempre: “Sos diferente, la gente se va a burlar por eso, pero nunca les des pelota”, me dijo. Yo asentía, lo amaba y admiraba. Todavía no sabía que esas palabras me acompañarían de por vida, pero así fue.
Fue una imposición, y fue muy buena. A veces pensamos que las imposiciones son sólo malas, que son autoritarias y dictatoriales, pero a veces hay cosas que a un nene de cuatro años le tienen que entrar y quedar porque son herramientas que en un futuro, como en mi caso, sirven para formar un carácter.
En el jardín de infantes, mis compañeritos varones jugaban a otras cosas, mientras yo iba con mis compañeras, que necesitaban alguien que hiciera el rol de papá para jugar a la familia. A los seis años, confirmé mi pasión. Con un vestido de mi mamá que fue modificado con ayuda de mi abuela, se confeccionó el disfraz de ciempiés con el que hice mi primer acto escolar. Estaba en el escenario ubicado en el patio de la escuela, el mismo donde cada cuatro años voto en las elecciones provinciales y nacionales. Mi personaje era el primero en salir a escena. Se abrió el telón y del otro lado había maestras, padres, madres, abuelos, abuelas, tíos, tías.
Podría haberme agarrado pánico escénico y correr hacia los brazos de mi madre o mis abuelos. Pero me gustó. No busqué con la mirada a mi familia, porque en ese momento ya no era Hernán, sino aquel ciempiés. Siento esa misma alegría y adrenalina cada vez que subo a un escenario o estoy en un set.
La obra duró diez minutos, pero para mí fue como estar en un gran teatro haciendo Hamlet durante dos horas. Es algo difícil de explicar, pero ahora mismo sigue haciéndome sonreír. Experimenté por primera vez la alegría de sentirme en otro cuerpo. Era como una mentira que tenía que abordar de esa manera. Una mentira que se aplaude. Cuando terminó el acto, pude visualizar a mi mamá, que se había tomado el día del trabajo para venir a verme, y a mi abuela, a todas las madres de mis compañeros del colegio. Todas estaban exultantes, como si fueran fanáticas viendo a su artista favorito. Me acuerdo de sus sonrisas, de su felicidad. A mí me da mucho orgullo provocar eso en la gente.
Actuar dejó rápidamente de ser una opción para mí. Siempre fue una decisión tomada. No iba a ser otra cosa que actor. No era mi sueño, sino mi meta, mi propósito. Cuando uno habla de los sueños, piensa en algo a distancia, casi utópico, lejano. Para mí era algo palpable, y fui hacia eso.
Durante la escuela primaria y el colegio secundario, pasaba todos los días por los mismos lugares, viendo prácticamente siempre a la misma gente, en un mismo entorno. Sentía que la gente que no me conocía me miraba de una forma extraña. Pero, al ser pocas veces, eso pasaba desapercibido para mí. Cuando comencé a estudiar en la facultad, y tuve que hacer viajes largos en transporte público, eso cambió. Comencé a ver más seguido las caras de los demás al verme, sus miradas.
Llamo la atención en la calle, aunque el problema principal no lo tuve ahí, sino a la hora de buscar trabajo. Hay muy pocas oportunidades en la actuación para alguien como yo. Es como si mi condición, a ojos de ciertas personas, sólo sirviera para una cosa: para que se burlen de cómo soy. Al sentirme encasillado, me desilusioné un poco. Generalmente, me llamaba para personificar roles grotescos, humillantes. Acepté algunos de esos trabajos, sobre todo en eventos privados, porque era dinero rápido y necesitaba mantenerme. Los aceptaba a regañadientes, pensando “¿Por qué tengo que hacer esto, si hay cosas mejores?”.
De todos modos, siempre intenté ponerle a cada trabajo algo que me permitiera el disfrute. Sin eso, no habría podido. Una de las últimas veces que hice algo así en un evento, en el bar de un amigo, fue incómoda. Hacíamos intervenciones entre la gente, regalábamos premios. Junto a un amigo drag queen interpretamos a Los Padrinos Mágicos. Yo era Cosmo y él, Wanda. Esa noche noes estábamos divirtiendo, hasta que un tipo me vio y me preguntño si me podía hacer upa, como si yo fuera un bebé o un niño.
No entiendo, aún hoy, cómo alguien piensa que proponerle a otro usar su cuerpo para divertirse o mofarse es una buena idea. Lo dejamos expuesto, para que entienda que cruzó un límite, y seguimos con nuestra actuación. Nunca permito que estas cosas me detengan.
En otra oportunidad, mientras charlaba en casa con mi mamá y mi hermana, sonó mi teléfono. Me llamaron de la producción de uno de los programas más vistos de la televisión argentina, conducido por el periodista Jorge Lanata. Era para ofrecerme trabajo. Hasta ese momento, parecían buenas noticias, pero, a medida que me contaban lo que querían de mí, me dio bronca.
Querían que me disfrazara de bebé y que, sólo con un pañal, un gorrito y un chupete, me paseara de la mano del conductor simulando ser el hijo famoso de otro personaje de la farándula local, Alejandro “Marley” Wiebe. Lo que más me preocupa es que existan personas que crean que eso funciona, que está bien y es divertido.
Lamentablemente, no pude decir que no inmediatamente, porque pagaban una buena cantidad. Era una cifra que difícilmente podría ganar trabajando en teatro. Es triste eso. Respondí que confirmaría en los siguientes días, en los que rogué que me surgiera una opción que me permitiera rechazar este ofrecimiento. Corté el teléfono y no me animé a contarles nada a mi mamá y mi hermana. Tampoco les dije a mis amigos. Me da un poco de vergüenza decir que me llamaron para hacer algo así. Siento que me expone.
Afortunadamente, fui capaz de decir que no. Otro colega, quizás porque necesitaba el dinero, aceptó ese rol. Todas estas situaciones me llevaron a ser muy cuidadoso ante cada oportunidad laboral. Pregunto siempre todas las condiciones antes de aceptar. Si no estoy seguro de todo, no acepto.
De aquellas desilusiones, surgió mi inquietud por convertirme en director y dramaturgo. Me pareció una mierda que no hubiera laburo profesional, y comencé con la autogestión. Es lo que más felicidad me dio y me sigue dando. Si no fuera por la autogestión, no sé si hubiera seguido en esta profesión. Así como decidí ser actor, decidí que haría mis propias obras.
Lee más en Orato: el ganador de Baking Impossible de Netflix habla sobre la realidad detrás de cámaras.
En 2013 empecé dirigiendo obras con textos ajenos, y en 2015 creé mi propia compañía teatral, La compañía del grito, donde empecé a escribir. Me parecía raro, no sabía si mis textos iban a estar bien, pero sí, empezaron a funcionar. No lo podía creer. No hay mayor placer que poder materializar lo que ves dentro de tu cabeza. Podés plasmarlo es hermoso. Cuando estrené mi primera obra, Los gritos no sagrados, fue algo maravilloso. En el teatro Tole tole, en la ciudad de Buenos Aires, sentí que estaba pariendo a un bebé.
Estrené sentimientos y emociones que no sabía que existían. Es algo que sigue pasándome, sigo encontrando cosas nuevas gracias a esto. Tuve emociones encontradas. Muchos nervios, temblaba, el corazón subía y bajaba. Es como si el mundo se detuviera. En ese lugar, en ese cuarto, estamos el público, los actores, los técnicos y yo, y nos despegamos del universo. No hay nada más que lo que sucede entre nosotros. Todo tiene otro sentido.
Con todos ahí, cuando un actor toma aire para decir sus primeras palabras e inaugurar la obra, sucede eso que no llamaría magia, aunque no sé cómo llamarlo exactamente. Habría que inventar una palabra para nombrarlo. Habitualmente, estoy con un anotador, en el que marco cosas. Estoy siempre en la búsqueda de que la obra sea lo más parecida a un ideal. Una obra de teatro nunca está perfecta.
En la segunda función vinieron mis tíos de sorpresa. Los vi entrar a la sala desde la cabina donde me ubico junto a la asistente de dirección y me largué a llorar inmediatamente. Estuve así durante toda la función, porque para mí era muy lindo que mi familia me apoyara en mi primera obra. Sonrío cada vez que recuerdo ese momento. La obra dura una hora, pero para mí ese día duró veinte, por la cantidad de emociones que sentí.
La discriminación nunca consiguió afectarme. Mi familia me enseñó tanto y tan bien que tenía que seguir adelante, que siento que le hubiera fallado si caía. No es por mostrarme como un súper hombre, sino que se trata de dónde quiero que vaya mi vida. Si yo hubiera cedido a lo que el otro quiere, a la discriminación, hoy estaría viviendo escondido, sin salir a la calle.
Es un análisis racional y no emocional, porque siempre fue así, pensado, gracias a la educación que me brindaron. Si me hubiera puesto emocional en esas situaciones, caía en el juego del otro. ¿Qué hubiera ganado? Todos tenemos algo para ser discriminados. A Barbara Streissand en Broadway le dijeron que no iba a ser nadie si no se operaba la nariz, por ejemplo. No es que sólo me pasó a mí. No soy un ejemplo de vida y de superación, ni un libro de autoayuda. Soy alguien que usó las herramientas a su favor para poder tener una vida lo más tranquila posible. Lo que se espera es que yo entre en ese juego, que me enoje, que me angustie, pero no lo hice ni lo voy a hacer.
Me ha pasado incluso de ir a algún boliche diverso, porque soy gay, y que los de mi propio ambiente me discriminen. Pero, ¿a quién le sirve la discriminación? Muchas veces existe solamente para resaltar la diferencia, demostrar superioridad, señalar que el otro es menos que yo. Es imponer un miedo, una debilidad. En ese escenario, si me discriminás, el problema lo tenés vos, no yo. Quizá, cuando te vayas, seguís pensando en mí, pero para mí fue una miradita de un segundo en el que no me inmuté.
Es importante la visibilidad, y no solamente en cuanto a la discapacidad y las orientaciones y minorías, sino de la manera en que muchas veces el resto de la gente en la calle se comporta con todos estos temas. Muchas veces no nos quieren ver o no nos quieren tomar como personas. Esta visibilidad se dio de una manera tan hermosa y tan graciosa, que ahora es imposible no verla.
A raíz de la serie me hablaron muchas personas, y fue muy lindo. Un hombre al que le falta un brazo me contó que siempre quiso ser actor, pero pensaba “¿Quién va a contratar un actor así?”. Ahora va a tomar clases de teatro. Una madre que me dijo que sus hijas, que tienen acondroplasia, me vieron a mí y se pusieron contentas por ver a alguien como ellas en la tele. Tuvo que pasar mucho tiempo y mucha agua bajo el puente para que recién hoy, en 2023, llegara un proyecto que tan abarcativo y, a la vez, con humor. No es solemne ni distante.