Acá hay cuadras que son como un supermercado de drogas.Tengo muchos compañeros y vecinos a quienes las drogas los tienen mal. Viven por esa droga, andan flacos porque no comen, andan amanecidos porque no duermen. Ahora están mucho con una mezcla de cocaína, que acá se le dice La Alita. Por eso son tan buenos los proyectos como esta orquesta de Los Benjaminos.
CÓRDOBA, Argentina – De chica, veía en la televisión a músicos con trajes caros tocando el violín. Nunca pensé que podría tocar ese instrumento. Pensaba que el violín existía para gente de clase superior, para los ricos.
Un día, fui a hacer la compra a mi barrio. De camino a casa, pasé por delante del grupo de orquesta Los Benjaminos, que ensayaba en la vereda. Yo los había visto una vez que fueron a tocar villancicos a un canal de tele local, pero no me llamaban la atención. Pasé de largo y, cuando volví a salir, Tuti, un chico que conozco de toda la vida y que es de los primeros de la orquesta, me invitó a sumarme.
Me preguntó: «Paloma, ¿te gusta el violín?». Yo no sabía si me gustaba; nunca lo había pensado. Le contesté: «Sí». Esa misma tarde tuve mi primera reunión en la que me explicaron cómo funcionaba todo. Me darían un violín que, a partir de ese momento, sería mío. También me darían clases gratis. A los 12 años, aún no sabía que ese momento cambiaría mi vida.
En Villa La Tela, donde siempre viví, las calles eran de tierra. Los días de lluvia tenían algo bueno y algo malo: podíamos jugar guerritas con barro, pero si necesitabas salir a algún lugar, era imposible no ensuciarse. Hace tres años pusieron adoquines y me hizo muy feliz, tenía ganas de sacarle fotos al piso.
En la plaza del barrio no había muchos juegos: un par de hamacas y un sube y baja. Lo que más hacía era jugar al fútbol, me encantaba. Teníamos una canchita sin pasto, llena de piedras. No hacía mucho más que eso y estudiar en el colegio. Era una chica que no se juntaba con nadie, un poco antisocial. No hablaba con los demás, era como un escudo que tenía ante las personas para que no me lastimaran.
El violín me cambió. Creé una nueva identidad: violinista y música. Esto era para mí, tenía que ser así. Nunca había pensado en esto, pero cuando me encontré con el instrumento sentí algo distinto.
El primer violín que me dieron era muy chiquito y sonaba feo. Rechinaba. Me hacía doler el hombro. El violín se sostiene con el hombro y la mano, y tiene que tener un soporte. Los chicos que no tienen soporte, se ponen una almohadita o una esponja, porque la madera es rígida y te hace doler. Yo al principio no lo sabía. Cuando estás aprendiendo a tocar el violín te duelen los dedos y el cuello.
Más allá del dolor, lo que más recuerdo del primer día es la sonoridad. Me impresionó el sonido de las cuerdas, me gustó. Fue cuestión de pasar el arco y que surgiera algo. De eso se trata, de que las cuerdas vibren con el sonido que sale del alma del violín, de las “efes” que son la ventana de la caja sonora.
A veces pienso qué hubiera sido de mí si desde chica no hubiera tocado el violín, si no me hubiera encontrado con Los Benjaminos. Antes de eso, me imaginaba ser policía o militar. No sé por qué; sólo sabía que tenía que estudiar, terminar el colegio y ser alguien. Es el consejo que siempre me dieron mis padres: sin estudios, no sos nadie. Lo necesitas para abrirte camino.
En la villa, de chicos, no nos dábamos cuenta de muchas cosas. Para mí era normal la violencia verbal, los golpes, ver algunas situaciones: hay mucha droga, prostitución, robos. Cuando salís de ese lugar y te juntás con personas de otros ambientes, notás la diferencia.
Acá hay cuadras que son como un supermercado de drogas. Tengo muchos compañeros y vecinos a quienes las drogas los tienen mal. Viven por esa droga, andan flacos porque no comen, andan amanecidos porque no duermen. Ahora están mucho con una mezcla de cocaína, que acá se le dice La Alita.
Por eso son tan buenos los proyectos como esta orquesta de Los Benjaminos. El Pollo Díaz, el fundador de la asociación civil, dice que esto te da oportunidades. Te da la posibilidad de pensar en que podés ser otra cosa y no lo que te dicta el barrio. Para muchos, ser de este lugar es llevar una etiqueta que dice que no servís, o que servís solamente para determinados trabajos.
Recuerdo que cuando empecé a trabajar con la orquesta, el padre de una compañera, de las primeras seis de la orquesta le dijo al Pollo: “Mis hijos son brutos, no van a aprender”. Ese pensamiento que algunas personas de afuera tienen sobre los que vivimos en la villa a veces influye en cómo se ven a sí mismos algunos de mis vecinos. Como si tuviéramos que ser eso que creen de nosotros.
Cuando era chica, no me gustaba ir al centro de Córdoba, que es como un encuentro entre todas las culturas. Yo tenía las mejores zapatillas que podía tener, más o menos limpitas, pero me juzgaba a mí misma por no tener algo tan lindo como los demás. No es que la gente me dijera algo, eran mis propios prejuicios. Ahora ya no pienso en esas cosas. Me visto lo mejor que puedo y estoy trabajando, así que puedo tener mis cosas.
Mi papá siempre quiso que fuera artista. Le gusta mucho el folklore, así que a veces toco chacareras para él. A mi mamá le toco la canción de Titanic. Antes ella lloraba cada vez que me ponía a tocar. El violín se toca con sentimientos, la música es expresión.
Me pasó algunas veces que las personas me dijeran que se emocionaban al verme tocar. Yo no lo entendía, hasta que una chica me dijo que puede que otros vean en mí la superación. Si yo pude cambiar mi vida, también pueden los demás.