Cuando mis padres se iban a trabajar, me quedaba la tarde para mí, y me ponía a hacer muñequitos. Una vez le dediqué todo un trimestre a un proyecto en el que estaba apasionado: modificar por completo un Ecto-1, el auto de Los Cazafantasmas.
Era la época de Rápido y Furioso, así que quemé un poco la parte de los ejes de las ruedas para que el chasis quede más cerca del suelo.
BUENOS AIRES, Argentina- Soy uno de los fundadores y motores de Milonga customs, un emprendimiento de muñequitos customizados que fabrica juguetes únicos. Ahora, en mi mesa de trabajo, tengo algunos celulares viejos a los que les saqué la pantalla para armar mini arcades. También un personaje de Tiktok, una especie de duende, a medio hacer. Hay una nave sin pintar, acrílico, un brazo de Daniel Scioli (un político argentino que perdió esa extremidad en un accidente hace décadas) que puse en mi arbolito de Navidad, cigarrillos, y una Yiya Murano (una mujer que envenenó a sus amigas con masitas en la década de los 90).
Tenemos personajes históricos de la televisión argentina, memes populares, figuras de la farándula o la política, y mash ups que nos causan gracia.
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Tenía once o doce años cuando vi por primera vez Toy Story, en VHS. Gasté la cinta de tantas veces que la reproduje. Cuando vi lo que pasaba en la habitación de Sid Philips, el malo, dije “Uy, quiero hacer lo mismo con mis muñecos”.
Me regalaron un muñeco de Woody, y me gustaba mucho, pero lo que en realidad quería que me dieran era esa araña con cabeza de bebé que tenía Sid. No la vendían en ninguna parte. Eso me llevó a hacer mis propias versiones de muchas cosas. Tenía un muñeco de cuatro brazos, al que le saqué todas sus extremidades. Yo estaba fanatizado con la saga de Martes 13, así que comencé a jugar a que lo mataban y el tipo volvía, cada vez con algo nuevo.
Quedó con las piernas de un muñeco de Spawn, con un jean que le daba un look muy badass. No eran las piernas de un monstruo normal. En dos brazos llevaba armas, el tercero era de uno de los Caballeros del zodíaco, y el último tenía una pinza de un robot de Star Trek. Ya tenía todos los accesorios para pelear bien, así que no lo mataron más. Las siguientes veces que lo mashupeé con otros muñecos, mi premisa era que mutaba para mejorar. Le agregué clavos, tornillos, entre otras cosas.
Mis amigos y yo teníamos todos los mismos muñecos. Los Power rangers o Robocop, eran todos iguales. Yo quería tener un muñeco único. Mi mamá y mi papá me retaban. Yo quemaba los cuchillos, le arruinaba las herramientas a mi papá y ya no me las prestaba, y había olor a plástico quemado por toda la casa.
Cuando mis padres se iban a trabajar, me quedaba la tarde para mí, y me ponía a hacer muñequitos. Una vez le dediqué todo un trimestre a un proyecto en el que estaba apasionado: modificar por completo un Ecto-1, el auto de Los Cazafantasmas. Era la época de Rápido y Furioso, así que quemé un poco la parte de los ejes de las ruedas para que el chasis quede más cerca del suelo.
Lo pinté de negro, porque todos lo tenían en blanco, y rompí otro juguete para colocarle un alerón. Con un clavo, le hice agujeritos, una especie de “aeroventilas”. Le dediqué tanto tiempo a ese auto que repetí el año en el colegio. Mi viejo me cagó a pedos, lógicamente. No me molestó. Cuando terminé el auto, estaba orgulloso, le saqué fotos con mi celular y pensaba “Entre tantas cosas malas que hago, esto me quedó bien”.
El colegio había comenzado a disgustarme, aunque de más chico siempre me sacaba un 10 en todo. Crecí y empecé a escuchar rock, a buscar otros intereses. Le robaba el disco de The Wall a mi viejo. Recién ahora, que con Milonga customs salimos en la tele, mi mamá empezó a aceptar lo que hago. Y lo entiendo: mi viejo estudió toda la vida lo que pudo y después trabajó, y le salió un hijo vago que quema muñequitos.
Con el tiempo, dejé de hacer muñequitos. Era algo que hacía sólo, no tenía con quién compartirlo, y después de cierta edad los demás te miran raro si seguís jugando con esas cosas. El trabajo y la vida me alejaron de ese hobby. Años más tarde, en el depósito de la juguetería donde trabajaba como encargado, volví a modificar muñecos.
En cada descanso para comer, con masilla comprada en una ferretería cercana, customicé muñecos que llevé de mi casa y los convertí en personajes del programa Cha cha cha, del que era fanático. Quería tener mi propia versión de Juan Carlos Batman. Armé una especie de altar, a la vista de todos los que subían hasta el depósito, incluyendo a los dueños del local. Todos se cagaban de risa y sacaban fotos.
Más o menos al mismo tiempo, conocí a los amigos con los que armé Milonga customs. Me di cuenta de que el hobby es tu lugar, lo que te hace bien. Encontré el rumbo. Es un cable a tierra y también una diversión, a veces incluso un trabajo.
Cuando me enganché con Milonga fue buenísimo, porque puedo hacer lo que me gusta como modo de vida. Encontré con quienes hacerlo y los abracé con el alma. Hay cosas que las hago para mí, proyectos que surgen escuchando música. Ahora me enganché con un jueguito de Iron Maiden, y quiero tener mis propios Eddies. Agarré muñecos de 12 pulgadas, como los Max Steel, y les volé la cabeza.
Una vez que termine de hacer todos los Eddies de los discos, voy a hacer Eddies de Mortal Kombat: un Eddie Sub Zero, un Eddie Kung Lao. En estos proyectos personales, además de divertirme, pruebo pinturas, pinceles, ideas, y lo que va saliendo bien lo vuelco a Milonga.
No intento hacer los muñecos siguiendo una estética hegemónica, por llamarla de alguna manera. Las cosas, para ser perfectas, no tienen que ser súper hermosas. Hago muñecos feos, pero que me encantan. Su belleza está en esa fealdad. También tienen que ser algo vivo, en movimiento. No me gustan esos coleccionistas que tienen los muñecos detrás de una vidriera. Hay que jugar con los juguetes. Y, si les podés poner alguna marquita personal y usarlo mucho, ahí estás vos.
Me gusta llevar muñecos en mi mochila cuando salgo a la calle, ponerlos en diferentes posiciones y sacarles fotos. A veces, estoy con amigos y en algún momento de la charla saco un Power ranger azul, que activa algo nostálgico. Es un buen método para iniciar charlas, me gusta ver las reacciones.
También llevo figuritas, como unas de Jurassicc Park que encontré hace poco. En un asado, esperé el momento indicado y saqué varios sobres cerrados para regalárselos a mis amigos, con la condición de que pongan las figuritas en sus billeteras o se las regalen a alguien más en un momento importante. Las cosas están para usarlas.
Mi casa es toda de Milonga. Mi mujer, por suerte, me banca. A veces no sé si invitar a alguien a casa porque es un lío lleno de juguetes y cosas a medio terminar. Cuando viene alguien de afuera, como el servicio técnico del cable, se sorprende. Veo que, mientras firmo algún formulario, se quedan mirando alrededor.
Se siente bien hacer lo que hago, es una conexión re linda con la infancia. Me gustaba y me sigue gustando hacer estas boludeces.