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Me sentí despojada de todo: la estrella infantil Romina Vitale habla de su lucha contra un TOC grave

Las personas con TOC no son delirantes. Somos plenamente conscientes, en mayor o menor medida, de que estos pensamientos intrusivos no tienen sentido, pero nos cuesta desprendernos de ellos. Nuestra mente y nuestro cuerpo intentan protegernos, aunque de forma exagerada e irracional. A nivel mundial, la banalización del término TOC lamentablemente es habitual.

  • 2 años ago
  • mayo 22, 2023
10 min read
Romina experienced severe symptoms of OCD throughout her life, which enabled her from doing most things. After a long journey towards recovery, she feels she can finally start her life. Romina experienced severe symptoms of OCD throughout her life, which enabled her from doing most things. After a long journey towards recovery, she feels she can finally start her life. | Photo courtesy of Romina Vitale
PROTAGONISTA
Romina Vitale es cantante, compositora, activista, psicóloga y escritora. Ha editado tres álbumes musicales. En 2015 publicó TOCada, su primer libro. Su segundo disco, Étnica, recibió el Premio Gardel Revelación. Es licenciada en Psicología por la UNIR y realizó la Especialización en Terapia Cognitiva Integrativa en la Fundación Aiglé.
CONTEXTO
El TOC es un trastorno mental en el que las personas tienen pensamientos, sentimientos, sensaciones (obsesiones) y comportamientos repetitivos y no deseados que les impulsan a hacer algo una y otra vez. A menudo la persona se comporta de una determinada manera para librarse de los pensamientos obsesivos, pero esto sólo proporciona alivio a corto plazo. No llevar a cabo los rituales obsesivos puede causar una enorme ansiedad y sufrimiento. Se desconoce la causa exacta del TOC. El trastorno obsesivo-compulsivo puede estar relacionado con otros trastornos de salud mental, como trastornos de ansiedad, depresión, abuso de sustancias o trastornos por tics.

BUENOS AIRES, Argentina- Desde que nací, tengo trastornos obsesivos compulsivos (TOC). Aunque recién hace diez años comencé con síntomas severos y me diagnosticaron. Lo perdí casi todo, no era capaz de hacer prácticamente nada. Me recuperé, recaí y volví a recuperarme, y ahora estoy retomando mi vida.

Reactivé mi carrera musical, atiendo pacientes que también padecen TOC. Doy charlas y me permito disfrutar de cosas sencillas que durante mucho tiempo evité y me perdí. Como abrazar a mi familia. Muchas veces lo hago con miedo, pero lo hago. Aunque con frecuencia viene acompañado de una sensación de miedo, por fin me permito experimentar esos momentos.

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Convertirme en la «chica estrella» y el inicio de mis síntomas

Normalmente, los síntomas del TOC se acentúan durante la adolescencia o la postadolescencia. De chico tenés síntomas, pero pasan medio desapercibidos. Yo tenía TOC de superstición: hacía rituales, iba y volvía de un lugar a otro, hacía gestos con la mano para sacar lo malo afuera. Cosas que pasaban casi como un chistecito. Tenía compulsiones mentales, del tipo de pensar que con determinado movimiento evitaba que pasara una cosa mala. Mi abuela lo notaba, veía que había algo raro en cómo yo movía las manos.

A mis cuatro años, jugando en el estudio de grabación de mi papá, grabé una canción. Él tenía una banda bastante conocida en aquel momento: Los Bárbaros. Los contrataron para una gira en Paraguay. Por sugerencia del productor, me llevaron a mí también. Primero viajaron mi papá y la banda. Hicieron entrevistas por los shows que vendrían. Cuando llegué al aeropuerto de Asunción, junto a mi mamá, me esperaba muchísima gente. Me llamaban “La niña estrella”, sostenían carteles, me pedían autógrafos. Tuve que aprender a escribir mi nombre para firmarles. Estaba sorprendida, apabullada. Tengo una sensación ambivalente, no es del todo un lindo recuerdo.

Lo que vino después no fue precisamente más normal. Teníamos tres shows por noche, hasta las cinco de la mañana. Yo cumplí cinco años en esa gira. Me cuentan que entre show y show me quedaba dormida. Me despertaban para el siguiente. Supongo que el estímulo del escenario era divertido, pero era una exigencia demasiado grande. A veces era demasiado. Un día, me pusieron en una especie de banquito, no recuerdo si en una librería o una juguetería. Había una fila larga de gente que entraba y me traía un regalito a cambio de tocarme, casi como si yo fuera una figura mística. Era raro. Eso lo recuerdo con bastante angustia. Debe haber tenido sus efectos en mi psiquismo.

Cuanto más éxito tenía, peor era mi TOC.

Un productor mexicano quiso contratarme para que comenzara una carrera solista a nivel internacional. Mis padres dudaron hasta que vieron una escena que les estrujó el corazón: En un boliche, a la madrugada, después de un show, yo estaba en el piso haciendo torres con latas de cerveza vacías. Al volver a Buenos Aires, conté todo esto en el jardín de infantes. Mi maestra dijo que mentía. Fue duro para mí. En la adolescencia comencé a hacer cosas más extrañas. Caminaba por la calle, me detenía en una esquina y, hasta que no desapareciera un pensamiento intrusivo, no cruzaba. O retrocedía algunos pasos, daba un par para el costado, otros dos hacia delante, de nuevo hacia atrás y recién ahí avanzaba A mis amigos les daba un poco de gracia, algunos me decían “Romina, la ritualera”.

Mi relación con la música siguió con sensaciones ambivalentes. En el proceso de grabar mi primer disco, mi pareja, el coproductor, me golpeaba y me violentaba verbalmente. Fue súper traumático. Al mismo tiempo, sentía que había muchas expectativas en relación a mí. Comenzaba a pesarme. Mi segundo disco obtuvo el Premio Gardel en la categoría Mejor álbum nuevo de artista pop. Yo ya traía algunos síntomas de TOC de salud preocupaciones con el cuerpo, sensación de vulnerabilidad permanente. Y con el premio todo empeoró.

Me angustiaba no saber qué haría después. ¿Se suponía que tenía que volverme famosa? ¿Lo que vendría debía ser excelente y brillante para estar a la altura? Yo era una artista independiente, volví a mi casa con el premio y me sentí muy sola. Era la artista revelación, y debía poder dar cuenta de eso, pero sólo me generaba incertidumbre y ansiedad. El TOC se disparó fuertemente.

Vivía en constante miedo y aislamiento, negándome a tocar nada

De un día para el otro, sentí que la calle estaba contaminada y no podía salir. El afuera era sumamente peligroso para mí. Rápidamente me vi sentada en la bañera, que era el único lugar de la casa que sentía seguro, no contaminado Y comencé a escribir cosas en mi tablet. Traté, desde ese lugar de fragilidad y desconcierto, de atar cabos. Me contacté con personas con TOC y puse en palabras lo que me pasaba. Aquello derivó más tarde en mi libro, TOCada. La gente suele malinterpretar el TOC. La gente piensa que quienes tenemos TOC de contaminación somos súper limpios, y es todo lo contrario. En mi primera etapa de TOC severo mi habitación era un campo minado de papeles sucios. Todo lo que se caía, yo no podía levantarlo para no contaminarme. Apilaba bolsas de basura que no podía tirar. Yo sabía que era ridículo, pero me generaba una angustia que me impedía actuar.

El baño estaba lleno de hongos, por la cantidad de horas al día que pasaba duchándome. Tardaba mucho en sentirme limpia. Tenía un ritual preciso, que iba de pies a cabeza y de cabeza a pies. Cuando sentía que era suficiente, salía de la ducha sin secarme, por miedo a que la toalla me contaminara. Cuando sentía que ya era suficiente, salía de la ducha sin secarme, para que no me contaminara la toalla. El objetivo era llegar hasta mi cama, el único lugar inmaculado, que olía permanentemente a desinfectante. Si en el trayecto entre el baño y mi habitación tocaba, por ejemplo, la pared con el codo, debía volver a bañarme. Al volver a salir, si tocaba una bolsa con el pie, tenía que bañarme por tercera vez. Ya lo hacía llorando, agotada. Al llegar a mi cama, me acostaba desnuda y mojada y me quedaba dormida. Exhausta.

La enfermedad arruinó lentamente mi vida, consumiendo cada momento de ella.

A veces, si la cama me parecía contaminada, me quedaba parada a un lado, llorando del cansancio, sin poder dormir. En esa época, casi no tenía ropa. Regalé casi toda, les tenía terror a las prendas. Mi peso era bajísimo, estaba casi desnutrida. Me costaba mucho comer, los pensamientos intrusivos no me abandonaban en ningún momento. Cocinar tampoco era sencillo.

Agarraba una olla para hacer fideos, ponía el agua y se me cruzaba el pensamiento de que era mala. La tiraba. Volvía a llenarla y vaciarla decenas de veces. A veces, lograba superar eso y cocinar. Después, si cuando estaba por meter un bocado a mi boca aparecía otro pensamiento intrusivo, tenía que tirarlo. Mi boca salivaba por el estímulo, yo sentía hambre, y aun así no era capaz de comer.

Mis días estaban ocupados, en un 90 o 95%, por compulsiones. El único momento en que no compulsionaba era cuando conseguía quedarme tirada en la cama, descansando la mente. Me sentía agotada cada día. En algunas etapas fue necesario que mi mamá o mis amigos me agarraran de los brazos y me llevaran a comer. Yo estaba con muy poca energía, y no tenía la posibilidad de autoproveerme de las cuestiones más básicas y vitales. Fue muy necesario tener apoyos y, sobre todo, inmediatamente disponerme a la terapia. No es fácil recibir ayuda. Aunque entendía que el apoyo era necesario, me enojaba muchísimo que me expusieran a lo que yo consideraba riesgos. El nivel de alianza que hacemos con los síntomas y el ciclo del TOC puede ser muy grande.

Aprender a aceptarme a mí misma

Las recompensas son importantes. En un momento, me gustaba mucho un chico, y quería verme bien para él. Yo no tenía ropa, me vestía con pocos trapitos que conservé. No quería ni podía ponerme nada más. Pero, por él, logré entrar a una tienda y comprarme una remera. Me la puse sin lavar, aun sabiendo que para el TOC era de lo peor que podía hacer. El nivel de motivación que tenía era gigantesco, y yo lo sabía, entonces aprovechaba eso para poder disponerme a esas exposiciones, que eran tan difíciles. Sentí muchísimo malestar, como una alarma en toda la piel, en todo el cuerpo. Fue difícil no ceder a la compulsión de sacármela. Una vez que pasa un rato, el cerebro aprende que no hubo peligro y la ropa deja de arder. Es muy claro el proceso.

Cuando la ansiedad está elevada, la sensación es que es el fin del mundo. Una vez que la remera está puesta, al ratito la ansiedad se flexibiliza mucho. El verdadero reto consiste en superar el obstáculo inicial. Creo que no sería plenamente yo misma sin mi TOC. Sigue siendo una parte de mí, como todas mis otras facetas. Sin embargo, debemos entender que nuestro diagnóstico no nos define como individuos. Seguimos siendo seres multifacéticos con mucho más que ofrecer que nuestras luchas.

Yo tenía mucho enojo de no poder ser neurotípica, de no poder hacer las cosas que hacían los demás. Me daba mucho resentimiento. Sentía tristeza por no poder estar caminando en patas en una playa o abrazando a mi familia, o teniendo pareja, hijos. Sentía que todo estaba prohibido para mí.

El camino hacia la recuperación

Con el tiempo, aprendí a navegar a través de mi experiencia única. Descubrí formas de transformar mis retos en contribuciones y de ofrecer apoyo a los demás. Sigo teniendo dificultades en algunos aspectos de mi vida. Todavía me cuestan algunas cosas. Camino por la calle hacia un bar que queda a cuatro cuadras y necesito que mi amiga Andrea me espere en la esquina. Ese refuerzo o premio me motiva. En algunas exposiciones que hago, el premio más grande es ver a mi mamá emocionada, a mi papá con una sonrisa, a una amiga que se pudo sentar a tomar una birra conmigo en un bar y no da más de la alegría de recuperarme. Estos momentos me proporcionan una inmensa alegría en mi recuperación. La vez que volví a abrazar a mi papá me emocioné mucho. A él y a mi mamá los veo grandes y siento que ya no tengo ganas de seguir perdiendo oportunidades de contactar con ellos y compartir momentos.

Creo que mi TOC ha pasado de severo a moderado. Ahora, debo determinar cómo llenar ese espacio que ya no ocupa el TOC y gestionarlo eficazmente. El fantasma de la recaída siempre está, es un trastorno crónico, pero ya tengo herramientas aprendidas gracias a la terapia de exposición y prevención de la respuesta. Una mala semana o un mal día no significa que las mejorías se derrumban. Estoy preparada para superar esos retos y seguir avanzando.

Las personas con TOC no son delirantes. Somos plenamente conscientes, en mayor o menor medida, de que estos pensamientos intrusivos no tienen sentido, pero nos cuesta desprendernos de ellos. Nuestra mente y nuestro cuerpo intentan protegernos, aunque de forma exagerada e irracional. A nivel mundial, la banalización del término TOC es desgraciadamente habitual. Esta banalización retrasa el tratamiento y el diagnóstico de muchas personas que realmente necesitan ayuda. Debido a la representación humorística del TOC, pueden sentirse avergonzados de buscar apoyo.

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