Día a día, vivo con microrracismos de todo tipo, sin importar dónde esté. Nací y me crié en Colombia, pasé unos años en Alemania y ahora resido en Argentina. Fui testigo de cómo la discriminación cambia, se adapta y toma formas diferentes en cada lugar, pero todo empezó en mi infancia.
BUENOS AIRES, Argentina — Soy una mujer negra y la conciencia racial fue una parte integral de mi vida desde la infancia. Caminando por la calle con mi mamá en Pereira, Colombia, a menudo nos encontrábamos con gente que se acercaba para tocarnos la piel o el pelo. Era una niña y me sentía muy incómoda, avasallada. Lamentablemente, era algo cotidiano y me acostumbré a eso. En ningún momento me puse a pensar en lo anormal o inaceptable que era ese comportamiento.
Recién ahora, a mis 33, tengo plena conciencia de la magnitud de esos momentos. Fueron determinantes en la forma en la que desarrollé la conciencia que tengo de lo que significa ser una persona negra en Latinoamérica.
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Día a día, vivo con microrracismos de todo tipo, sin importar dónde esté. Nací y me crié en Colombia, pasé unos años en Alemania y ahora resido en Argentina. Fui testigo de cómo la discriminación cambia, se adapta y toma formas diferentes en cada lugar, pero todo empezó en mi infancia.
En el colegio la pasaba mal, recibía todo el tiempo comentarios indeseables. Se volvía agotador estar todo el tiempo alerta, anticipándome a los ataques, preparando respuestas. Volvía a mi casa sintiendo el peso de esas experiencias en mis espaldas. Me sentía indefensa. Me sentaba en mi cama por las noches y la intensidad de las emociones me abrumaba, al punto en que llegaba a culparme a mí misma.
Mis padres se sentaban a mi lado y me hablaban de lo que estaba pasando. Con su ayuda, comencé a entender que el problema no estaba en mí, sino que quienes tienen que cambiar son los racistas. Mi mamá y mi papá son negros y siempre mantuvieron una conexión profunda con nuestra herencia étnica, mi casa se convirtió en un santuario, en mi lugar seguro.
Me enseñaron a separarme de la narrativa social que reduce la vida de los negros a una historia de esclavitud. Es muy difícil convencer a un niño de que ser negro es hermoso y valorable en ese contexto. Mi familia rompió esas limitaciones. En lugar de enfocarse en una historia de opresión, mi mamá y mi papá me enseñaron que teníamos ricos reinos, imperios en expansión, y la profunda conexión de mis antepasados con la tierra.
Empecé a enorgullecerme de mi negritud, a conectarme con ella desde un lugar de fortaleza, una cultura y una herencia vibrantes. Me encontré mirándome al espejo, experimentando con la textura única de mi pelo. Una sonrisa llenó mi cara y me sentí realmente hermosa.
En mi familia todos bailan y tocan instrumentos. Tenía cinco años y cada reunión familiar era una fiesta. Mis tíos tocaban tambores y timbales mientras bailábamos ritmos afrocolombianos. La música flotaba a través del aire, nos electrizaba y nos convertía en un solo cuerpo. Mi papá me agarró la mano y bailó conmigo, nos movíamos con la música. Cuando empecé a saltar fuera de ritmo, me frenó. “No, vamos a bailar en serio”, me dijo. Amablemente me guió de nuevo dentro del ritmo de la música.
Cuando bailamos, honramos los rituales de nuestros antepasados. Ellos bailaban como una forma de resistencia a lo que les imponían al llegar a estas tierras. Cuando la gente dice, “Está en su sangre”, me da risa. No, practicamos este ritual desde nuestras infancias. Le damos mucho valor, refleja nuestra esencia cultural.
A los 12, expandí mi mundo y fui a escuelas de música y teatro. El teatro se convirtió en un espacio donde pude abrazar mi identidad sin tener que estar explicándome. Como mi casa natal, se volvió un santuario. En cada personaje que hago, plasmo mi propia identidad. Ahí experimenté una nueva sensación de libertad. La llevé conmigo cuando me aventuré en el mundo.
Cuando llegué a Argentina, busqué reunirme con personas afrodescendientes y conocer la historia local. Fue triste descubrir que, a pesar de que hay una comunidad afrodescendiente activa y vibrante, la sociedad en general conoce muy poco sobre su historia.
Mientras revisaba las historias afroargentinas, me topé con una que me impactó, la historia de Remedios del Valle. Avancé en las páginas y aprendí sobre una prócer negra que fue muy importante en la lucha independentista de Argentina. [Durante las guerras de los años 1800s, esta mujer negra les ofrecía comida a las tropas, servía como enfermera y eventualmente tomó las armas junto a su esposo e hijos].
Decidí rescatar la historia de Remedios y llevársela a la gente. Creé una obra sobre su vida, la produje y colaboré en la escritura junto a los autores. Mientras la gente observa la obra, miro cómo sus caras brillan de sorpresa y emoción.
Remedios es una puerta de entrada. Revela una historia oculta que se invisibilizó durante mucho tiempo. Me gustaría que en los medios masivos realmente se refleje la sociedad; una en la que se disipe el mito de que este país es solamente blanco y descendiente de europeos. Quisiera que haya una representación más diversa, que incluya a los negros en Argentina.
Soy más que sólo una mujer negra; poseo muchas y complejas facetas. A veces resulta agotador insistir con estos temas. Creo que no es soIamente nuestra responsabilidad. Sino que la sociedad en general tiene que interesarse y moverse para corregir estas injusticias.
Aún así, veo que Argentina está avanzando. La gente está interesada en aprender, muestra ganas de entender. Hay una paradoja, una contradicción. Mientras la historia negra del país permanece invisible, la sociedad está abierta al cambio. Contamos con el espacio necesario para crear una discusión, y ahí continúa mi trabajo.
Cada mes me reúno con afrodescendientes de toda latinoamérica. Nos llamamos Africanize, irónicamente, para enfrentar a los racistas que nos reclaman que volvamos a África. De hecho, nuestra existencia es una forma de rebelión. El plan para nuestros ancestros era exterminarlos. Quienes tenían el poder, los enviaron a la guerra, les dieron las tareas más duras y no les dieron atención médica cuando enfermaron. Hoy ocupamos espacios para honrar el coraje de quienes estuvieron antes que nosotros. Celebramos la vida.