Solía presenciar y padecer profundamente el maltrato y las violaciones a derechos que ocurrían en el centro carcelario. Era común ver cómo gaseaban a mis compañeras, las tiraban esposadas al piso y las pateaban, les negaban la comida, las encerraban y les echaban agua sin permitirles secarse después. A esto se le sumaba la situación de hacinamiento, el limitado acceso al agua, el mal estado del establecimiento en general y del mobiliario de las celdas. El ambiente allí era hostil y frío, y las situaciones de violencia y los tratos crueles eran sistemáticos.
BOGOTÁ, Colombia – Pasé nueve años y tres meses en una prisión. Recuerdo la angustia, el dolor que me provocaba dejar a mi hija tan pequeña sin los cuidados que yo podía proporcionarle. Revivir mi tiempo en prisión es evocar sentimientos de sufrimiento e impotencia.La cárcel es un mundo de sombras forjadas de un material difícil de disipar: desprecio social.
Por este espiral de violencias que no parecía tener final, decidí convertirme en una defensora de derechos humanos de las mujeres encarceladas y de aquellas que han salido de prisión. Cofundé y dirijo la organización Mujeres Libres Colombia. Trabajamos dentro y fuera de la cárcel para crear un cambio sistémico que incluya la salud menstrual de las mujeres.
Una mujer en prisión paga dos y hasta tres condenas, ya que no solo sufre la privación de su libertad sino que se ve enfrentada a la separación de sus hijos, hijas y de su familia. Separación que muchas veces genera toda una crisis familiar y económica que difícilmente puede solventar la mujer que permanece encerrada.
Para mí tener que separarme de mi hija, de tan solo cuatro años de edad en esa época, fue el acabose. Este hecho me marcó para siempre. Cuando hablaba con mis compañeras en la cárcel, ellas me expresaban que también se sentían así por la separación que tuvieron que afrontar de sus propios hijos, hijas y familias. Vivíamos entonces en medio de un desarraigo compartido.
Solía presenciar y padecer profundamente el maltrato y las violaciones a derechos que ocurrían en el centro carcelario. Era común ver cómo gaseaban a mis compañeras, las tiraban esposadas al piso y las pateaban, les negaban la comida, las encerraban y les echaban agua sin permitirles secarse después
A esto se le sumaba la situación de hacinamiento, el limitado acceso al agua, el mal estado del establecimiento en general y del mobiliario de las celdas. Pero eso no era todo. Las necesidades específicas y diferenciales que teníamos como mujeres no eran suplidas.
Solo nos entregaban diez toallas sanitarias para sobrellevar tres meses de menstruación. Esta cantidad era insuficiente y no tenía en cuenta a las mujeres que, como yo, padecían condiciones médicas especiales en este aspecto. Yo sufría de hemorragias severas y de cólicos muy fuertes, sin embargo, no había atención médica especializada adecuada que me permitiera solventar esta situación.Los profesionales asistían una vez al mes y atendían a un número limitado de mujeres. Los resultados de los exámenes no eran entregados.
Ganaba dinero con actividades ocupacionales en la prisión y con trabajos manuales complementarios que ofrecía a otras mujeres. Con el tiempo tuve suficiente para comprar toallas, pero sin una red de apoyo fuera de la prisión, tuve que pedirle a mi hija que me las comprara.
Algunas mujeres que no contaban con los recursos suficientes ni con familiares que las apoyaran, utilizaban pedazos de colchoneta, telas y algodones para crear tampones y productos caseros.Esto, por supuesto, aumentaba el riesgo de sufrir infecciones. Ante la falta de atención especializada el ciclo de vulnerabilidad en términos de salud menstrual se repetía una y otra vez.
Cuando salí de la cárcel ydespués de tener la posibilidadde acceder a medicina especializada por mis hemorragias y dolencias,tuvieron que realizarme una histerectomía ante las afectaciones irreversibles que tenía en mi sistema reproductivo producto de la falta de atención médica. Actualmente solo tengo un ovario.
Esto me cambió la vida tanto física como emocionalmente. Tener síntomas de menopausia siendo tan joven es muy duro, y aceptar personalmente esta situación aún más. Mis derechos en prisión fueron vulnerados y derivaron en esta situación tan dolorosa para mí.
Por este espiral de violencias que no parecía tener final, decidí convertirme en una defensora de derechos humanos de las mujeres encarceladas y de aquellas que han salido de prisión.A pesar de que sabía poco sobre defensa de derechos, pronto entendí que la situación que vivíamos en el centro de reclusión era injusta e inhumana.
Empecé a hablar individualmente y como parte de un grupo sobre cosas como la dieta, las condiciones de los comedores y la disponibilidad de tampones y toallas sanitarias. Por fin llegó la aceptación y empezamos a ver cambios.
Cuando salí de la cárcel me contactó la Corporación Humanas y empecé a trabajar con ellas. Yo realizaba entrevistas para conocer la situación de mujeres que habían salido de prisión.Por medio de esta labor conocí y comprendí aún más la difícil realidad de esta población, a la que yo también pertenezco, en materia económica y social.
Descubrí de qué manera estas mujeres se enfrentan al desempleo y a la estigmatización por sus antecedentes penales, lo cual deja las puertas abiertas para que algunas, ante la desesperación, vuelvan a cometer delitos e ingresen en negocios ilegales. Las mujeres además sentían que estas reuniones eran espacios seguros y de escucha, puesto que en sus casas no podían comentar libremente sobre su experiencia en la cárcel y las dificultades que tenían fuera de ella. Yo me sentía dichosa de poderles proporcionar ese espacio de alivio.
He contribuido en el desarrollo del tercer al décimo informe de la Comisión de Seguimiento del Estado de Cosas Inconstitucional que se presenta en materia carcelaria representando anteriormente a la Corporación Humanas y, actualmente, a Mujeres Libres. Poco a poco empecé a conocer la normatividad y los reglamentos internacionales creados con el fin de garantizar el bienestar de la población de mujeres en cárceles. Francamente, estaba sorprendida de conocer y leer los lineamientos y principios que se debían cumplir en los centros de reclusión. Quedé anonadada cuando supe que, según las Reglas de Bangkok, reglas mínimas para el tratamiento de las mujeres encarceladas, los productos de salud menstrual debían entregarse gratuita y oportunamente.
Las exreclusas que conocí a través del proceso de entrevistas se sorprendieron al conocer estas normas, así que decidimos actuar. Reuní a ocho compañeras y en 2018 fundamos Mujeres Libres. Hablamos con mujeres exreclusas de otros países y en 2021 comenzamos una campaña sobre salud menstrual y uso de la copa menstrual. Empezamos a ver que los problemas persistían no solo en Colombia, sino en todo el mundo.
Nunca olvidaré cuando un colega dijo: «Parece que han hecho un manual de lo que no hay que hacer, y luego lo han aplicado en todo el mundo». Mujeres Libres decidió hacer algo más que recoger productos y distribuirlos. Decidimos actuar en beneficio de todas las mujeres encarceladas en toda Colombia.
Entramos en contacto con congresistas y ex- representantes y realizamos asesoría desde nuestra experiencia para gestar un proyecto de ley sobre salud menstrual que tuviera como norte dignificar la menstruación en las cárceles, promoviendo el acceso gratuito y suficiente a implementos para garantizar el cuidado menstrual. Ese proyecto hoy en día es ley y beneficiará a la totalidad de las mujeres en cárceles de Colombia.
Ahora, las mujeres de otros países que vieron nuestro esfuerzo están empezando a organizarse. Tenemos Mujeres Libres Chile, Mujeres Libres El Salvador, y varias otras organizaciones latinoamericanas dirigidas por mujeres liberadas de la cárcel y sus familias. Juntas, formamos una red que se extiende hasta Estados Unidos, Canadá, España, Asia y cinco países de África.
Actualmente estamos cerca de que otro proyecto de ley se haga realidad en Colombia, esta vez sobre alternatividad penal para mujeres cabeza de familia que han cometido delitos menores, por el que luchamos y ayudamos a reformular partiendo desde nuestra experiencia desde el 2019 junto a otras organizaciones convocadas por el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Estoy feliz, orgullosa y conmovida. Mi mensaje para las mujeres que están actualmente privadas de la libertad o que sufren las consecuencias de la privación es que no están solas. Sé que las organizaciones sociales, gubernamentales y sectores de la academia repiten esto constantemente, pero mis compañeras y yo hemos sufrido directamente la realidad de la cárcel y estamos luchando y velando para que se cumplan los derechos humanos dentro de estos establecimientos.
Después de nueve años y tres meses en una prisión siento que hay esperanza. Jamás voy a poder negar que esta experiencia me cambió la vida, sin embargo, considero que soy una mujer resiliente. Hoy en día siento que tengo muchas ganas y fuerza para seguir trabajando en pro de los derechos de mis amigas, compañeras y de sus familias.
Las mujeres, en todo contexto y en toda situación, merecemos respeto y una vida sin violencia. Nos aseguraremos de que las voces de las mujeres de nuestro país, antes silenciadas, sean ahora escuchadas.