El 12 de febrero de 2021, mi hijo y yo nos sumamos a las protestas chilenas para exigir la libertad de los presos políticos. La situación se agravó rápidamente. Los vehículos policiales estallaron en llamas, provocando una experiencia caótica.
SANTIAGO, Chile – La primera semana de febrero de 2021 estuvo llena de tensión, resaltada por las misteriosas muertes de tres manifestantes chilenos. El 12 de febrero, mi hijo y yo fuimos a Plaza Dignidad, un lugar conocido por manifestaciones públicas, para unirnos a otros para exigir la liberación de los presos políticos. El aire se sentía pesado y la gente estaba preocupada porque la policía se comportaba de manera errática.
Cuando la policía arrestó a mi hijo Nicolás durante la manifestación, nuestra familia quedó profundamente conmocionada. Esto desató una oleada de tensión financiera y emocional en nuestra batalla por su libertad. Después de navegar por el sistema de justicia, Nicolás finalmente salió de la prisión preventiva en marzo de 2021. Sin embargo, todavía se enfrentaba a un juicio, que tuvo lugar en septiembre de este año. El tribunal lo condenó a 10 años de prisión, un veredicto basado en gran medida en los testimonios de agentes encubiertos.
Esta batalla de casi tres años me transformó en un dedicado defensor de los derechos humanos y un investigador diligente, que ahora lucha incansablemente por justicia para Nicolás y otras personas atrapadas en este sistema implacable.
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El 12 de febrero de 2021, mi hijo y yo nos sumamos a las protestas chilenas para exigir la libertad de los presos políticos. La situación se agravó rápidamente. Los vehículos policiales estallaron en llamas, provocando una experiencia caótica. En medio de este tumulto, mi hijo Nicolás y yo nos encontramos con un ataque repentino por parte de dos agresores. Poco después, un grupo confundió a Nicolás con un agente encubierto y lo agredió brutalmente antes de secuestrarlo en una camioneta. Me quedé sola, sorprendida y abrumada mientras se llevaban a mi hijo.
Después de su arresto, Nicolás pasó 13 meses y seis días en prisión preventiva, lo que me obligó a dedicarme por completo a su liberación. Dejé mi trabajo y busqué apoyo psicológico para mí y mis nietos mientras afrontábamos la terrible experiencia.
Mi campaña por su libertad adoptó muchas formas: huelgas de hambre, protestas dramáticas desde puentes, encadenarme en la catedral y asegurarme de que su rostro fuera visible en todas partes. Caminé por las calles con su fotografía, levanté pancartas durante las marchas y abogué incansablemente por su libertad y la de otros prisioneros. Nuestro grito de guerra, «No estamos todos, falta Nicolás», se convirtió en un símbolo de nuestra lucha.
Ver a Nicolás sufrir en prisión, especialmente con las comidas vegetarianas inadecuadas, me dolió profundamente. La mala alimentación de la prisión provocó una notable pérdida de peso, un espectáculo angustioso para cualquier padre. Lo protegí del estrés adicional manteniendo los problemas externos y familiares fuera de nuestras conversaciones.
A pesar de estas dificultades, encontré consuelo y solidaridad con las familias de otros prisioneros, formando una comunidad muy unida. Nicolás se mantuvo resiliente y se refugió en los deportes y en la modesta biblioteca de la prisión. Destacó en el ajedrez y continuó con sus actividades intelectuales, manteniendo su espíritu contra todo pronóstico. A través de la adversidad, nuestro vínculo se fortaleció y nuestra determinación nunca flaqueó.
La batalla financiera y emocional pasó factura. Agotó mis ahorros y acumuló elevadas fianzas y honorarios legales. Me acerqué a la comunidad en busca de apoyo. Sin embargo, esto sacó a la luz la pesada carga financiera que a menudo soportan las familias, dejándonos agotados y desesperados.
Este viaje a través del sistema judicial no sólo mostró el amor de una madre. También dejó al descubierto los duros desafíos que enfrentan las familias al luchar por los derechos y la dignidad de sus seres queridos. Durante una fase crucial de la lucha legal de Nicolás, una medida cautelar cambió la batalla. Nuestro equipo legal invocó con éxito el derecho internacional.
Como resultado, las audiencias se hicieron públicas en medio de una intensa presión social. El tribunal redujo condicionalmente la fianza de Nicolás de 40 millones a 20 millones de pesos, lo que marcó un importante punto de inflexión. A pesar de lo mucho que había en juego, pusimos en garantía la casa de mi madre como garantía del vínculo. Al final, nuestra perseverancia logró la liberación de la prisión preventiva de Nicolás el 18 de marzo de 2022.
El reencuentro con Nicolás nos llenó de una alegría indescriptible. Se reconectó con entusiasmo con amigos y disfrutó de las comodidades del hogar, en particular de su querida colección de libros. Su nuevo aprecio por las alegrías simples, como su colchón, subrayó las brutales privaciones de la vida en prisión.
Tres meses después, Nicolás dio un paso adelante, asumiendo un puesto de profesor de matemáticas y avanzando en sus estudios. A pesar de la sombra de la prueba en curso, se sumergió en el trabajo y el aprendizaje, obteniendo una inmensa satisfacción.
El juicio comenzó el 25 de septiembre de 2023 y concluyó rápidamente en solo 10 días. Escuchamos atentamente mientras 33 chilenos, entre ellos expertos y policías, daban sus testimonios. Estos testimonios desgarradores dejaron al descubierto la vigilancia y la infiltración en las protestas.
El tribunal condenó a Nicolás a 10 años de prisión, basándose principalmente en relatos polémicos de agentes encubiertos. Sin embargo, ningún experto pudo vincularlo de manera concluyente con el crimen. Nuestra familia tomó el veredicto como un golpe impactante, que llenó nuestros corazones de dolor. Las lágrimas brotaron de los ojos de todos mientras abrazábamos a Nicolás, luchando por aceptar el veredicto.
Ahora estamos apelando ante la Corte Suprema de Chile, con la esperanza de lograr avances para junio de 2024. Nuestro objetivo es claro: un juicio justo que remedie lo que consideramos la sentencia punitiva inicial. A lo largo de esta terrible experiencia de tres años, me he convertido en una feroz defensora e investigadora de los derechos humanos, sumergiéndome en evidencia y legalidades para librar esta compleja batalla.
Recientemente, también me enfrenté a una detención en una protesta junto con otros activistas. Esta experiencia fue aterradora y esclarecedora. Mostró los enormes desafíos de buscar justicia, galvanizando mi determinación. Este viaje, lleno de sacrificio personal y una lucha contra un sistema implacable, solo ha fortalecido la determinación de nuestra familia. Mientras esperamos la revisión de la Corte Suprema, nuestro espíritu permanece inquebrantable, impulsado por la esperanza de justicia y un mañana mejor.