Nuestros abuelos decían que los espíritus duermen y nosotros los despertamos mediante la vibración de la danza y el canto. A través de mis experiencias, llegué a creer -como los Ucornos de Tolkien- que los árboles sirven de hábitat a las almas de nuestros antepasados. La fotografía me permitió captar su despliegue, percibir otra realidad e interpretarla y traducirla para que otros la vieran.
BOGOTÁ, Colombia ꟷ Caminé por el bosque, maravillada por los grandes árboles entre la niebla y el frío. Mis manos movían la cámara, tomando fotos, como si tuvieran intuición propia. El viento rozaba las hojas, y yo caminaba como si buscara la respuesta a algo. Las imágenes me encontraron -me buscaron- y capturé su belleza. Entre la creación, dialogué con la naturaleza. Caminando por los senderos, sentí que una presencia me acompañaba, llevándome a espacios inimaginables.
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De niña, veía a mi padre pintar y hacer cuadros. Me enseñó a utilizar el óleo y el aerógrafo, pero el trabajo me resultaba difícil con herramientas tan antiguas. Arrastrar su pesado equipo me cansaba y ahogaba mi creatividad. Quería más. Con la fotografía, empecé desde el principio: revelando fotos extendidas sobre una larga mesa. Mi pasión se disparó y recuerdo a mi madre diciendo: «Es la artista de la familia».
Cuando mi padre me compró mi primera cámara, hice retratos de personas. Una tarde, en una manifestación pública, un hombre me atacó con una piedra por hacerle una foto. Me obligó a renunciar y empecé a estudiar sociología, caminando entre los indígenas. Sentí mucha empatía y en las excursiones me centré en la fotografía social, combinando mis fotografías con dibujos de paisajes. Entonces ocurrió algo muy fuerte.
Un día, con un grupo de jóvenes, una chica nos propuso hacer un baile para saludar al bosque. Unimos nuestras manos y, en cuanto dimos la primera vuelta, un fuerte viento rozó nuestros cuerpos como una respuesta. Me sentí aturdida. Bailamos y pedimos que lloviera. Cuando terminamos, nos propusimos cerrar aquella puerta espiritual para no desatarla ni dejarla abierta. Al mismo tiempo, no sabía cómo manejar las poderosas fuerzas de la naturaleza. Hoy, cuando veo pasar una bandada de pájaros, creo que es la divinidad que pasa a través de nosotros. Una concepción natural -un dios inminente- se manifiesta en el canto de los pájaros, el viento y su arrullo.
Empecé a estudiar y a integrar la antigua tradición de los chamanes en mi trabajo fotográfico. Aprendí de mis maestros a mirar a través de la «cola del ojo», una técnica para buscar una nueva percepción a través de una visión alternativa. La mayoría de la gente mira en ángulos de 45 o 90 grados. Yo aprendí a ver a 360 grados. No miro a los sujetos anatómica o estructuralmente, sino que tomo las fotos y veo lo que ocurre en ellas. Mientras examino los resultados, siento cómo funciona mi tercer ojo.
Con esta técnica, a medida que las imágenes se desplegaban a través del proceso digital, en mis fotos de los árboles veía mesones azules [o partículas subatómicas]. Integré los tunjos de mis antepasados en las imágenes. [Los indígenas muiscas de Colombia creaban tunjos, o exvotos, y los colocaban por todo el territorio debajo de lugares emblemáticos. Se creía que eran puertas a mundos diferentes].
Nuestros abuelos decían que los espíritus duermen y nosotros los despertamos mediante la vibración de la danza y el canto. A través de mis experiencias, llegué a creer -como los Ucornos de Tolkien- que los árboles sirven de hábitat a las almas de nuestros antepasados. La fotografía me permitió captar su despliegue, percibir otra realidad e interpretarla y traducirla para que otros la vieran.
Creo que las mentes primitivas percibían más que nosotros hoy. Comprendían a los guardianes, espíritus y seres que existían en los árboles. Hoy vemos los árboles como madera para cortar y nada más. Carecemos de una comprensión espiritual y la cultura contemporánea hace que esto sea fácil de borrar. Aunque tenemos percepciones, vemos a nuestros antepasados como seres sin alma. Veo a los abuelos sabios surgir de una presencia invisible, reivindicada en las imágenes que creo. Este universo que intento comprender sigue formando parte de la visión del cosmos de muchos pueblos antiguos del mundo.
En mi colección Mensajes de los Árboles concientizo a través de mis imágenes, mostrando que no vivimos solos. Existe una presencia a nuestro alrededor que no vemos. A través del aura de la meditación, podemos reconocer otras dimensiones como capas de una cebolla que interpretamos juntos. Gabriel García Márquez decía que en sus escritos busca que le quieran más. Yo me siento así. Con mi arte, puedo comunicarme con la gente, y ellos responden con mucho cariño. Recuerdo a un chico que me dio las gracias por este proyecto porque le abrí horizontes. Tenía una visión limitada del mundo y, a través de Mesajes de los Árboles, empezó a tener una visión de 360 grados.
Aunque en Colombia sigue siendo difícil vivir del arte, yo sigo adelante. Viajo a las montañas y hago senderismo para descubrir mi pasión. A través de mis obras de arte presento una cartilla de nuestra ascendencia mediante una instrucción didáctica o moral. Los que compran mis obras suelen ser extranjeros que buscan bellas imágenes como recuerdo.