Cuando tomé la decisión de quedarme en esta tierra, lo hice con la convicción de que solo sería con la misión y propósito de ser un puente entre los viajeros y las comunidades indígenas de este territorio.
INÍRIDA, Colombia—A los 19 años estaba buscando mi siguiente paso.
Crecí en Bogotá y había estudiado música en una universidad allí, pero tuve que irme por problemas económicos. Decidí viajar de mochilero por Colombia después de eso, lo que resultó en el robo de la mayoría de mis pertenencias. Con solo la ropa que llevaba puesta, regresé a Bogotá, pero no por mucho tiempo.
Mis padres me dieron el pasaje aéreo para venir por primera vez a la región del Guainía, y ahí empezó mi proceso de dejar atrás muchas cosas, cosas que no me llenaban, que no me permitían ser feliz.
Acabé en Guainía gracias a un tío abuelo que era vacunador en el hospital. Viajó solo por comunidades aisladas para vacunar a la gente. Todavía lo recuerdan. Incluso hay lugares recónditos de este territorio a los que he venido y cuando me preguntan quién soy les respondo que soy sobrino de Misael Mora y eso me ha abierto muchas puertas.
Aunque mi tío se enfermó y tuvo que irse a vivir a Meta, en el oriente de Colombia, también vivió en Vichada, en medio de la vecina región de la Orinoquía. Estas tierras tienen ese poder y esa magia para atrapar gente.
Cuando llegué a Inírida por primera vez, los vecinos me decían muchas veces que me iba a quedar. La verdad era que estaba buscando la independencia.
Yo ya había dejado la casa de mis padres y el lugar donde crecí, y tampoco quería quedarme en esta ciudad. Sin embargo, cuando encontré este lugar me pareció que estaba viviendo un sueño, era una especie de déjà vu.
Aquí utilizan un término que se asocia con estar enamorado, con sentirse maravillado y atraído: «pusana». Probablemente sea una palabra en alguna lengua indígena, no sé, pero lo que sí sé es que este lugar me “empusanó”. Me atrajo la esencia de la Amazonía, la historia de los antiguos pueblos que han habitado este lugar, los increíbles aromas de la multitud de flores y plantas.
A veces extraño la cordillera de los Andes de mi ciudad natal, pero nunca dejo de asombrarme con este lugar que ahora considero mi hogar. Conocer esta selva, toda esta inmensidad, ha sido el viaje de mi vida.
Lo que más me impactó la primera vez que vine fue que encontré lugares con los que había soñado. En ese momento dibujaba mucho, sobre todo cosas abstractas, y me preguntaba sobre el límite de lo que la naturaleza podía crear. Ella misma me mostró lo que era posible.
Antes de iniciar este proyecto, sentía que mi pasión era la música, las artes, ciertamente no el turismo. Incluso trabajé como músico y también realicé talleres con comunidades locales para el Ministerio de Educación. Eso me permitió conocer muchos lugares de Guainía, así como sus contextos sociales y ambientales. Cuando no estaba trabajando como instructor, era artesano, haciendo atrapasueños que me pagaban meses de alquiler.
Empecé a explorar varios lugares con amigos, organicé todo para ellos: transporte, comida, logística. Entonces, lo hacía sin cargo, por el placer de caminar y viajar.
En 2012 realicé el primer viaje a los cerros de Mavicure. He hecho ese viaje más de 30 veces desde entonces. Es un lugar mágico y poderoso.
Mi propuesta ecoturística, Nofako, que significa “Soy un río de aguas oscuras”, nació en 2018 con la idea inicial de montar un albergue. Con un amigo presentamos la propuesta y ganamos unos cursos de emprendimiento y fondos del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Colombia.
Ya teníamos todo listo para iniciar el emprendimiento del albergue, pero el gobernador en ese momento robó ese dinero y terminó en la cárcel mientras nosotros nos quedamos sin recursos para sacar adelante el proyecto. Sin embargo, me enseñaron cómo construir la propuesta, y el proyecto y las ideas estaban listas para funcionar.
Ya no tenía los recursos para el albergue, pero sí tenía un amigo que quería montar una granja de mariposas. Sugerí que lo hiciéramos juntos y también incluyéramos el tema de las orquídeas. Adaptamos un pequeño lote que poseía y comenzamos a realizar talleres de educación ambiental. Sin embargo, en marzo de 2020 llegó la pandemia del COVID-19 a Colombia y tuvimos que suspender todo.
No todo estaba perdido. Ese año, trabajamos y mejoramos nuestra tierra. También comenzamos a rescatar orquídeas y bromelias de áreas deforestadas, y esta conservación ex situ nos llevó a considerar la idea de expandir nuestro emprendimiento. Debido al pequeño tamaño del lote, comenzamos a explorar nuevos caminos y diferentes rutas, lo que nos llevó a recorrer caminos ancestrales olvidados. Queremos retomarlas dentro de las propuestas de las rutas ecoturísticas que promuevo a través de Nofako.
Nuestro sueño es poder llevar desarrollo a las comunidades locales a través del turismo, que ellas sean las principales beneficiarias. No ha sido fácil, y otros problemas importantes, como la deforestación en beneficio de la ganadería, así como la tala y la quema, también amenazan la zona.
Mucha selva ha caído en el territorio ancestral, y rodeando a Inírida existen muchos lotes con ganado que antes eran monte, selva, bosque. Saber esto también es parte de la experiencia de visitar esta región.
Antes de comenzar este proyecto de Nofako, nunca se me pasó por la cabeza operar un negocio de ecoturismo. Pero cuando tomé la decisión de quedarme en esta tierra, lo hice con la convicción de que solo sería con la misión y propósito de ser un puente entre los viajeros y las comunidades indígenas de este territorio.