Tras fichar por la Juventus, Dalila Ippolito se convirtió en la primera futbolista argentina en jugar en Italia.
PARÍS, Francia — Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi por primera vez el estadio Parque de los Príncipes.
Imponente y con su césped impecable. Asombroso. Parecía una alfombra sobre la que querías acostarte y dormir.
Vi a mis compañeras desde el banquillo con asombro. Más que nada, quería poner un pie en el campo y escuchar el rugido de los más de 20.000 aficionados alentándonos.
Entonces llegó mi momento. Los minutos pasaron volando y dejé en el campo todo lo que tenía. Allí, nada más importaba.
Recuerdo que me llamó el entrenador Carlos Borrello. Abrí los ojos más que nunca. Sentí como si mi corazón saliera de mi cuerpo.
Honestamente, no pude escuchar lo que me dijo. Todo, la euforia, la adrenalina, se apoderó de mí, me llevó al Parque de los príncipes.
Lo único que escuché fue: «Entrá y disfrutá».
Y eso era todo lo que necesitaba.
Es surrealista pensar que luego de cinco años de mi primera aparición en la Primera División de Fútbol estaría vistiendo la camiseta número 10 en el Mundial de Francia.
Yo, una jugadora argentina de 17 años, ya tenía un campo de fútbol con su nombre. Y no cualquier campo, sino que el del club en el que crecí.
Ahora tengo 18 años y juego en la Juventus de Italia.
Mi vida no es normal. Ha sido un viaje corto, rápido y lleno de emoción que aún continúa.
No me detengo. No me siento cómoda esperando.
Cuando tenía tres años, solía ir al campo donde mi padre jugaba con sus amigos para molestarlos. Y, cuando la gente me regalaba muñecos, solía arrancarles la cabeza para usarlos como balones.
Para mí, el fútbol es todo.
Jugué con mi hermano y mi primo en el barrio de Villa Lugano, Buenos Aires. Cuando no estaba jugando, pasaba horas mirando por la ventana de mi casa viendo a la gente jugar.
Nunca imaginé que, en unos pocos años, ese mismo césped llevaría mi nombre.
Con el apoyo de mi familia y amigos, el fútbol es el camino que elegí caminar desde el principio.
A diferencia de muchas chicas que juegan al fútbol en Argentina, yo no fui maltratada ni víctima de prejuicios. Ser mujer no ha frenado mi progreso.
La gente siempre me recibió con los brazos abiertos y me dio el espacio para hacer lo que quisiera.
Lamentablemente, sé que muchas futbolistas no tuvieron la misma oportunidad y sufrieron discriminación.
No se les permitió divertirse, ganarse la vida con el fútbol o incluso competir a un alto nivel.
Hoy, esa realidad está cambiando.
Las Pioneras comenzaron este movimiento y ahora están ganando reconocimiento.
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Nosotras como futbolistas seguimos luchando por nuestros derechos, por la igualdad, por lo que nos pertenece.
Recibí mucha ayuda desde el comienzo de mi carrera, por lo que estoy agradecida.
Me llevó algún tiempo comprender la complejidad del juego. Soy increíblemente afortunada de haber alcanzado un alto nivel en tan poco tiempo.
No me gusta decirlo, pero pocos jugadores tuvieron su primera aparición en la Selección Argentina a los 15 años.
Pero no siento la presión, al menos no del exterior.
Tengo presión interna porque quiero mejorar, día a día, para lograr aún más.
Hice mi primera aparición profesional cuando tenía 13 años vistiendo una camiseta de River Plate, el archirrival del equipo de mi familia, Boca Juniors.
Recuerdo que estaba muy nerviosa, pero llena de alegría. Siempre soy feliz en el campo de fútbol.
Cuando me tocó jugar los clásicos, mi padre quería que jugara bien, pero egoístamente, no para el equipo.
Lo máximo que pudo decirme fue: «Ojalá empaten».
River Plate fue el club que me permitió crecer.
Allí aprendí a ser una jugador profesional, a interactuar con el balón y a comprender el papel de la disciplina en el deporte.
Siempre lo di todo por mi club, y no me importaba mi fanatismo.
Después de River, fui a la UAI Urquiza, donde alcancé mi nivel más alto en Argentina. Allí, el club me abrió las puertas a la Selección Argentina de Fútbol y una carrera profesional en Europa.
Jugué 13 partidos en la UAI, incluido el torneo internacional «Copa Libertadores», donde marqué dos goles y dos asistencias.
Mi fortaleza es y siempre ha sido la rapidez con las piernas para eludir a mi rival. Mi habilidad para mover la pelota es lo que me abrió las puertas.
Entonces, llegó la llamada. Estaba con un amigo y casi no podía creer lo que escuchaba.
Tomé un avión y, después de 15 días de cuarentena, finalmente pude entrenar y conocer a mis compañeras.
Estar aquí me produce una inmensa felicidad.
Es un honor jugar en un club tan grande.
Jugar en Italia me emociona, pero nada se compara con jugar el Mundial de Francia 2019.
Mi sueño era jugar un Mundial. Sabía que sería difícil, pero luché para que sucediera.
Como el entrenador no me llamó para los partidos amistosos, pensé que no tenía posibilidades.
De repente, me llamó la semana pasada antes de publicar la lista de jugadores que irán a Francia.
Yo no lo podía creer.
Lo primero que hice fue contárselo a mi madre, que estaba más emocionada que yo. Gracias a mi familia y a la gente que me rodea, jugaría un Mundial.
Francia estaba llena de hoteles de lujo de cinco estrellas y una vida que ni siquiera había podido imaginar.
No sentí presión. Estaba ahí para divertirme.
Era como si todavía fuera la misma Dalila de mi barrio de Buenos Aires que sólo soñaba con jugar a este nivel.
Luego, el 24 de mayo, debuté contra Uruguay. Obtuvimos una victoria por 3 a 1.
He logrado más de lo que jamás podría haber soñado. Ahora quiero sobresalir en Italia y hacer historia con la Selección Argentina.
Después de que mi sueño de la Copa del Mundo se hiciera realidad, apareció una nueva meta en mi cabeza: el Balón de Oro.
Ahora, estoy luchando por lograr ese objetivo algún día.