La carga derramada flotó hasta la orilla como una gran marea blanca. Los pequeños perdigones se estrellaron contra las piedras y se esparcieron por la arena… Se sintió como una catástrofe ambiental.
GALICIA, España ꟷ A la orilla del mar, mientras las olas chocaban contra las rocas, aparecieron decenas de bolsas blancas, algunas enteras, otras rotas. Saliendo de las bolsas, la playa yacía cubierta de miles de diminutas bolitas de plástico. Era como si el océano devolviera lo que no pertenecía allí. Las playas de Galicia se pusieron en alerta máxima cuando la marea extendió los plásticos por [nearly 400 miles of coastline], desde Galicia hasta el País Vasco.
Un carguero llamado Toconao, que navegaba cerca de la costa portuguesa, arrojó 26 toneladas o 1.060 sacos de perdigones. También dejó caer otros contenedores que transportaban neumáticos y envoltorios de plástico. [Los contenedores se cayeron del barco a principios de diciembre de 2023. Los perdigones llegaron a la costa española en el Golfo de Vizcaya. También llamadas lágrimas de sirena o nurdles, estas bolitas se funden para fabricar productos como botellas de agua y bolsas de compras.]
La carga derramada flotó hasta la orilla como una gran marea blanca. Los pequeños perdigones se estrellaron contra las piedras y se esparcieron por la arena. La playa se inundó de plásticos, difíciles de limpiar por su diminuto tamaño, peso y color claro. Se sintió como una catástrofe ambiental.
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Al crecer en una familia de fareros, me convertí en médico. Sin embargo, mi vida dio un giro cuando me enamoré del surf. El deporte conquistó mi corazón y sin esperarlo me convertí en campeón de surf de España y subcampeón del mundo. Nunca imaginé cuando era niño convertirme en un surfista de élite, pero hoy lo único que quiero es pasar tiempo en el agua.
Entonces, esa mañana de diciembre, cuando me dirigía a la playa desde el mar, vi algo realmente anormal. Los perdigones de plástico formaron un manto blanco que lo cubría todo. Una profunda tristeza y furia me consumieron. Me sentí impotente pero decidí publicar un video en mis redes sociales denunciando el derrame. Mi vídeo pareció un grito desesperado y se volvió viral, movilizando a cientos de voluntarios.
La gente comenzó a compartir la historia cuando vieron grandes cantidades de perdigones derramados en las playas [all along the coast]. El caso se hizo público. La imagen que teníamos delante parecía desoladora, con montañas de perdigones por todas partes. Parecía nieve esparcida por la arena y sobre el mar. Con más de 100 playas individuales afectadas, nos arrastramos con cuidado de rodillas recogiendo los diminutos gránulos con la mano.
Cientos de voluntarios, trabajadores municipales y ambientalistas se movían incansablemente al unísono, algunos con pequeñas palas o utensilios de cocina como coladores. Nos miramos el uno al otro con confusión en los ojos mientras realizábamos la difícil tarea. Durante días intentamos de todo para eliminar los pellets de nuestras preciosas playas, pero nada resultó eficaz. Si pisabas los perdigones, fácilmente quedaban enterrados en la arena. Con guantes, intentamos ayudar, recogiendo los perdigones uno por uno durante horas, solo para juntar puñados. Parecía una tarea imposible.
La escena parecía una locura a medida que ola tras ola, el océano arrojaba más perdigones a la playa. Cada marea me dejó con la sensación de que no había logrado nada. Entonces, en medio del caos y la desesperación, se me ocurrió una idea. Descubrí que las bolsas que se usaban para llevar las aletas de buceo tenían el tamaño y la forma perfectos. Al agitarlos soltaban la arena pero no los pellets.
Aunque la tarea parecía titánica, pensé: “Al menos algo está funcionando”. Otros hicieron lo mismo. Mientras investigaba los perdigones, descubrí el peligro que presentan. Funcionan como pequeños imanes, atrayendo otras toxinas y absorbiéndolas como una esponja. Se convierten como pequeñas bombas tóxicas. Luego, debido a su pequeño tamaño, animales como aves, peces y crustáceos los confunden con huevos de peces. Si los gránulos entran en sus estómagos, pueden dejar de comer y morir.
Los animales que sobreviven terminan con contaminantes en sus propios tejidos, incluidas las especies que comemos. Como los gránulos no se descomponen, se fragmentan en partículas de plástico. Los ingieren plancton marino, plancton que sirve de base a toda la cadena alimentaria marina.
Dos meses después de la crisis, Galicia, España, concentra apenas el 20 por ciento de estos microplásticos. Todavía es necesario recoger grandes volúmenes de pellets o se pierden en el fondo del océano. Las autoridades de Asturias desplegaron un plan especial de emergencia para mitigar los daños al medio ambiente. Pueden abordar las costas pero no pueden hacer nada hacia el interior.
Debemos detener el vertido de pellets al mar. La contaminación por plásticos y microplásticos sigue siendo un escenario grave. Han plagado el planeta durante años y este derrame vuelve a centrar la atención en resolver la urgencia de este problema.