Mientras paseaba con mi detector de metales, divisé a lo lejos algo pequeño que centelleaba. Me paré bruscamente y me centré en eso. Me acerqué a recogerlo y descubrí que era una pieza de oro. Me pareció irreal.
ENTRE RIOS, Argentina – Un día, fui al río con mi hijo en un pueblo llamado Mina de Los Corrales a buscar oro. Encontramos una antigua mina y trabajamos a lo largo de los arroyos que la rodeaban. Mientras caminaba con mi detector de metales, vi algo pequeño que brillaba a lo lejos. Paré bruscamente y me enfoqué en ello. Cuando me acerqué a buscarlo, descubrí un trozo de oro. Parecía irreal y apenas podía creer lo que veían mis ojos. Mi hijo y yo nos miramos sin poder creerlo y gritamos a todo pulmón, dando saltos de alegría.
Trabajé 33 años como barbero y mi vida no tenía emoción. Necesitaba algo que me reanimara. Hace cuatro años, vi un documental sobre la fiebre del oro y no tardé en enterarme de que en mi provincia se extraía oro, así que aproveché la oportunidad. Con poca formación disponible, poco a poco aprendí el oficio por mi cuenta, viendo videos en YouTube y buscando sin parar en Internet.
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Una vez que sentí la suficiente confianza, salí por primera vez, y terminó en un fracaso absoluto. Busqué y busqué, sólo encontré piedras y una bombilla vieja, pero aguanté mi decepción. Sabía que necesitaba paciencia; tenía que seguir intentándolo.
Al extender mi búsqueda, exploré lugares a los que nunca había ido. Empezaba cada día filtrando litros de agua de los arroyos durante horas. A lo largo de las orillas, hacía funcionar un detector de metales hasta que escuchaba pitidos. Me alertaba de que había algo enterrado. Me temblaban las manos de emoción cuando descubría el objeto bajo mis pies. Incluso cuando encuentro algo que no es oro, lo siento como mi propio tesoro personal.
Cuando empecé a buscar oro, lo consideraba un pasatiempo. Entonces, cada vez que emprendía una búsqueda, experimentaba mucha adrenalina. Era como buscar una aguja en un pajar. La euforia me recorría el pecho cada vez que encontraba una pequeña pieza de oro escondida. Cuando por fin descubrí la pieza de oro más grande que jamás había visto, rápidamente se convirtió en una pasión.
Tras cuatro años extrayendo oro, aprendí las zonas donde tengo más posibilidades de encontrar algo. Memoricé los mejores lugares y aprendí a detectar señales de oro potencial oculto bajo la tierra. Con el tiempo, me aventuré a buscar fuera de mi provincia y busqué minas populares por todo el país.
Un día, mientras daba un paseo por una antigua mina, mi detector de metales empezó a sonar. Pala en mano, cavé un pequeño agujero debajo del lugar que señalaba. No muy lejos de la superficie, encontré un trozo de oro de 10 gramos. [Según las estimaciones actuales, un gramo de oro de 10 quilates vale unos 24,98 dólares, por lo que 10 gramos valdrían unos 249,80 dólares].
Sentí su peso en la mano, aguantando a duras penas mi emoción. Parecía más grande que cualquier cosa que hubiera encontrado antes. Me sentí desbordado, como si el tiempo se hubiera frenado de repente.
Encontré otro lugar en San Luis que resultó ser literalmente una mina de oro. Viajo a un campo privado con un colega de Córdoba y siempre encontramos oro. Por supuesto, ¡me reservo la ubicación!
Cuando busco oro, me olvido de todo: teléfonos, redes sociales e incluso de las malas noticias que llegan de todo el mundo. Todo queda en silencio mientras me concentro en el arroyo, el paisaje y el sonido del viento. La conexión que experimento con la tierra y la naturaleza es muy agradable. No se puede poner precio a la pasión que uno siente por esta afición, y yo la comparto con los demás. En la comunidad de buscadores de oro conocí a personas increíbles que comparten sus historias.
A nivel físico, puede resultar agotador, y a veces te obliga a vender todo lo que encontrás a mitad de precio debido al elevado coste de la vida. Sin embargo, ya sea en el frío glacial o durante las olas de calor, el viaje es gratificante de todos modos.
La búsqueda se convierte en una especie de ceremonia entre amigos. Hablamos con los pies en el agua, disfrutando del momento mientras filtramos el agua para revelar nuestros hallazgos. Ver oro en mi colador sólo hace que sea más emocionante. La extracción de oro cambió mi vida de muchas maneras. Me dio una sensación de libertad y aventura, y me ayudó a conectar con desconocidos que buscaban la misma emoción que yo.
El viaje se convirtió poco a poco en un estilo de vida para mí y para todos mis nuevos amigos. Siento que encontré una parte de mi alma que me faltaba.