Mi mejor día en Argentina fue, por lejos, el día que conocí a Messi. Un día antes, me avisaron que pasaría, y no pude creerlo. Fui junto a mis compañeras al centro de entrenamiento de la Selección Argentina y, en un momento, lo vi acercarse hacia nosotras. No podía parar de repetir, en japonés “¡Messi está acá, Messi está acá!”. Fue un shock.
BUENOS AIRES, Argentina —Apenas llegué a Argentina, mi entrenador en el club Excursionistas extendió su mano hacia mí. Me ofrecía que tomara mate, una bebida local en la que se comparte entre todos la misma bombilla. Dudé, no sabía si estaría bien aceptarlo y tomar del mismo lugar que él.
Cuando vamos a jugar un partido con mi equipo, en el micro la música está a todo volumen, casi siempre con cumbia. Yo miro un poco por la ventana, observo la ciudad, miro de nuevo a mis compañeras e intento ser parte del grupo. No sé ninguna canción, no entiendo las letras ni conseguí aprender todavía algún estribillo.
Pero mientras ellan cantan a todo volumen, yo grito para sumarme al grupo. Sentí que era el comienzo de mi vida.
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Cuando era chica, mi papá quiso llevar a mi hermano a una escuelita de fútbol. Pero mi hermano prefería ver Naruto, y le dijo que no. Me puse contenta, porque se me abrió una oportunidad. Mi papá me invitó a mí, y acepté enseguida. La cara de mi padre se iluminó cuando me sentí tan emocionada. Siempre me gustó el fútbol. Con mi papá, nos sentábamos en el sillón de casa a ver partidos de Europa por la tele. Messi y Cristiano Ronaldo eran parte de nuestra cotidianeidad. Me moría de ganas de empezar a jugar.
En ese momento, yo jugaba en el mediocampo, y los que más me gustaban eran Xavi e Iniesta. En mi club, jugaba con varones. Al principio, no me aceptaban del todo por ser una chica. Sentí que tenía que meter goles para revertir la situación. Decidí cambiarme de posición y jugar como delantera. En ese proceso, Messi se convirtió en mi referente e ídolo. Soñé con alguna vez conocerlo.
Eso se combinó con mi deseo de jugar en el exterior y comencé a pensar cómo hacer para jugar al fútbol en Argentina. Durante muchos años, tuve el anhelo de irme de casa y practicar el deporte que amo en un país extranjero. Aunque estos dos países parecen un mundo aparte, el fútbol nos proporciona un lenguaje universal. Me cuesta comunicarme con mi entrenador y mis compañeras, pero en el campo me siento como en casa. Emocionalmente, el fútbol me hizo crecer mucho.
Supe que el club Musou hacía intercambios con jugadores entre Argentina y Japón y, con un amigo que trabaja ahí, comencé a averiguar. Lo hice todo a escondidas de mi familia. Excepto un poco a mi mamá, no le conté nada a nadie hasta que mi viaje estuvo confirmado. El día que le conté a mi papá estaba muy nerviosa, pensé que él no iba a querer que viajara.
Mientras manejaba hacia su casa, sentí un gran miedo. ¿Y si no está de acuerdo con mis planes? Su primera respuesta fue que debería intentar un tiempo en Japón antes de irme a otro país. Pero yo me mantuve firme.
Ya había tomado la decisión de irme. Se convenció al oír mi voz sincera. Con todo en su lugar, me sentí entusiasmada por el futuro. Se me salió el corazón del pecho al abrazar a mi familia y embarcarme en mi nuevo viaje.
En Japón, antes de un partido, nadie ponía música, muy pocas personas hablaban. En Argentina, en cambio, las cosas eran completamente distintas. Cuando fuimos a jugar contra Boca, uno de los equipos más poderosos y con más historia del país, líder del campeonato, ninguna de mis compañeras parecía nerviosa. Todas bailaban y cantaban. El ambiente es increíble. Yo intento bailar y ser parte. Me gusta mucho más el ambiente de Argentina. Durante el partido, disfruto todo. Cómo canta el público, incluso cómo insultan. Se vive el fútbol con muchísima pasión, la misma que siento yo.
Otros aspectos resultan más difíciles, pero creo que puedo seguir mejorando. No puedo hablar con mis compañeras de equipo de forma adecuada, lo que dificulta el juego. Mis compañeras y mi entrenador me ayudan, me explican todo suavemente, pero no entiendo casi ninguna palabra. Necesito aprender el idioma.
Siento que no encajo en el timing correcto, sobre todo para las acciones defensivas, como presionar al rival. Como equipo, necesitamos coordinación. Conseguí hacer algunos goles, eso me pone contenta, pero creo que me falta mucho todavía.
Una vez que terminan los entrenamientos y los partidos, vuelvo a mi casa y no sé qué hacer. Muchas veces me siento sola en el living de mi casa en Argentina y pienso en mis amigas y mi familia en Japón. La diferencia horaria con Japón hace que, mientras yo estoy despierta, mi familia y amigas duerman; y al revés. Recorrer la ciudad aumenta esa soledad. Si necesito comprar algo, consigo hacerlo con señas, pero las palabras son un obstáculo.
A veces, algunas personas comienzan a hablarme y yo no sé qué me dicen. No parecieran notarlo, porque continúan durante algunos minutos. Yo intento hacer un esfuerzo, me concentro para tratar de agarrar algún significado, pero los idiomas no tienen punto en común. Simplemente sonrío y espero a que la otra persona termine la conversación. Es un poco frustrante. En ocasiones, me siento un poco sola. Es difícil vivir dentro de tu cabeza, sin poder hablar con otros casi nunca. Por las tardes duermo muchas siestas, no tanto para descansar, sino para ocupar el tiempo de alguna manera. Me gusta, de todos modos, de a poco hacer más cosas y relacionarme con más gente.
Emocionalmente, el fútbol me ayuda a crecer. Me siento con los pies en la tierra y más madura.
Mi mejor día en Argentina fue, por lejos, el día que conocí a Messi. Un día antes, me avisaron que pasaría, y no pude creerlo. Fui junto a mis compañeras al centro de entrenamiento de la Selección Argentina y, en un momento, lo vi acercarse hacia nosotras. No podía parar de repetir, en japonés “¡Messi está acá, Messi está acá!”. Fue un shock.
Fue muy emocionante. Nos hizo sentir bienvenidas al instante. Poder verlo en persona encendió mi pasión por este deporte más de lo que jamás hubiera creído posible. No tengo un plan concreto, aunque me gustaría quedarme aquí algunos años más.