Vivo sin mi esposa debido a ese caos. Después de convertirme en víctima de la violencia, me sentí triste, solo, abandonado y con mucho odio.
NAIROBI, Kenia – Caí en la depresión después de perder a mi esposa, mis dedos y mi propiedad durante la violencia postelectoral en Kenia.
La noche en que mi familia fue atacada, sufrí cortes profundos en todo el cuerpo. Sin la atención médica adecuada, habría muerto.
Personas como nosotros que vivíamos en áreas donde se les consideraba no nativos sufrieron pérdidas similares.
Hoy vivo sin mi esposa debido a ese caos. Después de convertirme en víctima de la violencia, me sentí triste, solo, abandonado y con mucho odio.
Fue una situación trágica que expuso el lado oscuro de la humanidad en medio de una elección.
Aunque sobreviví al conflicto, sigo sufriendo un trastorno de estrés postraumático.
No ha sido fácil superar estos hechos. A mi edad, lloro cuando recuerdo lo que le pasó a mi familia.
Mis hijos y yo vivimos el horror en carne propia. Estamos alerta cada vez que se acercan las elecciones generales porque tememos que se repitan aquellos hechos.
Como ciudadano respetuoso de la ley, el 27 de diciembre de 2007, mi esposa y yo nos levantamos temprano en la mañana y nos dirigimos al colegio electoral para emitir nuestro voto.
Votamos pacíficamente y regresamos a casa para esperar los resultados.
El conflicto radicaba principalmente en la elección presidencial, la puja era muy reñida.
Sin embargo, creí que la democracia prevalecería y la vida seguiría adelante.
Me quedé cerca de mi radio, esperando ansiosamente el resultado de una elección que creía que nos daría buenos líderes.
No obstante, los eventos se tornaron negativos cuando todos, incluidos mis vecinos, se pusieron nerviosos por un supuesto fraude.
Las acusaciones de manipulación se extendieron como la pólvora. Como resultado, la situación se salió de control y nos asustó.
La tensión aumentó cuando todos comenzaron a mirarse con sospecha. Las nubes oscuras flotaban en el cielo mientras yo permanecía en mi casa, preso del pánico.
Finalmente, se anunció el nuevo presidente electo y automáticamente se empezaron a preparar los enfrentamientos tribales que pusieron en peligro a personas no indígenas como yo.
Ya era enero de 2008 y los enfrentamientos tribales se estaban intensificando. Estaba presa del miedo, pero esperaba que la violencia en curso no me afectara directamente.
Vivía en Eldoret, ubicado en el noroeste de la capital de Kenia, Nairobi. Por carretera, la ciudad está a más de 300 kilómetros (186 millas) de la ciudad de Nairobi. Eldoret fue uno de los focos más conflictivos.
Vivía en las afueras del pueblo de Eldoret, pero temía por mi vida. Vivía en las afueras del pueblo de Eldoret, pero temía por mi vida. Todos mis vecinos tenían miedo, la gente había perdido la bondad.
Me sorprendió que la gente estuviera dispuesta a cometer atrocidades contra sus compatriotas durante una elección.
Lamenté haberme mudado de un área dominada por los miembros de mi tribu, la gente rápidamente se volvió contra mí después de años de despreciarme.
El desorden escaló a un nivel inimaginable. Se masacraba, mutilaba y amenazaba a personas inocentes.
No salí de casa, sino que opté por quedarme con mi familia. Recolectamos cereales mientras esperábamos que la situación se normalizara para poder llevar nuestros productos al mercado.
Sin embargo, una tarde alrededor de la medianoche, mi casa fue allanada. Incluso antes del ataque, ya esta situación me preocupaba.
Aquella fatídica velada íbamos a preparar una comida, pero no teníamos hambre. Uno de mis hijos optó por preparar té en lugar de una cena pesada.
No pude disfrutar de mi té porque mi mente estaba completamente perturbada. Sentí que algo andaba mal, pero quería ser fuerte.
Había una voz en mi cabeza me aconsejaba que le dijera a mi familia que se escondiera, pero la ignoré. Me urgí a ser valiente porque vivía en una tierra que era mía, yo tenía derecho a estar allí.
Después de ignorar esa voz, nos preparamos para ir a la cama. Antes de irnos a dormir, escuchamos movimientos inusuales afuera. Sabía que estábamos en peligro y no podía hacer nada para revertirlo.
En un subidón de adrenalina, mis hijos corrieron en busca de seguridad. Ya estaba acorralado.
Mientras los atacantes me retuvieron, algunos de ellos abusaron sexualmente de mi esposa. No vi lo que le hicieron, pero es evidente ya que eran personas horribles dispuestas a matarnos.
Uno de los agresores me atacó con vehemencia y levantó su machete con la intención de aterrizarlo en mi cabeza.
Antes de que pudiera concretar el golpe, me protegí. Tan indefenso como estaba, levanté mi mano derecha y rápidamente aparté del machete. Me cortó los dos dedos de la mano derecha y la mandíbula.
Los asaltantes no se detuvieron ahí. Después de no poder abrirme la cabeza, me golpearon con objetos contundentes. Ninguna parte de mi cuerpo quedó ilesa.
Me descartaron, casi sin vida, pero milagrosamente llegó la ayuda y me llevaron al hospital.
Mi cuerpo hoy no es el mismo que antes de la invasión. Tengo cicatrices permanentes que me recuerdan el día más oscuro de mi vida.
No puedo hacer tareas desafiantes porque no levantar cosas pesadas como solía hacerlo. A veces siento que no tengo vida. Siento que estoy muerto en vida.
Estas lesiones corporales me recuerdan cómo fui degradado a rogar por mi vida.
Mientras luchaba por sobrevivir, mi esposa ya estaba muerta. Fue atacada y brutalmente asesinada.
No tengo el relato completo de cómo abusaron sexualmente de ella hasta la muerte, pero el caso es que perdí a mi bella esposa. Perdí al amor de mi vida.
Como familia, fue una pérdida que cambio mi vida. Nadie desearía perder una vida en circunstancias tan horrendas, pero sucedió.
No asistí a su entierro porque estaba en el hospital luchando por mi vida. Fue enterrada en el cementerio local y eso me duele hasta el día de hoy. Culturalmente, debería haber sido enterrada en casa.
Sin embargo, fue imposible porque el país estaba sumido en el caos.
Con todo el dolor de mi alma, mis hijos perdieron a su madre. Al igual que yo que me quedé sin esposa.
El caos posterior a las elecciones trajo oscuridad a mi vida. Fue un hecho lamentable que nos provocó un daño permanente.
Los acontecimientos del conflicto posterior a las elecciones todavía me persiguen. Ya no estoy en paz como antes, y, a menudo, siento que he perdido la cabeza. No volví a tener paz en mi vida, a pesar de que los hechos ocurrieron hace más de una década.
Mi familia todavía está sufriendo y tratando de descubrir cómo vivir.
Hoy, no vivo con mis hijos. Llevo una vida solitaria que parece cuesta arriba. Siempre que estoy en mi casa, me persiguen los horribles recuerdos de lo que le sucedió a mi familia.
Lloro en silencio en mi pequeña habitación, preguntándome si nací para sufrir por la violencia que no causé.
Me la paso reflexionando y reviviendo una y otra vez lo ocurrido. Mi mente está perturbada y siento que no tengo una razón para seguir viviendo.
Sin embargo, en medio de los desafíos y el trauma que estoy atravesando, todavía espero que mi vida mejore.
Perdí todo lo que tenía, prendieron fuego a mis casas. Ellos quemaron todo el cereal que había cosechado. También perdí mi ganado lechero.
Esencialmente, destruyeron mi sustento en cuestión de minutos.
Sé que no fui el único que lo perdió todo. Muchas víctimas perdieron su tierra. Esa pérdida me ha reducido a un mendigo. Era una persona dinámica y las pocas propiedades que tenía eran suficientes para mantener a mi familia.
Sin embargo, arrasaron con todo lo que teníamos. Aunque todavía tengo la propiedad de la tierra, el hecho es que perdí mi sustento. No he ido a vivir allí porque me duelen los recuerdos.
Mantenerme alejado de ese lugar, hasta cierto punto, me ayuda a olvidar la atroz experiencia. El sufrimiento por el que estoy pasando hoy se debe a la pérdida de mi propiedad. No ha sido fácil reconstruir mi vida.
No estaría viviendo esta vida desesperada si no fuera por las revueltas que se armaron después de las elecciones. A decir verdad, me arrojó a la pobreza más absoluta.
Después de sufrir un golpe tan grande, estoy decidido a reconstruir mi vida. Con el tiempo, he aprendido que incluso en los peores escenarios, perder la esperanza es autodestructivo. Mi filosofía rectora ha sido «avanzar y mantener la concentración».
Este ideal es el único principio que me da esperanza; de lo contrario, me habría suicidado hace mucho tiempo.
Me mudé a la ciudad de Nairobi hace unos 14 años después de recuperarme con el optimismo de conseguir un trabajo. Este cambio fue la única opción viable que tuve después de que me dieron de alta del hospital.
Mudarse a Nairobi parecía ofrecer una revancha.
Sin embargo, resultó que los trabajos ocasionales que obtengo no pueden sostenerme. Es difícil generar ingresos suficientes para mantener a mis hijos, incluso si no vivo con ellos.
Estoy comprometido con reconstruir mi vida en medio del trastorno de estrés postraumático, el desempleo y el alcoholismo.
Hoy, bebo alcohol si gano dinero porque es la única forma en que manejo mi estrés. Entiendo que el alcohol no es saludable, pero trato de ser prudente.
He sido guardia de seguridad, pero a veces renuncio cuando me siento frustrado. El salario que ofrecen es escaso y no puede mantener mi vida por completo. Sin embargo, tengo la esperanza de que algo se abra.
En 2007/2008, la violencia postelectoral en Kenia provocó la pérdida de 1.000 vidas. Más de 200.000 personas fueron desplazadas, mientras que algunas sufrieron lesiones corporales y otros traumas que continúan atormentándolas.
Desde este derramamiento de sangre, el gobierno ha tratado de ofrecer algunas reparaciones y reasentar a algunos desplazados internos. Sin embargo, algunas de las víctimas aún viven en la miseria.
Cada vez que se acercan las elecciones generales, las víctimas reclaman una indemnización, lo que sugiere que no han recibido ninguna ayuda significativa.
Deseo que mis compatriotas sepan que no podemos trasladarnos a otro país. Espero que la gente mantenga la paz en las próximas elecciones. No puedo permitirme presenciar o experimentar otro episodio de violencia política.
Es la peor experiencia que le puede pasar a las personas y a un país. Personas inocentes pierden sus vidas, medios de vida y propiedades debido al caos que podemos prevenir viviendo en unidad, paz y civismo.
Cada vez que se acercan las elecciones generales, retrocedo. No existe tal compromiso por parte de los kenianos de ser no violentos durante las elecciones, incluso después de todo lo que sufrimos en 2007/2008.
Las personas como yo que nos vimos directamente afectadas desearían que las elecciones fueran pacíficas.
Estoy cansado de estar inquieto cada vez que se acercan las elecciones. El año que viene, Kenia llevará a cabo elecciones generales y espero que no alteren la paz.
Es mi llamado a que el gobierno y los políticos no nos polaricen por motivos étnicos. Sembrar semillas de desunión puede desencadenar violencia.
Hago un llamado a todos a ser cariñosos y a recordar que la violencia política es algo que debemos esforzarnos por prevenir.
Creo que podemos realizar elecciones pacíficas. No quiero ver a un amigo, pariente o compatriota pasar por lo que estoy enfrentando hoy como víctima de la crueldad política.
Aunque las elecciones generales de 2013 y 2017 aún no estuvieron libres de violencia, espero que en 2022 la situación esté en calma.
La política de sucesión del próximo año puede ser polarizante, pero el gobierno debe asegurarse de que salgamos pacíficamente de las elecciones generales.
Quiero paz y unidad en el país en cada elección. Han sido muchos años de trauma y la única forma en que me siento tranquilo es cuando las elecciones son no violentas.