Las facturas de los hospitales, los médicos fraudulentos, la pobreza y el COVID-19 contribuyen a un aumento de madres adolescentes empobrecidas que no tienen a dónde acudir.
NAIROBI, Kenia – Mi vida no fue fácil. Mis padres estaban desempleados y no tenían papeles oficiales para obtener empleo. El poco dinero que ganaban cubría todas las necesidades del hogar y nuestras cuotas escolares.
Vivíamos en un barrio pobre porque era todo lo que podíamos pagar. Durante la pandemia, el aislamiento y el cierre de escuelas nos mantuvieron ociosos e indigentes.
Mis amigos me introdujeron en el comercio sexual. Sus “amigos” varones les daban dinero, entre otras cosas, a cambio de sexo.
A los 13 años me uní a ellos, pero no fue hasta los 16 que mis actividades se intensificaron. En 2020, cuando las escuelas cerraron debido a la pandemia, comencé a tener relaciones sexuales todos los días a cambio de centavos.
El dinero que ganaba teniendo sexo no era suficiente para sostener a nadie, así que debía hacerlo día tras día. Usé lo que ganaba para comprar ropa y zapatos. Poco sabía que estaba embarazada.
Ahora tengo 17 años (todavía soy menor de edad según la ley de Kenia) y tengo un bebé al que cuido todo el día. Además tengo el respaldo de mi hermana que me ayuda. Esta es una lección de vida que no se puede deshacer.
A los 16 años, mi estómago comenzó a hincharse. Una mañana corrí a vomitar y mi mamá me siguió. Sabía que algo andaba mal, pero le llevó algún tiempo caer en la realidad.
Me preguntó el nombre del padre de mi bebé por nacer. Me quedé atónita. Le conté lo que pasó y ella insistió en que preparara una mejor explicación para mi padre. La ansiedad me invadió, me preguntaba qué pasaría cuando se enterara.
Al día siguiente, mi papá dijo que escuchó algo sobre mí y esperaba respuestas al regresar de su trabajo. Sabía que me esperaba un interrogatorio esa noche.
En menos de diez minutos, regresó e insistió en que me fuera de la casa de inmediato, que fuera a la casa de mi «marido». Sentenció que esta era mi elección por haber quedado embarazada. Me tuve que ir a vivir con mi novio.
Como cualquier otro habitante de tugurios, también luchó contra la pobreza. Salía todos los días a buscar trabajo para comprar alimentos y productos básicos. En la mayoría de los casos, sobrevivíamos con una comida al día. Otros, no comíamos nada.
Estar embarazada, saltea comidas o no tener una dieta equilibrada, me debilitó. Empecé a sentirme mal. Sin ningún lugar refugio, busqué la ayuda de mi hermana mayor que vivía sola. Ella inmediatamente me acogió.
Durante las primeras etapas del embarazo, mis amigos me sugirieron que abortara al niño. Yo no quería. Sentía mucha responsabilidad por la vida que llevaba dentro de mí.
No fue culpa del niño que tuviera relaciones sexuales tan temprano, así que mantuve el embarazo a pesar de los desafíos.
A veces, durante mi embarazo, me despertaba con miedo de hablar con alguien que no fuera mi hermana. Me sentía insegura. Hizo todo lo que pudo para reanimarme. Cuando llegué a su casa, estaba muy desnutrida. Ella se esmeraba por darme una dieta balanceada todos los días.
No quería ser una carga para mi hermana. Ella se preocupaba por mí a pesar de que yo era una desgracia para la familia. Me llevó a la clínica, me guió en los ejercicios pélvicos y me preparó para el parto.
Doy gracias a Dios porque el nacimiento de mi hijo fue normal. No hubiera podido soportar más problemas. Si no fuera por la atención materna gratuita que recibimos en el hospital público, ahora estaría tratando desesperadamente de pagar las facturas.
Lamentablemente, es normal que las niñas muy jóvenes queden embarazadas aquí en los barrios marginales. Muchas de nosotras ya somos madres. Muchas de nosotras morimos tratando de interrumpir embarazos, ya que somos presa de médicos falsos.
En cuanto a mis amigos, algunos de ellos han vuelto a la escuela, mientras que otros abandonaron y viven en el gueto. La escuela no es una prioridad aquí. Nos enfrentamos a problemas urgentes que requieren atención inmediata. La pobreza nos lleva a los extremos y nadie nos enseña a protegernos.
Todavía quiero volver a la escuela y perseguir mis sueños. Mi padre no quiere tener nada que ver conmigo, así que tendré que encontrar la manera de pagar mis propias cuotas escolares.
Espero que mis padres me perdonen algún día.