Me desperté después del ataque con ácido encerrada e inmóvil en una cama de hospital, con una máscara de oxígeno adherida a mi rostro. Me habían sedado debido al fuerte dolor en todo mi cuerpo. Estaba al borde de la muerte.
OAXACA, México ꟷ En septiembre de 2019, mi expareja me atacó con ácido sulfúrico en un intento de feminicidio [el asesinato intencional de una mujer por ser mujer]. Las quemaduras de tercer grado dañaron el 85 por ciento de mi cuerpo.
Desde ese horrible evento, comencé a tocar música como una herramienta para exigir justicia y combatir la violencia contra las mujeres en México. Lo más preciado de mi vida es mi libertad, y la música me hace sentir libre.
Me desperté después del ataque con ácido encerrada e inmóvil en una cama de hospital, con una máscara de oxígeno adherida a mi rostro. Me habían sedado debido al fuerte dolor en todo mi cuerpo.
Terror es la mejor palabra para describir el ver la piel de tu cuerpo quemada y podrida, con tanto daño que puedes distinguir el tejido nervioso. Estaba al borde de la muerte.
Esta no fue la primera vez que viví el machismo patriarcal en México. Desde los ocho años comencé mi camino con la música, tocando un instrumento en la orquesta de mi pueblo. En nuestra comunidad rural, la banda municipal es motivo de orgullo, jugando un papel social importante.
Siendo la chica más joven allí y la más diligente, los hombres se irritaban y enfadaban. No podía lucir mejor que ellos, así que me echaron de la banda, obligándome a dejar la música por unos años.
Posteriormente, siendo estudiante universitaria de ciencias de la comunicación en el estado de Puebla, retomé y comencé a estudiar formalmente música. Una vez más, llegó el acoso. Los maestros varones otorgaban calificaciones altas a las mujeres que accedieran a sus “solicitudes”.
La música trajo sufrimiento y en la cama del hospital todos estos años después, maldije a mis padres por haberme llevado a esa banda municipal cuando era niña y haberme iniciado en este camino. Creía que la música casi me mata.
El intento de feminicidio me dejó cicatrices por todos lados. Los largos y numerosos tratamientos resultaron dolorosos y frustrantes. La recuperación avanzó lentamente y, en algún momento, se volvió exasperante. Antes del ataque, yo era una mujer muy activa que disfrutaba viajar, tocar y enseñar música. Después del ataque con ácido, cuando pensaba en música, creía que ya no podría tocar.
Dudaba que mi vida tuviera algún sentido y pensaba poco en volver a tocar música. No sabía que la música sería precisamente lo que me rescataría.
Después de salir del hospital, el guitarrista Pato Montes del grupo Maldita Vecindad me contactó para ver cómo estaba y ofrecerme apoyo. Desconcertados y molestos por lo que me pasó, me instaron a seguir tocando. Sugirieron que la música podría ayudarme a superar la experiencia.
No tenía ganas de seguir adelante en ese momento. Con mi cuerpo cubierto de cicatrices, pensé que nunca más volvería a tocar en público o frente a la gente.
En el pico de la pandemia de COVID-19, di un paso adelante inesperado. Acepté colaborar a distancia en un video muy cuidado de la canción Chacahua donde no saldría mi cara.
La canción lleva el nombre de una playa maravillosa en el estado de Oaxaca con una laguna de agua dulce que brilla en la noche. La banda se me acercó a propósito, con la intención de alentarme, ayudarme a sentir la música nuevamente e interiorizar que todavía soy un artista.
Como saxofonista, no podía tocar muy bien porque las cicatrices en mi boca interferían. El ataque de ácido hizo que mi boca quedara prácticamente cerrada. Los médicos lo abrieron poco a poco con cirugías, hasta que pude volver a tocar el saxofón.
Siete meses después del ataque, finalmente toqué en vivo. La famosa cantante mexicana Ximena Sariñana me pidió que la acompañara en las noticias de televisión en vivo. Acepté y comencé a recuperar la embocadura [la forma en que un saxofonista aplica la boca a la boquilla de un instrumento de viento o metal] del saxofón.
El proceso resultó complicado. Al principio no podía sostenerla , pero con esfuerzo y compromiso comencé a jugar. Al hacerlo, la música me permitió una vez más sentirme libre y vivo.
Continué citas para intervenciones médicas, tratamientos dermatológicos y ejercicios de rehabilitación. Mientras sanaba, me dediqué a otras mujeres que luchan por defender sus derechos en México. Llegaron las oportunidades.
Cuando tuve la oportunidad de tocar en Vive Latino con Maldita Vecindad, una de las bandas tradicionales más emblemáticas de Oaxaca, experimenté un éxtasis de melodía. Nunca imaginé tocar con ellos y mucho menos en su famosa canción Kumbala.
Aunque nervioso, el público me apoyó. Reaccionaron a mi presencia de una manera muy humana y sentí su hermandad. En el escenario, sentí que estaba volando mientras veía a la gente reír y bailar con la música. Fue uno de los mayores privilegios de toda mi vida.
En ese día tan especial, me puse un vestido verde ácido. Aunque los hombres intentaron matarme con ácido sulfúrico, verme en el escenario vestida de verde me dio vida. Fue como si mi espíritu dejara mi cuerpo por un momento y se esparciera entre la gente. Ese sentimiento de estar más viva que nunca permanece conmigo y alimenta mi deseo de asumir las tareas legales que se me presentan.
La única arma que tengo, para lograr la justicia, es la música. Tiene una forma de hacer visible la realidad. Revela problemas, denuncia abusos y expone injusticias.
Hoy, estoy empezando a entender por qué viví. El problema nunca fui yo; es el machismo patriarcal existente que impregna a México. Las mujeres como nosotras siempre hemos vivido en esta cultura, pero ahora me dedico no solo a recuperarme, sino a vivir bien mi vida todos los días.
Nuestra sociedad en México es extremadamente misógina y sexista. Los ataques contra las mujeres se justifican y se culpa a las mujeres.
La música se ha convertido para mí en una herramienta para luchar contra la violencia, para hacerme eco de otras mujeres que sufren maltrato, y cuyos casos nadie conoce. Toco para las mujeres que son invisibles para la sociedad y que no son vistas por las autoridades.