Un punto de inflexión llegó cuando asistí a una conferencia en Bengala Occidental centrada en la trata de seres humanos en el sur de Asia. Nerviosa, hablé como la participante más joven, abordando la migración y los niños desaparecidos de mi estado. «Eso es trata de seres humanos», dijo alguien del público. Me di cuenta como un rayo. Me di cuenta de la gravedad de la situación y decidí actuar.
SYNTEIN, MEGHALAYA – Cuando era estudiante de secundaria, decidí crear una ONG en mi pequeño pueblo. Mi objetivo era fortalecer la economía local y detener la emigración que agotaba la juventud de nuestra comunidad. Esta decisión cambió mi vida de un modo que nunca hubiera imaginado.
Mirara donde mirara, los niños trabajaban en la construcción y las adolescentes se marchaban a ciudades lejanas para trabajar en el servicio doméstico. Estas escenas me inquietaron profundamente. Empezaron a aparecer informes de niños desaparecidos, con reclutadores que desaparecían sin explicación. Los periódicos se llenaron de historias de vidas jóvenes perdidas o en paradero desconocido. Aunque no conocía el término «trata de personas», las pruebas de que algo iba gravemente mal se hicieron imposibles de ignorar.
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Impulsada por la necesidad de crear un cambio, registré una ONG con mis amigos. Empezamos modestamente, colaborando con artesanos locales para ayudarles a comercializar sus productos. Con el tiempo, mis amigos se marcharon, dejando a una fiel compañera para compartir el peso de nuestra creciente misión.
Un punto de inflexión llegó cuando asistí a una conferencia en Bengala Occidental centrada en la trata de seres humanos en el sur de Asia. Nerviosa, hablé como la participante más joven, abordando la migración y los niños desaparecidos de mi estado. «Eso es trata de seres humanos», dijo alguien del público. Me di cuenta como un rayo. Me di cuenta de la gravedad de la situación y decidí pasar a la acción. En la conferencia conocí a una mujer cuyo aliento dio forma a mi viaje. Me puso en contacto con recursos y redes que reforzaron mi determinación y ampliaron mis conocimientos.
Un momento crucial fue cuando conocí a un joven víctima de la trata para trabajar en las minas de carbón de Meghalaya. Atraído desde su aldea en Nepal con falsas promesas de dinero para su familia, se encontró atrapado en condiciones peligrosas y de explotación. Su historia me conmovió profundamente. A pesar de los horrores sufridos, soñaba con ayudar a otros a escapar de destinos similares. Juntos planeamos misiones de rescate, y nuestros esfuerzos condujeron al cierre de la mina, que había explotado a niños durante décadas.
Hoy, ese niño vive una vida digna como chef. Su resistencia me inspira a diario y me recuerda por qué me dedico a este trabajo. Su historia resume la esperanza, la fuerza y la posibilidad de transformación.
Con los años, los traficantes cambiaron sus métodos. Al principio, atraían a las familias rurales con falsas promesas de trabajo o matrimonio. A medida que mejoraba la educación, recurrían a mujeres jóvenes con estudios pero vulnerables. Durante la pandemia de COVID-19, las operaciones de trata se intensificaron. El aislamiento y la pobreza impulsaron la captación y la explotación en línea, lo que dificultó el seguimiento de estos delitos.
Nos adaptamos para hacer frente a estos retos, aprendiendo a navegar por el mundo digital y desarrollando conocimientos cibernéticos. Reforzar nuestro conocimiento del sistema jurídico resultó crucial para combatir eficazmente estos delitos en constante evolución.
El trabajo conlleva riesgos considerables. He sufrido innumerables amenazas: llamadas anónimas, advertencias de que me retirara y atentados contra mi vida. Un día, de camino a mi pueblo, un camión embistió mi coche y mató al conductor al instante. Milagrosamente, yo salí ileso. Cuando el camión chocó, la puerta del coche se abrió de golpe, lanzándome fuera. Sentí como si una fuerza invisible me hubiera protegido.
Aunque físicamente salí ilesa, el incidente me dejó profundamente conmocionada. La gente me llamaba fuerte, pero no fueron testigos de las noches que pasé recomponiéndome. La meditación se convirtió en mi ancla, me enseñó el desapego y me ayudó a encontrar resistencia. En lugar de ceder al miedo, opté por seguir adelante con renovada determinación.
Enfrentarme al peligro de frente reforzó mi determinación de proteger a los demás de las garras de los traficantes. Cada desafío agudizaba mi atención, empujándome a enfrentarme a un problema que sigue evolucionando. Me negué a dejar que el miedo dictara mis acciones, sabiendo que cada vida salvada merece la pena. En medio de las luchas, los momentos de triunfo alimentan mi determinación.
En medio de las luchas, los momentos de triunfo alimentan mi determinación. El rescate de unos niños de una mina de carbón es una de las victorias más conmovedoras. Garantizamos su rehabilitación y su vuelta a la escuela. Hoy, uno de esos niños prospera en su país de origen, liberándose del ciclo de pobreza y explotación.
Cada vida reconstruida refuerza mi convicción de que esta lucha merece todos los sacrificios. Las amenazas persisten, pero mi determinación también. Este viaje me ha transformado de una ingenua estudiante de secundaria en una defensora implacable, comprometida no solo a salvar a las personas, sino también a desmantelar los sistemas que permiten la trata.
La lucha contra la trata de seres humanos en el noreste de la India dista mucho de haber terminado. Sin embargo, la resistencia, la determinación y la esperanza demuestran ser más fuertes incluso que los retos más oscuros. Por cada niño devuelto a su familia y cada mujer a la que se da una segunda oportunidad, encuentro fuerzas renovadas para continuar.
Este trabajo no es sólo una misión: define el propósito de mi vida. Firme ante el peligro, sé que cada pequeña victoria nos acerca a un futuro en el que nadie sea presa de la trata. Mientras haya vidas en peligro, seguiré luchando, impulsada por la convicción de que el cambio es posible y de que cada vida salvada importa.