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Una partera atiende a migrantes embarazadas en la frontera de Tijuana, México y Estados Unidos

Después de mi traumática experiencia de embarazo, decidí que quería ser ginecóloga para evitar que cualquier mujer pasara por lo mismo que yo. Dos años después de que naciera mi bebé, me trasladé al estado de Michoacán, donde había una escuela profesional de partería.

  • 2 años ago
  • octubre 2, 2022
7 min read
Karen Olvera Cuevas caring for a pregnant woman Karen Olvera Cuevas caring for a pregnant woman | Photo Courtesy of Karen Olvera Cuevas
Karen Olvera Cuevas
PROTAGONISTA
Karen Olvera Cuevas, 24, es una partera profesional certificada por la Escuela Técnica Superior en Partería Profesional, que se encuentra en el municipio de Erongarícuaro, en Michoacán (centro de México).
La clínica donde se atiende a las mujeres migrantes se llama Justicia en Salud, que forma parte de la Alianza de Salud para Refugiados, una organización que atiende a personas en situación de vulnerabilidad en la frontera entre México y Estados Unidos.
CONTEXTO
De acuerdo con cifras oficiales del Instituto Nacional de Migración (INM), 104 mujeres migrantes embarazadas han sido identificadas y atendidas durante su ingreso y tránsito por México, durante los primeros cinco meses de 2022.
Este es el marco de las llamadas «caravanas migrantes», donde viajan miles de personas que intentan cruzar México para llegar a Estados Unidos.
Cifras del gobierno mexicano reportan que 77 mil 626 migrantes fueron presentados o canalizados por la autoridad migratoria en el primer trimestre de 2022, lo que significa un incremento de 89% interanual.
Por su parte, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) detectó más de 1,7 millones de inmigrantes indocumentados en la frontera con México en su año fiscal 2021, que concluyó el 30 de septiembre.
Según la ONU, las mujeres migrantes constituyen aproximadamente el 20% de la población migrante en tránsito irregular por México, es decir, unas 30.000 al año.

TIJUANA, México — Descubrí que ayudar a las mujeres embarazadas es la labor que más disfruto. Es realmente increíble acompañarlas en los partos y presenciar el poder que tienen las madres, eso me ayuda a dimensionar el valor real de la vida.

Mi acercamiento con la partería se derivó de algo que yo llamo la “bendita herida”, ocasionada por la violencia obstétrica que recibí cuando tuve a mi hijo. Tenía 17 años cuando di a luz y el médico obstetra que me atendió, me hizo una cesárea prácticamente en contra de mi voluntad.

Durante el embarazo, estuve investigando sobre el parto fisiológico y no quería inducción con oxitocina, tampoco anestesia ni epidural; quería un proceso lo más natural posible.

Experimentar un trauma el día del parto

Había visto documentales de partos en casa con parteras y esa idea me emocionó, pero en la Ciudad de México los costos de esta opción se salían de mi presupuesto y no conocía a nadie que estuviera cercano al círculo de la partería.

Finalmente llegó el día del parto y no tuve más opción que ir a un hospital, ahí me atendieron tres doctores, pero todos coincidieron en que el bebé era muy grande, que era muy estrecha y me tenían que operar.

En ese momento me quebraron por completo, fue una noticia terrible. Recuerdo esos momentos como si fuera una historia de terror. Yo en una silla de ruedas avanzando por un viejo hospital, con los pasillos oscuros y eso lo hacía aún más tétrico.

Finalmente me hicieron la cesárea, se llevaron al bebé y no tuve contacto con él hasta el día siguiente. Esa noche fue de las más horribles de mi vida. Lo más doloroso que experimenté fue escuchar a mi bebé llorar y no poder estar con él, esto me dolió mucho más que las sensaciones físicas.

La partería como destino

Después de esta experiencia decidí que quería ser ginecóloga, para prevenir que ninguna mujer pasara por lo que yo pasé. Pero dos años después que nació mi bebé, me mudé al estado de Michoacán y justo en el lugar a donde llegué, hay una escuela profesional de partería.

No lo pensé, entré a estudiar y me encantó el camino, sabía que eso era par mi. La primera experiencia en un parto fue muy hermosa, aunque solo fui una observadora y no pude participar, mi función fue de apoyo emocional para la mujer que estaba pariendo.

Recuerdo que le decía que lo estaba haciendo muy bien y la impulsaba a seguir. Me volteó a ver y vi que mis palabras la estaban ayudando, en ese momento sentí una sensación de satisfacción única.

Karen Olvera Cuevas ayudando a una mujer embarazada | Foto cortesía de Karen Olvera Cuevas

Antes de comenzar a ser partera, trabajé en muchas cosas tratando de tener dinero para la manutención de mi hijo. Limpié casas, vendí pulque (bebida alcohólica prehispánica producida a base de maguey), fui niñera y en nada me fue bien.

Hasta que en 2021, aún como estudiante, me invitaron a ser ayudante y voluntaria de la Asociación Partería y Medicina Ancestrales, en la ciudad de Tijuana. No lo dudé y me fui con mi hijo a comenzar la aventura lejos de la familia, en un lugar completamente desconocido.

Mi vida cambió en todo sentido.

Trabajar con mujeres inmigrantes durante su embarazo

Cada vez que estoy en un parto, siempre me acuerdo que hay muchas cosas que agradecer. No puedo describir lo que siento al realizar esta labor, pero sé que no hay otro lugar en la tierra en donde quisiera estar.

Una de mis mejores experiencias, fue recibir al bebé de una mujer migrante de Guatemala. Ella estaba huyendo de su pareja por violencia doméstica, la había amenazado y por eso tuvo que dejar a su familia y su país, para llegar a Tijuana.

Karen con una mujer embarazada y un bebé | Foto cortesía de Karen Olvera Cuevas

Llegó sola a México con ocho meses de gestación e intentó cruzar la frontera para llegar a los Estados Unidos, no lo pudo hacer y agentes mexicanos de migración la detuvieron. La llevaron a una iglesia que sirve de albergue para migrantes y vivió ahí algunos meses.

Una noche previa al nacimiento, cenamos juntas y me platicó sobre su pueblo en Guatemala y de su mamá, que también es partera y que lleva haciendo esta labor desde hace cuarenta años.

A la mañana siguiente, en los momentos previos a dar a luz, ella lloraba y llamaba a su mamá. Le pedía perdón por haberla dejado y por abandonar su tierra. También oraba en maya qiché, su lengua materna. Fueron momentos muy tristes.

Recuerdo otro caso muy especial, el de una mujer de Honduras, que llegó con su esposo, dos hijas y el bebé que estaban esperando. Dejaron su país porque el crimen organizado los amenazó y un día decidieron salir de su casa sin nada de equipaje y alejarse para salvar sus vidas.

Llegaron a Tijuana caminando, vivían en un un refugio que se llama el Chaparral, que es un campamento improvisado en un terreno baldío, donde los migrantes ponen sus casas de campaña o de cartón.

Discriminación a las parteras

La labor que realizamos con las mujeres migrantes o las que viven en situación de vulnerabilidad, es totalmente gratuita; además les damos comida, ropa y las atendemos de manera profesional.

Pero en realidad, las mayoría de las personas ignoran qué es lo que hacemos, no saben que nuestra profesión se basa totalmente en evidencia científica y que nos regimos por las mismas normas clínicas que imponen las autoridades de salud en México.

Karen con mujeres migrantes en México
Karen con mujeres migrantes | Foto cortesía de Karen Olvera Cuevas

Sin embargo, en los hospitales tradicionales regañan a las madres porque vienen con nosotras y las amenazan diciéndoles que su bebé se puede morir si las atiende una partera. Esto no tiene ningún fundamento y esa es la violencia osbtétrica y ginecológica que sufren las mujeres migrantes que tienen a sus hijos con nosotras. Además de la discriminación de la medicina clínica hacia otras manera de cuidar de la salud.

A pesar de que hay cierto rechazo de la sociedad hacia nosotras, me siento muy orgullosa por lo que hago. He atendido 18 nacimientos y ahora puedo decir que los partos, son los momentos más energéticos y fuertes en los que he estado, es algo muy intenso el poder ayudar a dar a luz a un ser humano.

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