Esta desgarradora historia de sufrimiento humano se extiende por todos los continentes como una fuerza imparable. De Australia a África, ninguna parte del mundo se salva, lo que representa un catastrófico fracaso de la gobernanza y de las prioridades mundiales.
La crisis de los opioides se ha convertido en los últimos años en la crisis de salud pública de nuestro tiempo. Afecta a comunidades y personas de todas las clases sociales. La adicción a los opioides no discrimina por edad, sexo o estatus socioeconómico.
Esta crisis mundial engloba el uso indebido y la adicción a los opiáceos con y sin receta, echando más leña a un fuego ya de por sí voraz. La oxicodona, la hidrocodona, la morfina y el fentanilo, cuando se utilizan de forma responsable, alivian el dolor intenso y mejoran la calidad de vida de los pacientes. Sin embargo, el uso indebido de estas sustancias ha aumentado de forma trágica y significativa las muertes por sobredosis.
En 2019, casi 600.000 personas murieron debido al consumo de drogas en todo el mundo. Según la OMS, el 80% estaban relacionados con los opiáceos y el 25% se debían a sobredosis de opiáceos. En 2023, Estados Unidos registró la cifra récord de 112.000 muertes por sobredosis, el año más mortífero de la historia del país en este ámbito. Desgarradoramente, las muertes de adolescentes se duplicaron entre 2019 y 2021, muchas de ellas vinculadas al fentanilo (un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína). De hecho, más de 1.500 estadounidenses pierden la vida semanalmente debido al consumo de opiáceos.
En el país vecino, Canadá, también aumentó el número de muertes relacionadas con los opioide. Este patrón mundial empeoró con la pandemia de Covid-19. Desde enero de 2016 hasta septiembre de 2023, hubo 42 494 muertes documentadas atribuidas a intoxicación por opioides en Canadá. De enero a septiembre de 2023, las personas de 20 a 59 años representaron el 88% de esas muertes, y el fentanilo estuvo implicado en el 82% de ellas.
Resulta alarmante que la Comisión Stanford-Lancet sobre la Crisis de los Opioides en Norteamérica informe de que, sin una intervención inmediata, se calcula que 1,2 millones de personas en Estados Unidos y Canadá sucumbirán a sobredosis de opiáceos a finales de la década.
Esta desgarradora historia de sufrimiento humano se extiende por los continentes como una fuerza imparable. De Australia a África, ninguna parte del mundo se salva, lo que representa un catastrófico fracaso de la gobernanza y de las prioridades mundiales.
En consecuencia, la crisis de los opiáceos inflige importantes daños a la economía, supone una amenaza para la seguridad nacional y plantea importantes retos en política exterior. ¿Por qué, a pesar de los esfuerzos concertados, las naciones han luchado por someterlo? ¿Y por qué, en medio del caos, no se le ha dado prioridad? Esta crisis debería ser una prioridad absoluta y ocupar un lugar central en las políticas exteriores de todas las naciones y ONG relacionadas con la salud.
Una parte significativa del fentanilo utilizado ilícitamente en EE.UU. y Canadá procede de la producción extranjera. La producción mundial de opiáceos sintéticos está vinculada predominantemente a un puñado de naciones, entre ellas China, India, México y Rusia. El proceso de producción suele comenzar en China, principal fuente de los precursores químicos necesarios para crear fentanilo. Estos ingredientes suelen ser adquiridos por los cárteles de la droga mexicanos. A continuación, los cárteles introducen la mayor parte del fentanilo en Estados Unidos a través de la frontera sur.
Las subvenciones del gobierno chino incentivan a las empresas que trafican con drogas sintéticas ilícitas como los precursores del fentanilo, siempre que se vendan fuera de China. Esto plantea dudas sobre el control nacional frente a los incentivos a la exportación. No obstante, en un alarde de ceguera voluntaria, el gobierno chino ha declarado en repetidas ocasiones que no tiene conocimiento del tráfico ilegal de drogas ni de ninguna implicación en la subvención de la producción de precursores de fentanilo.
A pesar de que China prohibió en 2019 la producción y venta de fentanilo, un año después de la prohibición, los vendedores utilizaron plataformas en línea para comercializar descaradamente análogos y precursores de fentanilo. Según una investigación de NPR y del Centro de Estudios Avanzados de Defensa, estos vendedores envían sus productos directamente a compradores de Estados Unidos, Europa y a los cárteles de la droga mexicanos.
Las organizaciones delictivas transnacionales (OCT) mexicanas han incrementado la producción de fentanilo y pastillas falsificadas utilizando laboratorios clandestinos avanzados. La Administración para el Control de Drogas (DEA), en colaboración con las autoridades mexicanas, desarticuló varias redes de fabricación y distribución de fentanilo en 2018 y 2019. En consecuencia, la política estadounidense de control de drogas se centra en gran medida en México y, concretamente, en la producción y el tráfico de opioides sintéticos. Los esfuerzos incluyen centrarse en el desvío de precursores químicos y hacer hincapié en las consideraciones de salud pública.
Del mismo modo, India exporta fentanilo y tramadol a Estados Unidos, siendo el tramadol un problema cada vez más preocupante. A diferencia de otros países, India no ha clasificado el fentanilo y la mayoría de los opiáceos como sustancias controladas, lo que facilita su producción y exportación. En regiones como Oriente Medio y África, India es el principal proveedor de tramadol.
La estrategia de India para hacer frente a la crisis incluye la prevención, la cura y un control estricto a través de tres normativas: la Ley de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas (NDPS) de 1985, la Política 2012 y el Programa de Deshabituación a las Drogas (DDAP). La Ley NDPS prohíbe el cultivo, la producción, la venta, la compra, el comercio, la importación, la exportación, el uso y el consumo de psicotrópicos y estupefacientes, salvo con fines científicos y médicos.
A diferencia de México, el planteamiento de la India hace hincapié históricamente en el cultivo legal de amapola con fines medicinales y científicos bajo estricta supervisión gubernamental, lo que la convierte en uno de los principales productores mundiales para el mercado médico.
En cuanto a la política exterior, la administración Biden revitalizó la colaboración de Estados Unidos con China en materia de control de drogas tras una cumbre celebrada en noviembre de 2023. Estados Unidos sancionó a personas y acusó a empresas chinas por su implicación en el tráfico ilegal de drogas. En septiembre de 2023, el Presidente Biden designó oficialmente a China como uno de los principales países productores y de tránsito de drogas ilícitas.
Además, Estados Unidos y México colaboran a través de inteligencia compartida, cooperación policial y operaciones conjuntas. El Marco del Bicentenario México-Estados Unidos para la Seguridad, la Salud Pública y Comunidades Seguras es clave en este esfuerzo, ya que se centra en la salud y la seguridad públicas frustrando a los grupos criminales y modernizando la seguridad fronteriza.
Las organizaciones internacionales también ayudan a los países a hacer frente a la crisis de los opioides. En 2018, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) puso en marcha la Estrategia contra los Opioides. Reconociendo la creciente complejidad del problema, la ONUDD introdujo la Estrategia sobre Drogas Sintéticas en 2021. Este plan integral implica la colaboración con organizaciones internacionales y regionales para aunar recursos y conocimientos.
Sin embargo, incluso con estos esfuerzos, la epidemia de opioides sigue careciendo de la atención mundial adecuada si se tienen en cuenta todas las vidas que se pierden a causa de esta lacra. Los países en desarrollo, con recursos limitados, se esfuerzan por desempeñar un papel en este asunto. Mientras tanto, las naciones desarrolladas directamente implicadas en la producción y distribución no parecen tan preocupadas por desarrollar una política exterior expansiva.
La lucha mundial contra los opiáceos sigue viéndose obstaculizada por las deficiencias normativas, el dinámico tráfico de drogas, las insuficientes opciones de tratamiento, la desigualdad de los sistemas sanitarios y la falta de recursos. Para hacer frente a estos retos, una estrategia global unificada y diversificada no sólo es crítica, sino esencial.
Tenemos que dar prioridad y subrayar la importancia de esta epidemia con una regulación más rigurosa, una mejor recopilación de datos, una mayor disponibilidad de tratamientos y una cooperación mundial. Mediante la unidad y una mayor concienciación, sólo podemos esperar aliviar los daños causados por los opioides y proteger la salud de las comunidades de todo el mundo.