Empecé a ponerle música a las palabras que tecleaba Pablo y el resultado fueron hermosas canciones. Mi corazón se inundó de consuelo y alivio, ahora que sabía que teníamos una forma de entendernos, en cada momento juntos, la música nunca cesará.
BUENOS AIRES, Argentina—La vida me sorprendió con un hijo enfrentando autismo, un diagnóstico y una condición que no esperaba. Cuando nos enteramos, me asusté, aunque hoy puedo vincularme con él gracias a una faceta inesperada de la comunicación: la música.
Mi vida era la de un hombre promedio, estudié, me establecí y trabajé en mi profesión; hasta que un día, hace aproximadamente 35 años, me enteré que mi esposa estaba embarazada. ¡Era el momento de formar una familia y estaba muy contento, como no iba a estarlo! Nunca esperé todos los desafíos que me esperaban en la paternidad.
Nació mi hijo Pablo y todo se tiñó de esperanza y expectativa por el futuro, pero a medida que crecía, comenzó a exhibir comportamientos preocupantes, yo pensé que no debía preocuparme. Sin embargo, con el paso del tiempo, su comportamiento empeoró: no jugaba como otros niños de su edad; no compartía sus juguetes; el menor inconveniente o cambio de rutina lo trastornaba mucho; y luchaba mucho por comunicarse con nosotros.
Finalmente decidí llevarlo al médico, sin saber qué esperar, nunca imaginé que mi hijo tuviera autismo. Lloré cuando me enteré, mis emociones peleaban dentro de mí: miedo a lo que le iba a pasar en la vida, e indignación conmigo mismo, no por el estado de Pablo, sino porque dejé pasar todo ese tiempo, pensando ingenuamente que sería solo una etapa y que en algún momento punto que mejoraría.
A medida que Pablo crecía, la comunicación con él se hacía cada vez más difícil, pero hacíamos lo que podíamos.
Siempre me ha gustado tocar la guitarra, por lo que un día me senté en el sofá de la sala, relajado y tranquilo, y toqué las cuerdas de la guitarra para cantar una canción de los Beatles.
Pablo, un adolescente en ese momento, me miró—algo fuera de lo común—con asombro en sus ojos. Hicimos contacto visual, nunca olvidaré ese momento mientras viva, me sentí lleno de amor, casi como magia.
“Vamos hijo, Siéntate, ¿Por qué no me ayudas a componer una canción?» Le dije a Pablo, sin saber que estaba a punto de entrar en lo que sería nuestro paraíso.
Mi hijo no dudó, le hice espacio en el sofá y se sentó a mi lado, Pablo estaba nervioso. Sus manos temblaban y se mordía los labios, debido a su condición, era difícil para nosotros compartir momentos como este. Le di unas palmaditas en la espalda para que supiera que todo estaba bien.
Toqué algunas melodías en la guitarra y las piernas de Pablo comenzaron a moverse arriba y abajo, siguiendo suavemente el ritmo, la música Inundó la habitación. No puedo explicar lo feliz y satisfecho que me sentí en ese momento, una mezcla de emociones recorrió mi cuerpo. El parecía querer llorar de felicidad y emoción también.
Después de algunos minutos, Pablo comenzó a tararear y yo escribí, de repente, teníamos nuestra primera canción; «¿Qué piensas hijo, está bien así?» Le pregunté, Pablo solo sonrió, ya no temblaba ni estaba nervioso, se le veía tranquilo. Por fin habíamos encontrado una hermosa actividad para hacer juntos.
El compartir ese espacio y tiempo juntos en la sala se convirtió en nuestra rutina diaria, nos miramos a los ojos y Pablo prestaba atención a cada nota que soltaban los instrumentos. Nos descomprimíamos y nos divertíamos al mismo tiempo, la música se había convertido en nuestra comunicación y nuestra actividad favorita.
Dejamos de escribir nuestras canciones en hojas de papel, Pablo comenzó a usar la computadora y ahora era él quien componía. Expresó su poesía interior con unos pocos clics en el teclado y fue increíble, me sorprendió su amplio vocabulario, considerando que nunca había ido a una escuela tradicional.
Empecé a ponerle música a las palabras que tecleaba Pablo, el resultado eran hermosas canciones, consuelo y el alivio inundaron mi corazón, ahora que sabía que teníamos una forma de entendernos. Cada momento que estuvimos juntos, la música nunca cesó.
Un día, decidimos dejar la sala de estar, no quería que Pablo se acostumbrara a estar ahí, ahora que podíamos comunicarnos y entendernos, quería que saliera al mundo exterior. Lo llevé a dar un paseo en auto y encontramos otra actividad que amamos hasta el día de hoy: la música suena en el estéreo mientras deambulamos por paisajes, padre e hijo juntos.
Aunque la música le ha abierto las puertas a nuestra relación, no podemos ignorar que Pablo tiene autismo y nunca podrá vivir por su cuenta y mucho menos realizar tareas básicas, como cocinar o bañarse.
Hoy han pasado 20 años desde que tuvimos esa primera experiencia juntos con la música y fue la mejor decisión, no intencional de mi vida, pedirle que me ayudara a escribir una canción. Cada vez que veo a Pablo me dice: «Quiero que me toques algo», y ahí empiezo, mi guitarra, él y yo en nuestro propio universo.
En los primeros años de Pablo, me preocupaba y estresaba todo el tiempo, destrozaba mi mente tratando de entender a mi hijo. Incluso pensé que no era un buen padre, que estaba haciendo las cosas mal, cuando uno está cerca de estas situaciones, es muy fácil quedarse inmovilizado. Yo era un padre primerizo y simplemente no sabía cómo reaccionar.
Hoy, no considero que mi hijo esté enfermo, simplemente tiene habilidades especiales, conectarse, divertirse y comunicarse con él es una bendición. Nos salvamos la vida mutuamente cuando descubrimos nuestro vínculo musical.
¿Cómo es que un par de notas musicales pueden crear una unión entre un hijo autista y su padre? Es una incógnita que nunca podré responder, siento tanto amor por mi hijo que no me cabe en el pecho y me cuesta expresarlo.
Cada vez que toco la guitarra, el me mira y esa conexión es increíble; me llena de emoción porque sé que ahí mismo es cuando estamos listos para escucharnos y entendernos.
Aunque Pablo no podía entender lo que estaba pasando en el mundo durante la pandemia, ni mostraba interés, de todos modos, aparecieron obstáculos en nuestro camino y la única manera de hacerle frente y pasar las 24 horas del día juntos era refugiándonos en la música.
Disfruto estar con Pablo como parte de mi rutina, me hace feliz que todo lo que hacemos juntos conduzca a la música y adoro pasar tiempo con él, ya sea que estemos componiendo, escuchando, viendo un documental sobre una banda o simplemente haciéndonos compañía.
Intento visualizar el comunicarme con Pablo a través de la música como algo mucho más mágico que un diálogo tradicional, ya que la charla ordinaria puede llevar al aburrimiento, pero con la música siempre encontramos algo nuevo que nos deslumbra y nos deja agotados, en el buen sentido.
Conectar las frases que escribe Pablo y darles una melodía es un reto emocionante, es como un rompecabezas: muevo esta palabra aquí, una melodía por allá y de repente, tenemos una canción o mejor dicho, una obra maestra.
Hemos subido nuestras canciones a varias plataformas, como Spotify y YouTube. Cada vez que subimos algo nuevo, lo escucho una vez me encuentro a solas. Me cuesta creer que nosotros lo compusimos, por lo que escucho una y otra vez. Mi oído entra en modo alienígena y llevo una sonrisa de oreja a oreja, incluso ver nuestros nombres en la descripción de cada canción me emociona.
Estamos en una era donde la música juega un papel fundamental en la vida de cualquier ser humano, la gente escucha música mientras limpia, hace ejercicio, se baña, etc.; ya sea escuchen para distraerse o simplemente por placer. Mi hijo y yo la usamos para entendernos, para iniciar una conversación y es lo que impulsa nuestra relación hoy.