Escuchamos fuertes disparos. Sabíamos que era cuestión de tiempo antes de que los atacantes nos encontraran.
NAIROBI, Kenia – El 15 de junio de 2019 ocurrió un milagro. Sobreviví a un ataque terrorista.
El pavor que viví ese día permanece fresco en mi mente. Aún más doloroso es el trauma al que me he enfrentado durante los últimos tres años.
El ataque al que sobreviví fue llevado a cabo por Al-Shabaab, un grupo terrorista islámico.
A las 2:30 p. m., llegué a DusitD2 [a modern hotel and resort chain] en Riverside Drive. Corría dentro del centro comercial porque tenía que volver a casa para recoger a mis hijos de la escuela.
Mientras compraba, escuché una explosión muy fuerte. Al principio, no le presté demasiada atención. Estaba en el segundo piso así que seguí comprando con normalidad. Entonces, escuché un estruendo.
Al estruendo lo siguieron disparos y gritos. Mientras la gente corría hacia las ventanas para ver qué estaba pasando, lo primero que pensé fue bajar al primer piso y volver a casa.
«Wamekuja, ni al-Shabaab», dijo un hombre en suajili, que se traduce como «Han venido, creo que es al-Shabaab».
La escena desencadenó el recuerdo del ataque al centro comercial Westgate y lo brutal que fue. Pensé: «Mi vida se acabó».
Recuerdo que un hombre nos dijo que no fuéramos al primer piso porque los atacantes ya estaban allí. Nos dijo que fuéramos más arriba y nos escondiéramos en los locales del tercer piso, esperando a que la policía llegara cuanto antes.
Aproximadamente diez de nosotros corrimos al tercer piso y nos escondimos en una de las oficinas de la compañía de seguros. Seguimos escuchando fuertes disparos durante unas dos horas. Para entonces eran las 5 p. m. y sabíamos que era cuestión de tiempo antes de que los atacantes nos encontraran.
Le envié un mensaje de texto a mi esposo con uno de los mensajes de texto más emocionales que creo que enviaré en mi vida.
Le dije que estaba en peligro; que había ido a DusitD2 y Al-Shabaab atacó.
Le dije: «Sólo quería decirte que te amo a ti y a nuestros queridos niños. Cuida de ellos, los amo».
La muerte parecía estar cerca.
Los disparos afuera eran ensordecedores y la gente seguía gritando. No podíamos salir de nuestro escondite.
Mi esposo trató de llamarme, pero el grupo me pidió que no atendiera y me recomendaron que pusiera el celular en modo silencioso.
Le envié un mensaje de texto de nuevo y le dije que estábamos escondidos en una oficina del tercer piso.
El ataque continuó. Ya eran las 7 p. m. Me las arreglé para meterme en un baño diminuto.
Alrededor de las 8 p.m., escuchamos disparos que parecían cada vez más cercanos. Había gritos a nuestro alrededor. Abrieron la puerta de la oficina.
Todo en la habitación se puso patas arriba y la puerta del baño se abrió.
Una voz sonó, «Quédate abajo y manos arriba».
No fueron los terroristas.
Dos policías de Kenia fuertemente armados de la Unidad de Servicios Generales (GSU) nos cachearon.
Nosotros no teníamos armas de fuego. Nos pidieron que mantuviéramos la calma y nos dijeron que nos sacarían en poco tiempo.
Recuerdo caminar sobre cadáveres mientras la policía antiterrorista nos sacaba. La escena fue espantosa. Nunca antes había experimentado tanta ansiedad y miedo.
Hasta el día de hoy, tengo taquicardia, presión arterial alta e, incluso, enfermedades relacionadas con el estrés.
El ataque que experimenté fue solo uno de una serie de ataques en Kenia.