Tenía 11 años cuando vi a mi madre enferma por primera vez. La veía muy delicada y me preocupaba lo que pudiera pasarle. Se veía tan delicada y frágil. Recuerdo el gorrito que le cubría la cabeza, para ocultar la caída del pelo.
BARCELONA, España — Tenía 11 años cuando vi a mi madre enferma por primera vez. Pasaron los años y la vi luchar contra el cáncer una y otra vez. En 2020, cuando falleció, me destrozó. La segunda vez que enfermó, a causa de eso y por los antecedentes de dos tías que murieron a causa del cáncer, los médicos sugirieron que todos nos hiciéramos un análisis genético. Hasta ese momento, creí que el cáncer podría pasarme a mí como a cualquier otra persona, que lo de mi madre simplemente había sido mala suerte. Pero cuando supe que mi madre era portadora del gen, todo cambió. El cáncer se convirtió en una posibilidad muy cercana. Comencé a estar más atenta a mi cuerpo, a tocarme todos los días, intentando percibir tempranamente algún bulto que me diera un indicio. A mis 28 años, entré al quirófano decidida a reducir lo máximo que pudiera mis posibilidades de contraer cáncer de mama. Para ello, debí quitarme ambos pechos.
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Tenía 11 años cuando vi a mi madre enferma por primera vez. La veía muy delicada y me preocupaba lo que pudiera pasarle. Se veía tan delicada y frágil. Recuerdo el gorrito que le cubría la cabeza, para ocultar la caída del pelo, y me hacía a mí misma preguntas que no podía responder. No entendía lo que sucedía, y nadie me lo contaba. Sólo sabía que mi mamá era diferente a las otras mamás. Recuerdo acompañarla al hospital, sentarnos juntas en un banco en el jardín Ella, con los ojos cerrados, disfrutaba del sol en su rostro, como saboreando cada segundo de vida. Yo la miraba fijamente, con la intuición de que era una especie de heroína.
Con el paso del tiempo, se recuperó. Yo crecí y, entonces, me contaron que había superado un cáncer de mamas. “Es inmortal”, fue la idea que se alojó en mi cabeza y me acompañó durante muchísimo tiempo. Hasta que falleció, tuve la certeza de que mi madre sería capaz de todo. El cáncer siempre estuvo presente en mi casa, como un integrante de la familia.
Se reflejaba en el cuerpo de mi madre, donde los pechos habían sido extirpados. Se reflejaba en su cansancio en las épocas de quimioterapia. Para mí, era lo más natural del mundo. Estaba acostumbrada a estar junto a ella, y a observar a otras chicas operadas en el hospital. Incluso después de que recibiera el alta, el cáncer permanecía como una sombra que podría regresar en cualquier momento. Y lo hizo: mi madre enfrentó otras dos veces la enfermedad, hasta que en 2020 falleció. La segunda vez que enfermó, a causa de eso y por los antecedentes de dos tías que murieron a causa del cáncer, los médicos sugirieron que todos nos hiciéramos un análisis genético. Me hice los análisis de sangre, y los tres meses de espera los viví como una agonía. El tiempo parecía estirarse indefinidamente, e iba a contramano de mi apuro por tener certezas. Me sentía como si estuviera esperando una sentencia de muerte.
Sentada en el consultorio médico, tomada de la mano de mi hermana, escuché los resultados de los estudios. Me hablaron del gen que portaba y de las medidas que podía tomar para prevenir el cáncer. El gen estaba en mí, como una minúscula pero poderosa bomba de tiempo que podría arrasar con todo.
“¿Qué hubieran dado mi madre, mis tías y muchísimas otras mujeres por contar con la información que tengo yo?”, pensé. A diferencia de ellas, yo tendría tiempo para decidir mis siguientes pasos. Llegué a mi casa y, en cuanto se lo conté, mi madre rompió en llanto, echándose la culpa de todo. El gen provenía de su propio padre, que se lo heredó a ella, y ella a mí.
Las tensiones se fueron junto a esas lágrimas, que lavaron mi espíritu y me dejaron lista para afrontar lo que vendría. Supe inmediatamente que lo mejor sería realizarme una mastectomía preventiva. Aunque me costó un tiempo tomar la decisión. Sentía un miedo irrefrenable al quirófano. Me daba pavor sólo imaginarme ingresando anestesiada a una mesa de operaciones.
Nunca me preocupó el aspecto que tendría después, sólo me preocupaba la operación en sí. En ningún momento la estética fue algo que me detuviera. Crecí viendo a mi madre sin un pecho, primero; y luego sin los dos. Era algo normal para mí. El miedo comenzó a disiparse, pero el día de la mastectomía la angustia me abrumó.
Mientras me colocaban la anestesia, yo mantenía la vista fija en un punto lejano y las lágrimas me caían por la mejilla, sin siquiera pestañear. Estaba petrificada, sabía que iba a ser un antes y un después en mi vida. Seis horas más tarde, abrí los ojos y lo primero que vi fue a mi madre, parada a mi lado, observándome con todo el amor del que una persona es capaz. Con ella a mi lado, pensé que todo estaría bien.
Después de la operación, me enfrenté a algunos desafíos. Una porción de mi cuerpo, literalmente, ya no me pertenecía. Al principio se sentía extraño verme en el espejo. Las cicatrices, las formas, eran y no eran parte de mí.
No lo viví como una carga, sino que decidí focalizar en lo positivo de mi situación: a diferencia de tantas mujeres, recibí información y atención antes de que llegara el diagnóstico de un cáncer. Las decisiones, en ese punto, no eran enteramente mías. Simplemente estaba haciendo lo que debía hacer, lo que los médicos indicaban. Los implantes mamarios que me pusieron fueron consejo suyo, tanto en el tamaño como en el tipo. Aún hoy, cuando voy a revisiones, hay en mí una pequeña sensación de temor. Mis probabilidades bajaron muchísimo, pero nunca serán iguales a cero. El fantasma del cáncer seguirá rondando alrededor, aunque sea como una posibilidad latente.
Sé que, en algún momento, debería operarme también los ovarios. No sé si algún día querré ser madre, pero, adelantándome a aquello, congelé ovicitos. Será una decisión que tomaré yo y no la enfermedad. Hay muchas cosas que no pude decidir, y me aferro a todo aquello que sí depende de mí.
Aunque pensé que mi madre sería inmortal, de todos modos fue, es y será mi heroína siempre. Para mí, ella es inmortal. Gracias a ella tengo esta posibilidad y esta forma de intentar afrontar lo que venga. Es gracias y por ella. Y lo cuento para que otras mujeres también puedan darle prioridad a lo positivo de contar con información.