Entre las víctimas que perdieron sus casas había mujeres embarazadas, niños, ancianos y otros vecinos. La destrucción dañó los cables eléctricos, lo que provocó un incendio que se propagó a otras casas. Me quedé en estado de shock al ver las llamas.
BUENOS AIRES, Argentina – Hace ocho años, mi familia y yo nos trasladamos a la Villa 31, un barrio marginal situado cerca de la autopista en Buenos Aires. Un día, recibí una llamada telefónica en la que me decían que las casas de nuestra calle se habían derrumbado. Me quedé helada.
Resultó que los operarios que demolían dos casas adyacentes provocaron un accidente. Destruyeron toda nuestra calle por error, dejando a 30 familias sin hogar.
Nadie nos avisó de que se estaban realizando obras en la autopista. Nos tomó a todos por sorpresa. Tres hileras de casas, de tres pisos cada una, convertidas en escombros. Obligados a pasar la noche a la intemperie bajo la autopista Illia, no teníamos dónde ir.
Cuando recibí aquella terrible llamada, estaba en el trabajo. Una vecina me preguntó que si aquel día había dejado a mi hijo en casa. Él suele quedarse en casa cuando yo voy a trabajar pero, cosas del destino, vino conmigo. Le dije a mi vecina que estábamos juntos y le pregunté si todo estaba bien.
Entonces nos dio la noticia: unos contratistas del gobierno habían destruido nuestras casas. Supuestamente, el accidente de demolición se produjo por un error de cálculo. Sólo querían demoler dos casas, pero un accidente causó daños en toda la manzana. Me quedé en estado de shock, con el teléfono en la mano. Un millón de pensamientos se agolpaban en mi mente. Mi hijo y yo nos precipitamos al lugar de los hechos.
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Cuando llegamos, encontramos todo convertido en escombros, nuestras cosas esparcidas por todas partes. Me esforcé por ver el lado bueno de las cosas y no dejarme llevar por los peores sentimientos. Pensé que era una suerte que no hubiera heridos. Sin embargo, con la pérdida de nuestras pertenencias, mi mente pronto se llenó de rabia y tristeza.
Entre las víctimas que perdieron sus casas había mujeres embarazadas, niños, ancianos y otros vecinos. La destrucción dañó los cables eléctricos, lo que provocó un incendio que se propagó a varias casas más. Me quedé en estado de shock mientras contemplaba las llamas, preguntándome si alguna vez podría volver a casa.
Queríamos recuperar las pocas pertenencias que nos quedaban, pero las autoridades nos negaron el acceso a nuestras casas. Me enteré de que el gobierno declaró que habían cortado la luz ese mismo día. Alegaron que la escasa iluminación hizo que los trabajadores cometieran un error. Mientras tanto, no teníamos adónde ir.
Junto con otros residentes, pasamos las primeras 48 horas esperando bajo el puente de la autopista del Retiro sin ayuda, comida, agua ni electricidad. Aparecieron vecinos con comida y mantas y, dos días después, el gobierno envió algunas provisiones. Nos pidieron que encontráramos otro lugar donde vivir mientras ellos solucionaban las cosas.
Me sostuve en su promesa de ayudarnos con el alquiler y la búsqueda de alojamiento, pero al final no llegó ninguna ayuda. [Algunos residentes informaron de que los habían alojado en un hotel con disponibilidad limitada de alimentos económicos, demasiado lejos de su barrio y de sus trabajos]. Después de mucho luchar, encontré un lugar con unas condiciones de vida relativamente aceptables para mí y mi hijo. El problema me llevó a faltar al trabajo. Pronto perdí mi empleo y nuestro dinero disminuyó. Encontré un trabajo temporal, peor pagado, y empecé a trabajar muchas horas para llevar comida a la mesa. Me sentía como si fuera a estallar en cualquier momento, llevando un peso tan grande sobre los hombros.
Nunca recibí ningún tipo de ayuda del gobierno. Esperaba que me proporcionaran alguna ayuda económica para el alquiler o las necesidades, pero nunca lo hicieron. Lo peor fue no recibir nunca una disculpa por su error. Daba la sensación de que no nos veían como personas porque vivíamos en los barrios marginales de Buenos Aires. Simplemente se lo tomaban en joda y nos ignoraban.
Poco después, el lugar donde nos instalamos mi hijo y yo se volvió impagable y tuvimos que mudarnos de nuevo, pero no teníamos adónde ir. Una vez más, dormimos bajo el puente durante una semana entera, tiritando de frío. En total, pasamos 15 días bajo ese puente, durmiendo en el duro suelo y, a veces, bajo la lluvia. Vi con horror cómo todo lo que había construido a lo largo de los años se derrumbaba en cuestión de segundos. Es sin duda lo peor que me ha pasado nunca.
Yo también veo el dolor en los ojos de mis vecinos. Compartimos el sufrimiento, la incertidumbre y la rabia. No me queda nada, aparte de un puñado de cosas que llevaba conmigo aquel día o que pude recoger más tarde. Espero que, con el tiempo, podamos construir un hogar en otro lugar y dejar atrás este horrible incidente, que nunca debería haber ocurrido.
Sólo pretendían destruir dos casas antiguas y, en cambio, la gente que vivía en la calle lo perdió todo. En momentos así, ante una oscuridad terrible, fueron mis vecinos los que me sacaron adelante. Formamos una comunidad e hicimos todo lo posible por ayudarnos unos a otros.