Hace un mes intentaron echarnos, pero nos mantuvimos firmes. Cada vez que nos reunimos, casi se puede sentir el cambio en la atmósfera. Nos convertimos en algo más que un grupo de pescadores: nos convertimos en una fuerza.
VALPARAÍSO, Chile – El 9 de mayo, mi corazón se aceleró cuando las excavadoras arrasaron Quintero y Puchuncaví. El hedor acre de la contaminación llenaba el aire, una mezcla cáustica que escocía las fosas nasales.
Cuando los pescadores artesanales de nuestra zona descubrieron la falta de permisos para el [a desalination plant that threatens the maritime ecosystem] del Proyecto Aconcagua, nos movilizamos, convirtiendo la obra en un campo de resistencia.
Aún recuerdo la arenilla bajo mis botas y el aire salado mordiéndome la piel mientras permanecíamos impertérritos fuera de la planta. Las autoridades nos obligaron a alejarnos de la entrada, pero no pudieron desalojar nuestro espíritu. Hemos aguantado más de 100 días y no cederemos.
Los cantos de las aves marinas y los atisbos de vida marina alimentan nuestra lucha, no sólo por la naturaleza, sino por nuestra comunidad de pescadores artesanales. Nos hemos mantenido firmes y no tenemos intención de ceder.
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Nos enteramos de los permisos de construcción aprobados para el Proyecto Aconcagua en 2018 y, en cuanto comprendimos el peligro, supimos que había que hacer algo. Formamos nuestra federación y rompimos con la tradición.
En lugar de limitar la votación a los presidentes de los sindicatos, como suele hacerse, abrimos la votación a todos los miembros de la federación. Con un apoyo abrumador y el respaldo de 16 delegados, me eligieron presidente. Me sentí honrado y lleno de energía, optimismo y espíritu comunitario.
Estos 16 líderes están a mi lado durante las reuniones críticas, reforzando nuestra unidad y fortaleza. Nuestra solidaridad garantizó que nuestra federación permaneciera intacta e inquebrantable. Esto es fundamental dado a lo que nos enfrentamos: empresas y gobiernos gigantes, igualmente ansiosos por el éxito del proyecto. Nos mantenemos unidos, comprometidos con la protección de nuestra comunidad y la preservación de nuestro modo de vida ancestral.
Algunos dirigentes afirman que la planta no es un problema medioambiental. Eso nos parece una afrenta a todos. Creemos que los empresarios que juegan a ser científicos son ajenos al frágil ecosistema que ponen en peligro. La retórica va más allá de ser hueca; es una bofetada en la cara para quienes entendemos íntimamente el equilibrio de la vida marina.
Cuando las autoridades se enteraron de nuestras protestas, tomaron inmediatamente medidas para desalojarnos, a pesar de que nos limitábamos a poner de manifiesto la falta de permisos de construcción adecuados por parte de Aguas Pacífico. La Dirección de Obras Municipales de Puchuncaví confirmó nuestras sospechas. El engaño me hirvió la sangre. Presentamos una denuncia y finalmente enviaron inspectores que paralizaron las obras.
Creo que esta empresa engañó a todo el mundo, afirmando tener todos los permisos y prometiendo suministrar agua a zonas rurales a través del programa APR (Agua Potable Rural), mientras que en realidad pretendía servir a grandes proyectos industriales. Pero nuestra lucha no es sólo por los permisos, sino por el futuro de nuestra bahía. Luchamos con uñas y dientes para mantener a esta empresa fuera. Nos negamos a seguir siendo una zona de sacrificio; queremos transformar nuestro hogar en una zona de recuperación donde la pesca artesanal pueda continuar durante generaciones, como lo ha hecho durante siglos.
Durante estos meses de protesta transformadora, vi cómo se iluminaban los rostros de los pescadores ancianos al reavivar viejas amistades. Los vi jugando a las cartas juntos, inclinándose mientras las rondas se intensificaban. Tejemos un tapiz de resistencia y comunidad, sacudiéndonos los grilletes del individualismo que envenenan nuestra sociedad. Cada vez que las organizaciones locales nos apoyan, sentimos que se nos levanta el ánimo y me recuerdan que no estamos solos.
Hace un mes intentaron echarnos, pero nos mantuvimos firmes. Cada vez que nos reunimos, casi se puede sentir el cambio en la atmósfera. Nos convertimos en algo más que un grupo de pescadores: nos convertimos en una fuerza. Formado por 413 pescadores de ocho sindicatos, compartimos una misión que trasciende el beneficio personal. Nuestra zona de sacrificio se está convirtiendo en un santuario, una zona de recuperación que recupera el alma de nuestra comunidad.
Las comunidades de Quintero y Puchuncaví ya han sacrificado demasiado por la nación, recibiendo sólo penurias a cambio: contaminación, pobreza, niños enfermos y desastres ambientales. Ya es hora de que termine el ciclo de abandono. Exigimos la descongestión de estas zonas industriales y la salida de las empresas que incumplan las normas medioambientales. Yo ejerzo de portavoz, pero las decisiones son colectivamente nuestras.
En cuanto a la planta desalinizadora propuesta, sólo añade insulto a la ofensa . La ironía es evidente. Creemos que la planta no está destinada al abastecimiento público de agua, sino a las explotaciones mineras. Pedimos que se establezca un marco jurídico para supervisar estos proyectos de forma responsable. Ya está bien; nuestras bahías no deben seguir sirviendo de vertederos corporativos. Buscamos justicia y un futuro más limpio y saludable para nuestras comunidades.