Ante mí, contemplé la colosal anaconda, de poco más de seis metros de largo y unos 100 kilos de peso, quizá más. No podía apartar los ojos de esta sobrecogedora criatura, una auténtica maravilla de la naturaleza. Era inmensamente musculosa, la mayor de las especies de boa y la segunda serpiente más grande del mundo. La observé durante un rato antes de decidirme a saltar al río y nadar a escasos centímetros de ella.
AMAZONAS, Perú – Me adentré en el Amazonas con un único objetivo: encontrar a la legendaria anaconda verde en su hábitat natural. Después de años de encontrarme con serpientes y recopilar innumerables historias, este momento se me antojó icónico e inolvidable. Por fin me había encontrado cara a cara con uno de los especímenes más grandes que jamás había visto.
El encuentro fue extraordinario. Avistar una anaconda tan grande fue pura suerte. Los avistamientos de este tamaño son extremadamente raros. Este descubrimiento consolidó mi relación de por vida con estas extraordinarias criaturas.
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Desde muy joven me gustaron los animales y las aventuras en la naturaleza. Mi madre me encontraba a menudo sumergida en el monte o a orillas del río en mi Chaco natal. Desde los cuatro años, la flora y la fauna me servían de patio de recreo mientras inventaba historias y observaba animales e insectos en la verde naturaleza que me rodeaba. A los 10 años, mi cuñado trajo a casa una serpiente. Tocarla por primera vez me transformó por completo.
En 2001, a los 13 años, mis padres me sorprendieron con un viaje a África. Volamos a Sudáfrica y vivimos momentos inolvidables rodeados de animales salvajes, abriéndome un mundo que nunca quise abandonar. Recuerdo una visita a un santuario de serpientes donde me encontré cara a cara con una mamba negra.
Había visto la serpiente innumerables veces en libros y documentales, pero nunca de cerca. Apretando la cara contra el frío cristal del tanque, me maravillé con cada detalle. El color, el movimiento y los ojos de la serpiente me cautivaron. Ese mismo viaje me dio la oportunidad de manipular una pitón. Sentir su fuerza mientras me rodeaba el brazo me dejó extasiado.
Cuando volví a casa, mi fascinación por las serpientes se intensificó. Compré más libros, vi documentales interminables y adquirí varias especies a medida que mi pasión crecía día a día. Pronto tracé el mapa de cinco destinos de ensueño. Quería explorar los entornos de las especies de serpientes más emblemáticas de Australia, África, el Sudeste Asiático, el Amazonas y la India. Hoy tengo la suerte de haberlas conocido todas. Mi pasión por estos animales me inspiró para estudiar veterinaria con especialización en ofidios. Pronto busqué destinos donde poder observar y rescatar distintas especies de serpientes de todo el mundo. Esto me abrió las puertas a una experiencia vital increíble.
Cada destino que visito en pos de grabar serpientes e interactuar con ellas me revela un universo nuevo. En la India, recuerdo vívidamente tener en la mano una pequeña cobra de anteojos, rompiendo todo tipo de barreras personales. En Indonesia, formé equipo con Reptile Rescue para reubicar huevos de cobra rey, una de las serpientes más venenosas e inteligentes del mundo. Retiramos cuidadosamente los huevos del nido de su madre, garantizando su seguridad y minimizando los daños. Cada experiencia profundizó mi conexión con estas fascinantes criaturas.
Las cobras rey pasan la mayor parte del año en lo alto de las montañas sin apenas contacto con los humanos. Sin embargo, durante la época de cría, descienden a los valles para construir nidos, algo que no hace ninguna otra especie de serpiente. Durante 70 días, la madre se enrosca alrededor de sus huevos, volviéndose extremadamente vulnerable y agresiva. Por desgracia, durante este tiempo, los aldeanos suelen quemar sus nidos y matarlas por miedo.
Rescatar y reubicar sus huevos se convierte en algo crítico. Me uní a los expertos en estas operaciones y observé atentamente cómo manipulaban a las madres cobra rey, de casi cinco metros de largo, que estaban en modo de defensa total. Fue una experiencia impactante y sobrecogedora a la vez. Mientras retiraban con cuidado a las madres, reubicamos cuidadosamente los huevos en zonas seguras, asegurándonos de que permanecían cerca de sus madres pero fuera de peligro inmediato.
A lo largo de los años, mi pasión por los reptiles me llevó por todo el mundo, desde las densas selvas de Asia hasta los desiertos de Australia. Exploré Estados Unidos, las selvas de Colombia y Brasil, y casi todos los rincones de Latinoamérica. Pero el corazón del Amazonas, por donde vaga la anaconda gigante, seguía siendo mi máximo sueño.
Finalmente, volé a Perú y me adentré en el sur del Amazonas, en la región conocida como Madre de Dios. Los avistamientos de serpientes siguieron siendo escasos debido a los vientos fríos de las montañas o friaje. Durante el día seguía haciendo calor, pero las temperaturas bajaban por la noche. A medida que me adentraba en la selva, me topaba con un número increíble de especies: grandes migraciones de hormigas, serpientes, arañas, escorpiones, avispas, abejas e incluso jaguares. Cada paso requería una intensa concentración y exigía respeto a cada paso.
La búsqueda de una anaconda se realiza durante el día, a diferencia de otras serpientes, que suelen encontrarse por la noche con linternas. Las anacondas pueden verse a menudo tomando el sol en las orillas del río, por lo que el día es el mejor momento para rastrearlas. Tras seis días de intenso senderismo, sólo encontramos una serpiente diminuta, de apenas 10 centímetros.
Frustrado pero decidido, me fui y volé al corazón del Amazonas, a la legendaria Iquitos. Allí pasé cuatro días en plena selva. En una de nuestras cacerías de anacondas, navegamos durante 10 horas por el río Tahuayo, afluente del Amazonas. Me mantuve alerta, empapándome del ambiente, respirando el aire de la selva y capturando cada momento con mi cámara.
Nos avisaron de un posible avistamiento de una enorme anaconda en la zona, así que seguimos la pista. Viajar por el Amazonas era como adentrarse en un reino completamente distinto. Los ríos, grandes y pequeños, serpentean por la espesa e imponente selva, creando un laberinto interminable de agua y árboles. La energía de la selva era palpable. Rebosaba de vida, desde microorganismos hasta árboles de 30 a 40 metros de altura.
Navegamos entre la niebla y finalmente cambiamos a una embarcación más pequeña para adentrarnos río arriba durante otras dos o tres horas. Entrar en este entorno era como sumergirse en un universo húmedo y vivo rebosante de biodiversidad. Todo parecía vivo: las enormes hojas, el aire empapado de agua y el propio suelo. A medida que me adentraba en la selva, mi mente bullía con mil posibilidades.
Recorrí todos los escenarios, analizando todas las variables, desde mi primer movimiento al encontrarme con la serpiente hasta cómo podría desarrollarse toda la interacción. Una cosa estaba clara: no quería vivir el típico encuentro en el que agarro a la serpiente por el cuello para evitar que me muerda o escape. Mi objetivo era interactuar con la anaconda respetando su espacio, minimizando el estrés y evitando cualquier confrontación.
Mis pensamientos se revolvían mientras elaboraba innumerables escenarios sobre cómo lograr este encuentro pacífico. De repente, detectamos señales de la presencia de la anaconda. Cuando llegamos a la orilla de uno de los brazos del río, la vi: gigante y enroscada. Parecía impresionante. Allí estaba, la reina del Amazonas, la legendaria y mítica M’boi Jaguá.
Me sentí eufórico. Una descarga de adrenalina me invadió, inundando mis sentidos. En ese momento, volví a sentirme como un niño, perdido en la magia de una nueva aventura. Afortunadamente, parecía tranquila, tomando el sol, acababa de comer. Esta hembra adulta probablemente estaba digiriendo un carpincho u otro mamífero de la zona. Su quietud nos brindó la rara oportunidad de observarla en su hábitat natural sin molestarla.
Si no acabara de comer, la habríamos pasado por alto fácilmente. Cuando cazan, las anacondas se vuelven casi invisibles, perfectamente camufladas con su entorno. Tras una cacería exitosa, ya no pueden sumergirse debido a su mayor peso. En su lugar, se asolean para digerir a sus presas, dejándolas expuestas y sin esconderse. Ante mí, contemplé la colosal anaconda, de poco más de seis metros de largo y unos 100 kilos de peso, quizá más.
No podía dejar de mirar a esta sobrecogedora criatura, una auténtica maravilla de la naturaleza. Era inmensamente musculosa, la mayor de las especies de boa y la segunda serpiente más grande del mundo. La observé durante un rato antes de decidirme a meterme en el río y bañarme a escasos centímetros de ella. Me emocioné. El miedo nunca se me pasó por la cabeza; entendía el comportamiento y los límites de la anaconda, y apliqué ese conocimiento en mi interacción. Sólo tenía que mantenerme alerta y acercarme con respeto, con cuidado de no molestarla.
Si se sobresaltaba, podía regurgitar su presa, lo que habría sido desastroso. Miré su poderosa cabeza y vi su innegable fuerza. Si no hubiera comido recientemente, cualquier intento de manipularla podría resultar fatal. La anaconda podía envolverme la cabeza con facilidad y yo carecía de fuerzas para escapar. Sus cien dientes curvados hacia atrás me causarían graves heridas si me mordiera. Esta especie es capaz de extender sus mandíbulas lo suficiente como para rodear los hombros de un humano adulto: una criatura de inmenso poder.
El guía que estaba a mi lado me miraba con los ojos muy abiertos y una sonrisa indescriptible. Llevaba 10 años en la Amazonia peruana y era la primera vez que veía un ejemplar tan enorme. Me siento privilegiado por dedicar mi vida a coleccionar experiencias únicas que muy pocos vivirán. Aunque mis viajes son siempre en busca de serpientes, estar inmerso en la naturaleza me enseña algo nuevo cada vez, me permite interactuar con el entorno y con las innumerables especies que viven en él.
Aunque me enfrento a situaciones peligrosas y experimento situaciones cercanas -como ser mordido o evitar por poco la mordedura de varias serpientes-, siempre consigo escapar del verdadero riesgo. Hasta ahora, nunca he utilizado antiveneno en ninguna de mis experiencias, aunque sigue siendo un riesgo que asumo de buen grado. Conozco el peligro, pero prefiero confiar en mis conocimientos y mi experiencia. Sé lo cerca que puedo estar sin peligro y cómo interpretar el comportamiento de cada especie.
Hay ciertas serpientes que no intentaré manipular. Pronto continuaré mis aventuras explorando los Esteros del Iberá argentinos, el Impenetrable Chaqueño y el Chaco paraguayo. El año que viene tengo previsto aventurarme en Surinam y las Guayanas. Mirando al futuro a largo plazo, mi objetivo es Papúa Nueva Guinea, un lugar remoto, extremo y peligroso, hogar de animales salvajes y tribus caníbales como los korowai.
Estas experiencias suelen estar lejos de los destinos turísticos, y algunos exploradores incluso han desaparecido al intentar viajar a Papúa Nueva Guinea. A algunos quizá les parezca una locura, pero para mí el riesgo merece la pena. Aventurarme a lo desconocido, descubrir lo que esconde la selva y encontrarme con las especies más emblemáticas del mundo es el camino que elijo seguir.