Mientras estaba afuera escuchando las palabras: «fuiste elegido», me invadió una conmoción total. En ningún otro momento de mi vida había sentido tanta alegría. «¿Querés conocer a Mia?», me preguntaron. Grité: «Sí», y volví corriendo al hospital.
BUENOS AIRES, Argentina – En los años noventa, la mayoría de la gente de mi comunidad consideraba que ser gay era vergonzoso, motivo de burla. De adolescente luché contra la culpa por ser así, ocultando la verdad durante mucho tiempo. La familia hablaba con cariño de mi bondad y me decía: «Algún día serás un gran padre», pero yo no creía que pudiera llegar a serlo.
A los 14 años encontré mi destino: ayudar a los demás. Empecé a trabajar en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios y en la Cruz Roja. Aunque salir del closet como gay resultó difícil, también ofreció la oportunidad de volcar ese voluntariado en organizaciones LGBTQ+. Se despertó en mí la motivación de dejar huella en el mundo.
Juntos conseguimos que se aprobara la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina. Con la adopción por fin como posibilidad, volví a imaginarme como padre. Decidido a formar una familia, inicié el proceso para adoptar un niño. Cuando Mia llegó a mi vida, lo sentí como un milagro.
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Esperé algún tiempo, con la esperanza de que apareciera en mi vida una pareja con la que adoptar un niño. Nunca llegó el momento y me cansé. Ser padre lo era todo para mí, así que decidí seguir adelante por mi cuenta.
Investigué el proceso sin descanso y consulté a amigos que trabajaban en el sistema judicial. Necesitaba saber más sobre la adopción monoparental. Por la noche, leía formularios interminables y me imaginaba avanzando, pero el miedo me frenaba. Cuando por fin me animé, rellené el formulario y lo dejé en el Juzgado de Familia, encima de una torre de formularios.
En cuanto salí del edificio, las lágrimas empezaron a correr por mi cara. Después de tantos y tantos años, por fin lo hice. Me entrevisté con un representante que me dijo que adoptar a un niño mayor podría acelerar el proceso. Lo acepté y esperé a que me llamaran. Unos meses más tarde, una voz al otro lado del teléfono pronunció las palabras que yo esperaba oír. Una niña que vivía en un hospital necesitaba un hogar.
Una oleada de emoción recorrió mi ser y las lágrimas inundaron mi rostro. «Por fin voy a ser padre», gritaba mi mente. Viajé al hospital para la reunión oficial, lleno de ilusión. Los funcionarios me sentaron y me explicaron la situación. Esta niña de 18 meses ya era una sobreviviente. Sufrió problemas intestinales que estuvieron a punto de causarle la muerte. Vivió en el hospital durante año y medio mientras se curaba. En cuanto escuché su historia, sentí la urgencia de estar a su lado.
Me senté en la habitación con el agente en el hospital, respondiendo a todas las preguntas de la entrevista; pero cuando salí, mi confianza disminuyó. Me preocupaba que no sucediera. Quince minutos después, sonó el teléfono. Mientras estaba afuera escuchando las palabras: «fuiste elegido», me invadió una conmoción total. En ningún otro momento de mi vida había sentido tanta alegría. «¿Querés conocer a Mia?», me preguntaron. Grité: «Sí», y volví corriendo al hospital.
Abrí la puerta del consultorio y vi a Mia, en brazos de la enfermera, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Me repetía una y otra vez: «Sos hermosa». Aunque Mia aún no podía andar ni hablar, me guió en todo momento. Al ser tan joven y frágil, necesitaban mantenerla en el hospital un poco más. Todos los días, después del trabajo, corría a su lado.
En mi tercera visita, me permitieron ir a verla al parque infantil, un lugar del hospital donde jugaba con los demás niños. Mientras caminaba por el pasillo hacia ella, Mia escuchó mis pasos. Sacó la cabeza para ver quién era. Cuando Mia me vio llegar, una enorme sonrisa se formó en su hermoso rostro. Dejó todo y gateó hacia mí. En ese momento, quedó claro: nos elegimos el uno al otro.
Justo en ese momento, en el pasillo del hospital, cumplió mi sueño. Todavía siento una alegría desbordante cada vez que recuerdo nuestro primer encuentro. Hoy vivo feliz con mi preciosa hija Mia en nuestro maravilloso hogar. Parece que estaba destinado a ser así. Todo lo que viví en mi vida, me llevó a Mia. Por ello, le estoy eternamente agradecido.