En el Valle de Punilla, la ira del incendio forestal cortó un camino al rojo vivo a través del paisaje, rodeando Villa Carlos Paz. Todos los lugareños, incluido yo, caímos en un estado de desesperación, salvando todo lo que podíamos. Los bomberos y la policía se enfrentaron a la primera línea mientras el humo ondeaba en el cielo y sonaban las sirenas.
CÓRDOBA, Argentina – Amanecía el 10 de octubre de 2023 cuando los vientos feroces y el intenso calor desataron un monstruoso incendio forestal en Córdoba. Mi corazón latía con fuerza al ver cómo el fuego arrasaba nuestra ciudad desde la noche anterior, consumiéndolo todo a su paso. Las autoridades respondieron rápidamente, ordenando evacuaciones para proteger a la comunidad.
En medio del caos, fui testigo de la batalla de la ciudad contra un enorme infierno. La infantería trabajó al unísono con aviones y helicópteros, rociando sin descanso las llamas en un intento de extinguirlas. En medio de un calor brutal y vientos furiosos, los bomberos actuaron como nuestros defensores. Su objetivo seguía siendo claro: proteger hogares y salvar vidas. Frente al fuego, se convirtieron en nuestra esperanza, guardando el corazón de nuestros hogares.
Lee más historias sobre incendios forestales en Orato World Media
En el Valle de Punilla, la ira del incendio forestal cortó un camino al rojo vivo a través del paisaje, rodeando Villa Carlos Paz. Todos los lugareños, incluido yo, caímos en un estado de desesperación, salvando todo lo que podíamos. Los bomberos y la policía se enfrentaron a la primera línea mientras el humo ondeaba en el cielo y sonaban las sirenas. El paisaje, antaño hermoso, parecía ahora el telón de fondo del caos.
De repente, violentos vientos azotaron el incendio y exigieron evacuaciones inmediatas. Vi con el corazón en la garganta cómo las llamas se alzaban sobre 400 casas desde Villa Carlos Paz hasta Cabalango y Tala Huasi. El aire se volvió denso y el humo invadió las casas.
Los vecinos, obstinados ante el peligro, se aferraron a sus casas creyendo que podrían esperar a que pasara el incendio. Su resistencia desapareció cuando los rescatadores los pusieron a salvo. Con los rostros mojados por las lágrimas, les escuché suplicar; sus voces eran ahora un eco. Al menos 30 residentes tuvieron que abandonar sus hogares debido al peligro inminente.
A pesar de los esfuerzos de los bomberos, apoyados por aviones y helicópteros, las llamas no cesaron. El incendio forestal amenazaba con extenderse hasta la capital cordobesa, a 40 kilómetros de distancia. La ciudad se tambaleaba al borde del pánico mientras el humo se acercaba cada vez más.
Entonces, como por arte de magia, llegó la lluvia. Cada gota que caía contra el calor abrasador ayudaba a extinguir las llamas y ofrecía descanso por un momento. Nos mantuvimos alerta, sabiendo que la amenaza de un resurgimiento seguía estando siempre presente.
La lucha de Córdoba contra los incendios forestales parece ahora interminable. La sequía y el cambio climático hacen de la provincia una de las más propensas a los incendios del mundo. En la mayoría de los casos, las negligencias humanas provocan estas llamas. Los cigarrillos desechados, las fogatas ilegales o la deforestación masiva para el desarrollo suponen un desastre tanto para las personas como para el planeta. Al presenciar las secuelas, me envolvió una sensación de profunda desolación.
Mientras permanecía entre los restos calcinados donde antes prosperaban frondosos bosques, la tragedia de estos incendios me parece sobrecogedora. A veces, la vista me hace llorar. El fuego es implacable, arrasa la flora y la fauna autóctonas y no perdona nada. La inquietud se apodera de mí mientras contemplo la transformación del paisaje.
Los incendios forestales de la región se abrieron paso hasta la orilla del agua. Ahora, nuestros ríos y lagos, antaño prístinos, aparecen turbios. Las lluvias arrastraron los escombros al lago San Roque. La ceniza que se deposita alimenta la proliferación de algas, alterando el delicado ecosistema acuático. Esta escena de perturbación ecológica es un poderoso testimonio de la frágil unión de la tierra y el agua.
De cara al futuro, me temo que nos enfrentamos a una cruda realidad. Para salvaguardar nuestra comunidad de los incendios forestales, debemos implicar activamente a los cordobeses y a sus visitantes, educándoles sobre los peligros y las consecuencias de las negligencias en materia de incendios. También tenemos que hacer frente a la deforestación incontrolada impulsada por las empresas de desarrollo.
Abordar estos retos es una tarea difícil, pero a través de la educación podemos capacitar a nuestros jóvenes. A pesar de la gravedad de la situación actual, creo firmemente en un futuro mejor y más esperanzador.
Las cicatrices de esta catástrofe son profundas en nuestra comunidad y sirven de testimonio del imparable poder de la naturaleza. Es un recordatorio de la fragilidad del derecho que creemos tener sobre este planeta.
Todas las fotos son cortesía de Andrés Ferreyra.