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Al borde de la extinción

La gente de El Molo de Kenia lucha contra la asimilación, el calor del desierto y la falta de representación que amenazan a su tribu cada vez más pequeña.

  • 4 años ago
  • enero 11, 2021
7 min read
Lake Turkana, Kenya, visto a la distancia. Lago Turkana, Kenia, visto a la distancia. | Wikipedia
el molo kenia
Protagonista
Mary Etelej es una mujer de El Molo y madre de cuatro. Como muchos en su menguante comunidad, Etelej está combatiendo la falta de alimentos en medio de COVID-19 que ha aumentado la presión sobre la tribu que ya se enfrentaba a la extinción.
Contexto
La historia de la existencia de la tribu El Molo es la historia de la gran heroína contada a El Molo por sus mayores.
A El Molo se le dice que, hace mucho tiempo, el lago Turkana no existía.
Una mujer embarazada conocida como Sepenya visitó esta área, tomó agua de un grifo y se olvidó de cerrarlo. El agua inundó el área para formar un lago que ahora es la casa de El Molo.
Se desconoce la población de El Molo. Los ancianos estiman su número entre 600 y 700, con el número de “El Molo puro” menos de 100.
Las tradiciones gobiernan al pueblo de El Molo, y la regla No. 1 prohíbe la divulgación exacta de la cantidad de sus miembros.
“Creemos que revelar nuestro número pone en peligro nuestro bienestar”, dijo Etelej, citando preocupaciones sobre la asimilación cultural y los matrimonios mixtos con las tribus vecinas Samburu, Rendille y Turkana.
Sin embargo, la lucha de El Molo contra la extinción se ve agravada por resistencia a perder sus costumbres, tradiciones y principios.
Según la Sociedad de Kenia para la Investigación del Fluoruro, 19 millones de kenianos sufren de fluorosis. Los El Molo son los más afectados, ya que el 80% de la población sufre de fluorisis.
“Los dentistas dicen que la fluorosis, que se desarrolla lentamente, es una enfermedad irreversible y no tiene cura. Es por ello que debe prevenirse”, afirma un informe de Fluoride Action Network.
“Además de oscurecer y astillar los dientes, conduce a un crecimiento distorsionado del esqueleto que resulta en deformidades”.
Hasta el 11 de enero de 2021, Kenia ha visto casi 100,000 casos de COVID-19 y casi 2,000 muertes.

LAKE TURKANA, Kenia – Una rara comunidad moribunda, así es como muchos nos llaman.

Somos vistos como una comunidad que no vive sino que muere. Somos la comunidad de El Molo que sobrevive a orillas del lago Turkana de Kenia, el lago alcalino y desierto permanente más grande del mundo.

Vivimos como pájaros en la jungla sin saber lo que nos depara el mañana.

Una comunidad aislada

Viajar a nuestra comunidad de El Molo en la carretera Loiyangalani no es para los débiles de corazón. Requiere perseverancia y esperanza. El viaje dura dos días desde Nairobi. El trayecto tiene más de 500 kilómetros de carreteras rocosas y sin mantenimiento.

Muchos le temen al clima severo y a las devastadoras condiciones de vida de nuestra zona. Nuestros únicos vecinos son las comunidades de Turkana y Samburu, que también llaman hogar a la región que rodea el lago Turkana.

Nuestra existencia está ligada al lago. Dependemos del agua no solo para beber o cocinar como otras personas, sino para salpicarnos la piel con frecuencia para enfriar nuestros cuerpos del calor que impregna el desierto.

Tengo cuatro hijos, dos varones y dos niñas. Los chicos son parecidos en cuanto a su aspecto físico y a sus necesidades. Tienen la piel muy oscura, sólo dos dientes incisivos frontales, cabeza calva con escaso cabello castaño y piel agrietada. Además, deben verterse agua cada quince o veinte minutos para enfriar su cuerpo, de lo contrario se desmayarían.

Tanto mis hijos como los otros niños de nuestra comunidad son frágiles y débiles. Es por ello que controlamos todo lo que hacen y nos aseguramos de que lleven suficiente agua a todas partes. Esta es la realidad de los niños de El Molo. Así es como detenemos una muerte prematura.

La búsqueda de una mejor calidad de vida

Durante un tiempo, sólo tuve dos hijos. Junto con ellos y mi esposo, decidí dejar mi comunidad en busca de una vida mejor. Pero el desierto fue tan cruel y duro que no pudimos sobrevivir.

Mis dos hijos y mi esposo lo sufrieron. La vida lejos del lago no era un tema para bromear.

Se desmayaban varias veces al día por falta de agua para enfriar su cuerpo. Uno de mis hijos, Ekal, casi muere debido a las complicaciones de una vida lejos del lago. No pudimos soportarlo y tuvimos que regresar a las orillas del lago Turkana para salvar a nuestros hijos.

Ekal es nuestro único hijo que se ha matriculado en el segundo grado en la escuela Long’ech con otros pocos niños de nuestra tribu. La mayoría de las personas de nuestra comunidad no tienen educación.

No queremos enviar a nuestros jóvenes a la escuela por temor a que mueran prematuramente debido al largo trayecto.

Nos aseguramos de que quienes vayan a la escuela, tengan la edad suficiente como para saber cómo cuidarse de manera responsable lejos de nosotros. No apostamos nuestras vidas.

De pescado y fluoruro

Décadas de desnutrición a causa de una dieta rica en proteínas desequilibrada y niveles excesivos de flúor nos han pasado factura.

Nos hemos vuelto cada vez más susceptibles a enfermedades y ataques de tribus más fuertes. Sufrimos deformidad ósea, diarrea y disentería.

En el centro de estos problemas está la misma entidad que nos da vida: el lago Turkana. A pesar de sus altos niveles de flúor, el lago de agua salada es nuestra única fuente de agua potable.

Los proyectos eólicos en el lago Turkana ocupan tierras que contienen otras fuentes de agua que alguna vez usamos como recurso comunal.

Nuestra dieta, agua y paisaje duro e implacable hacen que sea poco probable que conozcas a un hombre de El Molo mayor de 60 años.

Pero nosotros perseveramos.

Uno puede ver fácilmente un grupo de pescadores lanzando sus líneas a través del golfo con sus botes salpicando cada rincón del lago infestado de cocodrilos que se extiende unos 300 kilómetros.

Comemos dos comidas al día: pescado en el desayuno y pescado en la cena. Estamos contentos con este tipo de comida. En la comunidad de El Molo, se considera que un niño tiene la edad suficiente para alejarse de su madre cuando es capaz de pescar.

Los peces, hipopótamos y cocodrilos son animales importantes para nuestra tribu.

En nuestra comunidad, matar a un hipopótamo representa lo mismo que matar a un león para un moran masai. Cualquiera que mate a un hipopótamo es condecorado con un collar hecho con dientes de hipopótamo y, en su honor, se lleva a cabo una fiesta para toda la comunidad.

Cazamos con lanzas o arpones hechos de cañas de pescar utilizando raíces de acacia con fibra de palma y punta o anzuelo de hierro fundido. También, utilizamos redes de fibra de palma y balsas tradicionales hechas con troncos de palma atados con cuerdas para pescar en el lago.

De enfermedad y hambre

Cuando escuché por primera vez sobre la noticia del COVID-19 en Kenia, me sorprendió.

Esta pandemia me recuerda los brotes de cólera en Kenia. La aflicción permanecerá para siempre en nuestros recuerdos. Mucha gente de nuestra tribu murió y los niños quedaron huérfanos.

Es por ello que entendemos que, si el brote llega a nuestra comunidad, estaremos devastados.

A pesar de la distancia con otras comunidades, tomamos precauciones para proteger a nuestra gente. Desalentamos el hacinamiento y nos aseguramos de que los visitantes no puedan acceder a nuestro pueblo sin previo aviso.

Trabajamos con artistas locales para interpretar canciones que enseñen a nuestra comunidad sobre los peligros del virus y cómo podemos protegernos.

En respuesta al virus, nuestras vidas han cambiado. Muchos trabajos se han suspendido y eso ha empujado a más personas a la pobreza y a la inseguridad alimentaria. Nuestras vidas dependen del lago Turkana. Pero a medida que ejercemos el distanciamiento social, se permiten menos pescadores en las costas. Aquellos que van a pescar luego deben compartir sus ganancias con los otros miembros de la comunidad que se ven obligados a prescindir de dicha actividad.

Nuestro aislamiento significa que no tenemos instalaciones de salud adecuadas. Si la pandemia devasta nuestra ya menguante comunidad, podría significar el fin de la tribu El Molo.

Mientras continúa la lucha global contra el virus y mi gente sigue sufriendo y muriendo de hambre, paso largas noches de insomnio reflexionando sobre cómo puede sobrevivir mi comunidad que está al borde de la extinción y que tiene que enfrentar una miríada de desafíos socioeconómicos.

Nosotros, la tribu El Molo, necesitamos una voz, una voz que comprenda lo que significa ser un El Molo. Necesitamos una voz que nos cuide de la manera que nos merecemos, como la tribu más pequeña de esta gran nación que vive al borde de la extinción.

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