Abandoné la idea de trabajar y llamé a John, el padre de Jordan. Unos minutos después, me devolvió la llamada. “Jenn, se nos fue”, me dijo. Me explicó que lo había encontrado muerto, sobre la cama. “Se disparó”, agregó. En ese momento, comencé a gritar, negando que lo que sucedía estuviera pasando.
MICHIGAN, Estados Unidos – Hace dos años, mi hijo se suicidó tras haber sido víctima de sextorsión en redes sociales. Desde entonces, convivo con un dolor más grande de lo que jamás imaginé. Sin embargo, he descubierto un propósito. Honro su memoria contando su historia para ayudar a que no les suceda lo mismo a otros chicos.
Uso la cuenta de Tiktok que él me creó para enviar el mensaje. Convirtiendo una plataforma que antes nos conectaba en un espacio de concientización y prevención, me esfuerzo por conseguir que su historia salve vidas y proteja a otros de los peligros que acechan en Internet.
Hace unos años, en cuanto me observó viendo videos en Instagram, mi hijo mayor, Jordan, se me acercó con una sonrisa pícara en el rostro. Tomó mi teléfono y me dijo “No, tenés que usar Tiktok”. En segundos, descargó la aplicación, me creó una cuenta y me lo devolvió. Estábamos en la cocina de casa, riendo, siendo cómplices uno del otro. Así era nuestra relación. Esa cuenta quedó inactiva, sin uso, hasta que recurrí a ella en el peor momento de mi vida. El 24 de marzo de 2022 vi por última vez a mi hijo.
Lógicamente, no lo supe en el momento. Lógicamente, no lo supe en el momento. Le iba bien en la escuela, era deportista, estaba de novio. Y éramos muy cercanos. Bromeábamos todo el tiempo. Esa tarde, salió de casa con una valija, porque pasaría unas vacaciones junto a su padre. Lo abracé fuerte, como cada día, con la certeza de que nos reencontraríamos en un par de semanas. Lo vi alejarse, en medio del sonido de las ruedas de la valija al rodar en el cemento. Luego entré a casa para buscar a mi perro y continué con mi día normalmente.
Poco después, mi teléfono comenzó a vibrar. Jordan me llamaba desde un almacén, preguntándome qué le convenía elegir entre dos productos. Era algo que hacía todo el tiempo. De paso, charlamos un poco. Ese primer plano de su cara, tomado por la cámara frontal de su teléfono, con las góndolas del almacén de fondo, fue la última vez que pude ver su imagen con vida.
No hubo nada especial en la despedida, nada anticipaba que sería una noche diferente. Al cortar con él, me dispuse a dormir a mis hijas pequeñas, y luego yo también me fui a la cama. Antes de acostarme, intercambié algunos mensajes de texto con Jordan. Parecía animado por el viaje que realizaría. Hablamos un poco de básquet, sobre nuestro equipo favorito, y luego me dormí.
Mientras yo descansaba, el horror comenzó. Yo no lo supe hasta unos días más tarde. Pero en ese mismo momento Jordan comenzó a chatear con quien creyó que era una chica de su edad. La maquinaria de la sextorsión se puso en marcha, desequilibrándolo por completo. A la madrugada, se suicidó con un disparo y quedó tendido en la cama de una habitación en la casa de su padre.
A la mañana siguiente, el despertador sonó, como cada día. Me desperté y vi en mi celular un mensaje de Jordan: “Mamá, te amo”, era todo lo que decía. Sonreí al leerlo, gratificada por el hijo cariñoso que tenía. No me llamó la atención, porque solía ser demostrativo, y a veces enviaba mensajes a la madrugada, mientras jugaba online con sus amigos. “Yo también te amo, espero que hayas dormido bien”, le respondí.
Completamente ajena a lo que había sucedido con él durante la noche, continué con mi día. Desperté a mis hijas y las llevé a la guardería. Luego de dejarlas, me inquietó un poco que Jordan no me hubiera respondido. Él siempre lo hacía enseguida, y ya debía estar despierto, camino al colegio. Entonces, volví a escribirle: “¿Estás bien?” Algo en mí comenzaba a crecer, una noción a la que todavía no conseguía darle forma.
En casa, encendí mi computadora para ponerme a trabajar, pero la falta de respuesta de parte de Jordan me impedía concentrarme. Algo sucedía, y debía averiguarlo para poder seguir con mi día. Llamé a su novia, quien también debía estar en el colegio. En cuanto me dijo que Jordan no había ido esa mañana, tuve una sensación sobrecogedora, extraña. Se sintió como un retorcijón en el estómago, y definitivamente me indicaba que algo muy malo estaba ocurriendo. Este sentimiento creció rápida e intensamente, hasta abarcarme por completo, y ya no podía pensar en nada más.
Abandoné la idea de trabajar y llamé a John, el padre de Jordan. Unos minutos después, me devolvió la llamada. “Jenn, se nos fue”, me dijo. Me explicó que lo había encontrado muerto, sobre la cama. “Se disparó”, agregó. En ese momento, comencé a gritar, negando que lo que sucedía estuviera pasando. Caminé de un lado a otro por mi casa, desesperada, y no sentía mis piernas. Era como si estuviera flotando. No entendía qué podía haber pasado. Parte de mí creía lo que John decía, pero al mismo tiempo otra parte de mí no conseguía procesarlo, no asumía que aquello fuera real.
Mi desorientación era absoluta. Yo era la persona en el mundo más cercana a Jordan y no se me ocurría ningún motivo por el que él pudiera querer quitarse la vida. Había hablado con él sólo unas horas atrás, y lo había escuchado bien, como siempre. Cuando por fin pude sacudirme el shock inicial, lo primero en lo que pensé fue que debía reconstruir esta historia. Había algo más detrás de todo esto.
Lo inmediato fue la horrible responsabilidad de organizar el funeral de mi hijo. Mientras lo hacía, la novia de Jordan me escribió . Me contó que una persona la estaba extorsionando por Instagram. Le dijeron que tenían fotos comprometedoras de mi hijo y que, si colaboraba enviándoles dinero, todo estaría bien. Fue el primer indicio del que nos agarramos. Y con esa información acudí a la policía.
Recién 48 horas después, cuando Instagram recuperó la conversación que mi hijo había borrado de su teléfono antes de suicidarse, atamos los cabos sueltos. Supe que mi hijo había sido víctima de una extorsión internacional, que lo llevaron al límite en poco tiempo. Lo arrinconaron hasta que ya no quiso seguir viviendo. Aquello me llenó de furia, un sentimiento que se mezcló con la profunda tristeza que me embargaba.
Al shock por la muerte de Jordan se sumó el shock por esta situación. Fue como si se agregaran capas tenebrosas que hacían que todo lo que estaba viviendo pareciera irreal. Lidiar con el duelo, y encarar en paralelo un proceso policial y judicial es algo que me sobrepasaba. No sabía cómo gestionar todo eso sin colapsar.
A ese escenario se sumaba que en casa tenía a mis hijas pequeñas, de uno y tres años. Tenía que lucir fuerte y estable para ellas, mostrarles una madre capaz de sostenerlas. Fue duro tratar de abordar la muerte con niñas tan chiquitas. No alcanzaban a comprenderlo cabalmente De vez en cuando, en su inocencia, me preguntaban “¿Cuándo vuelve Jordan? Hace mucho que no viene”.
Cada pregunta de esas era como una cachetada que me tumbaba. Respiraba hondo para no romper en llanto delante de ellas. Manteniendo la compostura a duras penas. Volvía a explicarles que ya no veríamos a su hermano. Al mismo tiempo, les decía que, por más que no lo viéramos, él cuidaría de ellas y las amaría por siempre.
En esos días, tomé algunos objetos de Jordan y los repartí entre sus amigos y algunos familiares, como un recuerdo suyo. Pero la mayor parte de sus cosas sigue en el lugar en el que él las dejó. Su habitación permanece intacta. Entro allí y, al aspirar hondo, percibo su olor. Agarro sus cuadernos, los abro, y contemplo su letra. Observo sus libros, los objetos con los que decoró su habitación. Es como ver a mi hijo delante de mí. No estoy lista aun para desarmar ese espacio.
Cuando la policía nos contó que Jordan había sido víctima de sextorsión, lo primero que pensé fue “Tenemos que decirles a todos”. Yo soy una madre muy presente y no sabía esto. Entonces la mayoría de las madres seguramente tampoco sabe que eso existe. De inmediato pedí a la policía que hiciera un comunicado oficial detallando lo que le había ocurrido para generar conciencia.
Recordé, entonces, la cuenta de Tiktok que mi hijo había abierto para mí. Yo no sabía usarla, no había subido ningún video. Y tenía algo de ironía que comenzara a utilizarla para hablar de la muerte de mi hijo. Conteniendo mi emoción, me grabé hablando sobre Jordan y subí los primeros videos. La respuesta fue maravillosa. Con muchos padres y madres abrazándome a la distancia y compartiendo también sus propias historias.
Algunas eran trágicas, como la de Jordan. En otros casos, habían logrado detectar las señales a tiempo. Hubo personas que me dijeron que, luego de ver mis videos, hablaron con sus hijos, y así pudieron evitar que cayeran en la misma trampa. Aquello fue como una caricia al alma, y la confirmación de que estaba haciendo lo correcto. No puedo recuperar a mi hijo, pero sí ayudar a salvar otras vidas.
Aunque siento que lo que hago sirve, y que es un legado que dejó Jordan para mí, también siento que el duelo es un proceso que no terminará jamas. Mi vida no va a ser nunca la misma sin mi hijo. Yo llevo todos estos sentimientos dentro de mí todos los días. El dolor va a estar siempre aquí, conmigo.
A veces suceden cosas que me hacen sentir la presencia de Jordan nuevamente. No sé si tomarlas como señales de algo, pero es curioso que suelen aparecer generalmente mientras estoy atravesando un momento difícil. De repente, veo su antigua camioneta por la calle, y vienen a mi mente los recuerdos de su alegría al recibirla. De la libertad que experimentaba al poder manejarse por su cuenta. En otros momentos, suena en la radio alguna canción que nos gustaba a ambos y me proyecto a la época en la que cantábamos juntos, a los gritos, y sonrío. Nunca es doloroso recordarlo.
Jordan solía decirnos a todos “I got you”. Por eso, hicimos remeras y buzos con esa frase, para que todos en la comunidad pudieran recordarlo. Con lo que recaudamos con la venta de esas prendas, y con lo que obtenemos de la caminata en su honor que organizamos, financiamos becas para que otros chicos puedan acceder a la secundaria donde él estudió. Tratamos de mantener vivo su recuerdo y esta frase es algo que nos congrega.