Volví y me sorprendió ver que, ahora sí, las mujeres podemos manejar vehículos. Y más que eso, me sorprendió que tanto hombres como mujeres estaban haciendo música en público, en vivo. Una tarde, me encontré en Instagram con una chica que tocaba rock psicodélico. Era justo lo que quería hacer.
RIYADH, Saudi Arabia — Desde niña, la música fue parte de mi vida. En mi casa era algo muy importante, sentíamos una conexión muy profunda. Pero puertas afuera no había muchos espacios donde pudiera desarrollarme. Un profesor de piano venía a casa a enseñarles a mis hermanas, y a los cuatro años yo también comencé a aprender. Frente a ese instrumento majestuoso, fui desarrollando mi habilidad creativa, descubriendo mi capacidad de expresión a través del sonido que mis dedos sobre las teclas hacían posibles.
A mis treinta años, estoy viviendo un sueño que en mi infancia no sabía que sería posible algún día. Formé una banda de rock psicodélico junto a otras mujeres, y tocamos en vivo nuestra música. Cuando era chica, la sociedad saudí era mucho más restrictiva respecto a algunas libertades personales, la música era algo que disfrutaba sólo en privado, y crecí viendo cómo la mujer tenía menos derechos que el hombre. Hoy soy testigo y protagonista del cambio.
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A medida que crecía, fui sintiendo ganas de hacer algo distinto, destacarme de alguna manera. Un día escuché la voz desgarradora de Kurt Cobain, el vocalista de Nirvana, y toda su atmósfera sonora me sacudió. Era alguien que había muerto el año en que yo nací, música creada en Estados Unidos, en un contexto completamente distinto al mío, en Arabia Saudita. Aun así, me sentí profundamente identificada. En la música había algo tan fuerte que forjé un lazo. En ese momento decidí que quería ser música de rock. Quería ser cool y tocar la guitarra.
Nirvana me acompañaba en casa, o en el auto mientras me llevaban al colegio. Pero en lugares públicos no lo escuchaba, no llevaba parlantes ni nada que llamara demasiado la atención. Sin embargo, no me sentía oprimida. Había vivido toda mi vida en ese lugar, en esa sociedad, y las restricciones se sentían naturales. Que no se pudieran hacer ciertas cosas, o que las mujeres tuvieran menos derechos, no me llamaban tanto la atención. Para mí, era como mirar hacia el cielo y que fuera celeste. Simplemente así eran las cosas. No sabía que podían ser distintas.
En la adolescencia empecé a sentir con más intensidad que, por ser mujer, sufría distinciones. Tuve mucha suerte en ese sentido, porque mi familia es bastante liberal y valora mucho los valores de la libertad. Pero, a los 18, por ejemplo, me di cuenta de que no podía manejar. Fue como toparme con una pared. Los límites ya no eran invisibles, sino algo muy claro y concreto que me impedía acceder a algo que para los hombres era cotidiano y normal. Eso me hizo notar otras restricciones, como que no había presencia del rock en ningún lugar público. No sólo de mujeres, sino en general.
A esa edad, seguí el camino de mis hermanas, que se habían ido a estudiar a Estados Unidos. Me mudé a California. Yo tenía cierta exposición a la cultura estadounidense, porque fui a escuelas que transmitían esa visión del mundo, y parte de mi familia trabajaba en la diplomacia. De todos modos, tuve un shock cultural al llegar. Más allá de lo inmediato, que fue acceder a libertades que en mi país no tenía, como una apertura cultural en lo público, o la aparente igualdad de género, parte de ese shock fue negativo.
Me encontré, en Estados Unidos, con una sociedad individualista, con personas que se miran demasiado a sí mismas y no tienen tan en cuenta al otro. Eso me hizo apreciar más algunos aspectos de mi cultura. Inmersa en un mundo supuestamente más libre, miraba alrededor y no me sentía lo suficientemente cercana a nadie como para querer formar una banda. Había mayores intercambios, pero no alcanzaba una conexión real.
Mientras tanto, comencé a ver, a la distancia, que en Arabia Saudita estaban pasando muchas cosas de las que quería ser parte. Se estaba produciendo una apertura. Sentada en mi habitación, veía que muchos grupos que admiraba tocaban en mi país y, en los distintos shows, aparecían los nombres de bandas locales. Sentí dentro de mí un llamado a la acción. “Ahí quiero estar”, pensé, y decidí volver a Arabia Saudita para finalmente estar en mi primera banda. Quería hacer música con personas que entendieran la profundidad y la riqueza de mi cultura, y aportar lo que había aprendido lejos de ella.
Arabia Saudita es un país joven, con un gran porcentaje de habitantes menores de 35 años. El cambio era inevitable. Ahora tenemos otra perspectiva. Todo en este país es joven, incluyendo el sistema. Siento que es un país lleno de energía, de emoción. Se siente en el aire, hay una efervescencia por todo lo que estamos creando.
Volví y me sorprendió ver que, ahora sí, las mujeres podemos manejar vehículos. Y más que eso, me sorprendió que tanto hombres como mujeres estaban haciendo música en público, en vivo. Una tarde, me encontré en Instagram con una chica que tocaba rock psicodélico. Era justo lo que quería hacer, así que le escribí inmediatamente. “Quiero hacer una banda y estoy interesada en hacer música como la que hacés, ¿te interesaría?”, le dije. Aceptó, y nos encontramos en mi casa para hacer una jam.
Cuando comenzamos a tocar juntas, percibí que había algo muy especial. Era como si estuviéramos plantado unas semillas, y me dio la sensación de que, si les dábamos los cuidados necesarios, veríamos crecer algo muy lindo. Incluso si las dejábamos crecer naturalmente, sin podarlas demasiado, algo se iba a gestar. Toda mi vida pensé sobre qué era el éxito. Estudié psicología en la universidad, hice un máster, leí mucho sobre estas cosas, y la pregunta me perseguía, casi como una obsesión. Aquel día, en esa jam, sentí por primera vez en mi vida que tenía a mano todo lo necesario para el éxito artístico.
Era evidente que había pasión, dedicación, perseverancia, resiliencia. A todo eso, se agregó la oportunidad que representaba el cambio cultural en el que había ingresado nuestra sociedad. Luego se sumó la hermana de Meesh, y poco después le escribí por Instagram, a quien hoy llamamos Thing, para completar la banda. “Esto es un proyecto que queremos que llegue a una parte, necesitamos compromiso”, le aclaré. Y me respondió lo que todas estábamos sintiendo: “Es un sueño para mí”. [musical]
No me veo a mí misma como una activista, ni nada parecido. Pero desde el principio tuve el deseo de formar una banda sólo de mujeres. Recuerdo que, de chica, todos los músicos que yo admiraba eran varones. No tenía una referente mujer con quien me sintiera identificada. Pienso que quiero ser esa persona para la siguiente generación. Quiero darles lo que no tuve y me hubiera gustado tener. Cuando veo una banda de mujeres, me emociono y me imagino que habrán tenido que luchar bastante para estar en donde están. Cualquier banda formada solo por mujeres se tuvo que enfrentar a muchos problemas. Por eso, siento que cuando una mujer joven nos ve en el escenario, divirtiéndonos, haciendo lo que nos gusta, siendo nosotras mismas, eso es muy inspirador.
Pienso en mí, a mis 13 años, me imagino en un show de Seera, y estoy segura de que me habría hecho muy feliz. Muchas personas nos dicen que empezaron a tocar algún instrumento por vernos. Es hermoso y hace que levantarse todos los días a la mañana sea más fácil. Salir de la cama con esa motivación es un gran impulso.
Nuestro primer show en vivo, en The Warehouse, fue un momento de sensaciones potentísimas y hermosas. Lo sentí como andar en bicicleta. Al principio, fue difícil, sabíamos que había dentro nuestro una habilidad y unas ganas de hacerlo, pero necesitábamos aceitar los movimientos. Desde niña sentí que estaba destinada a subirme a un escenario alguna vez, y una vez allí era imposible no acordarme de eso. Pienso que también es como aprender un lenguaje, uno en el que no hacen falta palabras. La música es lo que nos conecta y nos envuelve. Sobre el escenario, es como si no pasara el tiempo, todo fluye. Levantar la vista y ver a la gente atravesada por nuestra música es sensacional, me da la certeza de ser pate de algo más grande, de ser una con todo lo demás. Es una sensación hermosa la de construir comunidad.
Todo esto lo hacemos para nosotras, porque nos encanta hacer música. Pero también lo hacemos por todas las personas que nos rodean. Lo hacemos por la comunidad y para la comunidad. Cuando hablo de esto siento ganas de llorar, porque realmente las personas son muy importantes para nosotras, son el por qué hacemos lo que hacemos. Queremos mostrar que Arabia Saudita es un país con mucha riqueza cultural, con mucha diversidad. Queremos mostrar que estamos generando una nueva era para nuestro país. Un país que quizás ha estado anclado en el pasado muchos años y que no ha estado en contacto con el mundo exterior en términos musicales, pero ahora sí. Y aquí estamos demostrando esto. Queremos alardear de estos colores maravillosos de nuestro legado cultural y queremos seguir desarrollándolo y modernizándolo junto a la sociedad y la comunidad. Y espero que seamos la primera de muchas bandas de rock de nuestro estilo, bandas de rock de mujeres que salgan de Arabia Saudita.