Una tarde, en plena siesta, sentí una repentina oleada de coraje. Aproveché el momento y bajé al cuarto donde estaban los disfraces y los juguetes. Mi corazón se aceleraba mientras buscaba esa falda… Comencé a recorrer el living de la casa girando, saltando. La falda se sujetaba a mi cintura, se elevaba a mi alrededor con gracia en cada giro. Me sentía una princesa, como Julie Andrews en La novicia rebelde.
CORRIENTES, Argentina — Ser un niño gay en una ciudad conservadora es muy difícil. Pensaba demasiado cada cosa, con el miedo constante de estar haciendo algo malo y atraer la atención de los demás. Esconderme por años me robó la posibilidad de vivir más plenamente.
No sabía que ingresar al teatro me abriría un mundo de posibilidades. Con el tiempo, me convertí en actor, bailarín y director, y recibí premios – me reconocieron no sólo en Argentina, sino también en el Festival Internacional de Cine de Berlín y alrededor del mundo.
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Tenía nueve años y en el colegio ya se burlaban de mí y me decían cosas despectivas. Era un poco amanerado Y para los demás eso era algo a corregir con insultos. El dolor del rechazo me acompañaba hasta casa.
Una noche, en la cena familiar, vimos en la tele a Florencia De la V, una celebridad trans. Mi hermano hizo un comentario transfóbico. Aunque mis padres automáticamente lo retaron, me dolió. Sentía como si el mundo que me rodeaba fuera más grande y duro que antes. En ese momento, sin embargo, sentí que para ellos estaría bien que yo fuera diferente, que no me rechazarían. Incluso, me defenderían.
Con el paso del tiempo, fui descubriendo mi identidad. Experimentaba con ropa en secreto, en mi cuarto. Entre las doce del mediodía y las cuatro de la tarde, toda la gente en la ciudad, para no lidiar con el calor, duerme la siesta. El mundo se detenía.
Para mí, era la hora sagrada. En ese momento, me cambiaba, usaba sábanas y toallas como si fueran vestidos. Explorar diferentes costados de mi personalidad sin el sonido persistente de los comentarios homofóbicos de mi hermano me daba una sensación de libertad.
Me aferré a ese sentimiento y comencé a buscar formas de construir mi identidad – alejándola de las miradas. De pie en mi habitación, comenzó mi transformación.
Todos los veranos los pasaba en casa de unas primas, en Rosario. Jugábamos a disfrazarnos, pero yo sólo podía usar los disfraces que se asignaban a mi género. Deseaba intensamente ponerme los vestidos que usaban ellas, en especial una falda española llena de volados. Sólo imaginarme en ponerme eso y que alguien me viera, me daba pavor.
Una tarde, en plena siesta, sentí una repentina oleada de coraje. Aproveché el momento y bajé al cuarto donde estaban los disfraces y los juguetes. Una tarde, en plena siesta, sentí una repentina oleada de coraje. En cuanto me la puse, fue como si de repente sonara en mi cabeza una música incidental. Era como estar en una película.
Comencé a recorrer el living de la casa girando, saltando. La falda se sujetaba a mi cintura, se elevaba a mi alrededor con gracia en cada giro. Me sentía una princesa, como Julie Andrews en La novicia rebelde.
Saltaba y caía de rodillas, disfrutando la sensación de que la falda se acomodara en mi perímetro. Sólo fueron dos minutos, los mejores de mi vida. Pero al toque me saqué la falda y la guardé rápidamente. Me sentí muy triste.
Es doloroso pensar que, para algunos, ese juego podría haber durado toda la tarde o ser el juego favorito que se repite cada día. Yo, por ser quien era, solamente lo pude hacer durante dos minutos. Nunca me sentí realmente a gusto en mi infancia y mi adolescencia. Me sentía como un ladrón de experiencias, porque todo tenía que ser a escondidas. Para mí era imposible pedirle a mi madre que me comprara un vestido.
En la casa de una amiga, jugamos con muñecas, y yo soñaba con jugar a armar una casa de muñecas, crear historias a su alrededor. Llegué a mi casa y tomé coraje para pedir que me compraran un muñeco. Mi padre hizo caras de desaprobación, pero mi madre estuvo de acuerdo conmigo. Me compraron un muñeco de Ricky Martin. Fue una ironía hermosa que, casualmente, mi primer y único muñeco de acción haya sido de quien luego se convertiría en un ícono gay.
A medida que crecía, comencé a salir con chicos. Caminar por la calle con esa persona era una sensación agridulce. Por un lado, sentía toda la alegría de encontrarme con alguien que me gustaba. Pero, por el otro, todo el tiempo sentía el miedo latente de que alguien pudiera vernos. “¿Qué va a pasar si se dan cuenta y me señalan?”, me preocupaba.
Los momentos de mayor intimidad y tranquilidad de mi infancia han sido los cuartos de mis amigas, de mis amigos y de mis primeros romances – con la puerta cerrada, escapaba de las miradas de reprobación y los comentarios hirientes. Sin embargo, incluso ahí el miedo estaba presente.
A los catorce años, me puse tacos por primera vez. Mi mejor amiga, Flor, que hoy es lesbiana, me salvó la vida. Con ella compartí muchas experiencias en nuestro recorrido de autodescubrimiento. Hoy uso muchas botitas con taco, es como devolverle al niño que fui las experiencias que me robaron.
El dolor de crecer con miedo, siempre escondiéndome, dejó huellas en mí. Trabajo duramente para sanar a mi niño interior, y comparto mi dolor con personas de todo el mundo.
Me fui de Corrientes a Buenos Aires para poder desarrollarme, para vivir sin esconderme. Me costó encontrar mi lugar, fue más difícil de lo que esperaba, porque continuaba intentando ajustarme a las expectativas de los demás. Una madrugada, en la casa del chico con el que salía, todo me golpeó de lleno.
Como en una película, pasaron por mi cabeza todos los momentos que me hicieron mal en esos años. “No puedo seguir viviendo así”, grité en mi mente. Me escapé de esa casa y atravesé el dolor en carne viva. Caminé como un zombie hasta mi casa, sintiendo que tenía un cuchillo atravesándome el corazón.
La única forma de sacarlo era a través del grito y el llanto. Mi vecino de arriba me escuchó y pasó una nota por debajo de mi puerta. Se presentó y me ofreció un poco de torta y su oído. Ese gesto me sacudió el corazón. Acepté su invitación e instantáneamente conectamos. Hoy es mi mejor amigo; su amabilidad me dio consuelo mientras transitaba uno de los momentos más duros de mi vida.
Toqué fondo, pero ese fue un punto de partida necesario para impulsarme hacia afuera del pozo en el que estaba. En esa época, escribí mi unipersonal Rogelio. Basé al personaje en mis experiencias de vida, y me permite conectarme no sólo con mi historia, sino también con los demás. En cada función le doy a cada persona un marcador y una hoja. “Dibujen y escriban cómo se ven a ustedes mismos”, les pido. Sus palabras me conmueven.
Algunos escriben poemas o expresiones artísticas. Hace poco vino mi abuela y escribió notas musicales. Se vio a sí misma en esa partitura y me dio una sorpresa reconfortante.
El teatro siempre me fascinó, y actuar se convirtió en mi salvación. Me dio la posibilidad de ser quien quiero ser. A través del teatro, me conecto profundamente con el entorno y el presente.
La esencia del teatro radica en la experiencia compartida entre el actor y el público. Cuando estoy en un escenario es como si estuviese en mi mayor vulnerabilidad. Hace poco trabajé en una obra que se llama Cuentos feroces. Se basa en un podcast que reversiona cuentos clásicos con temáticas actuales.
En uno de esos cuentos, personifico a un rey que desfila con un faldón gigante, lleno de brillos, y tacos. Para mí es como cumplir mi sueño de usar un vestido de quinceañera. La primera vez que me subí al escenario, vi la platea llena de niños y niñas, que me miraban usar ese vestido y me aplaudían. Me sentí increíble.
Durante años tuve miedo de mostrar quién era. Esta experiencia me permite abrazar al niño que fui y hacer las paces con todo el dolor que soporté. Viendo hacia atrás, repasando los años que pasé escondiéndome en el closet, no puedo evitar sentir un inmenso orgullo por la persona que soy hoy.
Ya no siento el peso del miedo y la vergüenza oprimiéndome el pecho cada día. Hoy me siento libre en mi propio cuerpo, capaz de moverme por el mundo de la forma que quiera. Finalmente soy libre.