Con él y Damien, corríamos unos metros detrás de la policía, hasta que encontramos otra vez al hombre del cuchillo. La vimos a ella, parada frente a él. “Tire el cuchillo, déjelo en el suelo”, le pidió. Él dudó por unos segundos, no se veía convencido de detenerse. De pronto, comenzó a correr hacia donde estaba yo.
SIDNEY, Australia – Algunas personas me reconocen en la calle y me felicitan, pero eso me incomoda un poco. Si me hice un poco conocido, fue por una tragedia. Junto a un amigo, tuvimos que intervenir para detener a un hombre que apuñaló y mató a varias personas en un centro comercial. Hoy pienso en cómo actué y tengo una sensación ambigua. Creo que ayudé, pero también siento que podría haber hecho más.
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El sábado 13 de abril de este año, aprovechando nuestro día libre, fuimos al centro comercial Westfield Bondi Junction junto a mi amigo Damien Guerot. Poco después del mediodía, el ritmo del lugar era tranquilo. Terminamos de ver una computadora que Damien quería comprar y luego él decidió acompañarme al gimnasio.
Mientras subíamos las escaleras mecánicas, justo al lado nuestro dos chicas muy jóvenes bajaron corriendo. Se veían muy agitadas, como si algo les hubiera pasado. En ese momento, sin embargo, no me pareció que estuvieran asustadas, sino simplemente apuradas. No le di mayor importancia y seguí subiendo. Al final de la escalera, comprendí lo que pasaba. Una mujer gritaba “¡Hay alguien apuñalando a la gente!”. Ella sí estaba aterrada y se notaba que lo decía muy en serio.
Algunas personas se quedaron inmóviles y otras comenzaron a bajar hacia el nivel inferior, haciendo caso a las advertencias de esta mujer. Damien y yo, sin embargo, sentimos la necesidad de ver realmente qué estaba pasando. Algo en nuestro interior nos impulsaba a avanzar. Creo que no habíamos tomado consciencia de lo que realmente estaba diciendo esa mujer, y necesitábamos ver para entender. Fue algo instintivo.
Avanzamos unos metros por el pasillo del mall sin señales del atacante. No se escuchaba nada, ni había gente corriendo. Hasta que, de repente, lo vimos. Inmediatamente, sentí como si ingresara en una burbuja. En mi mente no había lugar para nada más, y mi vista se enfocó exclusivamente en los detalles que necesitaba atender para resolver lo que tenía enfrente. No puedo siquiera recordar detalles sobre el atacante, porque todo el tiempo mi mente lo percibió como una silueta que llevaba un cuchillo en la mano. Entonces, vi que detrás suyo había algunas personas tiradas en el suelo, a quienes ya había apuñalado.
“Buscá algo para pelear”, me repetí a mí mismo en mi cabeza, y me puse en movimiento. Damien y yo nos movíamos sincronizados, sin decir una palabra, como si supiéramos lo que teníamos que hacer. Los dos nos alejamos del atacante para buscar algo que nos sirviera de arma. Encontramos unos postes de metal, pesados e incómodos para maniobrar, pero sabíamos que no teníamos demasiado tiempo ni opciones. Volvimos a buscarlo, pero él se había ido hacia unas escaleras. En esos segundos, siguió apuñalando personas de forma despiadada.
Con el corazón latiéndome a mil por segundo, y como si mi cuerpo se moviera sin esperar mis órdenes, fui a buscarlo. Él estaba por debajo de mí, y pensé en tirarle el poste, pero luego me detuve por miedo a golpear a otras personas. Corrí, entonces, hacia la escalera. Damien estaba detrás de mí. No lo veía, pero sentía su presencia.
El atacante comenzó a bajar pisos, y nosotros corríamos detrás a toda velocidad. No pensaba en nada, solo seguía adelante esperando detenerlo. En un momento, escuché gritos y giré la cabeza hacia una escalera donde mucha gente estaba intentando bajar. Me di cuenta de que el hombre estaba cerca de ellos. “¡No sigan bajando!”, les grité. Había mucha confusión alrededor.
Algunas personas corrían sin saber por qué, y otras caminaban relajadas sin saber lo que estaba pasando. Pasé en medio de algunas personas para subir un nivel y, en cuanto pude, le tiré el poste al atacante. Ahí vi por primera vez su rostro. En sus ojos vi una ira incontenible, y supe que a partir de ese momento me perseguiría.
No era consciente, pero estaba muy asustado. Cuando todo terminó, vi fotos del atacante y me di cuenta de que era un hombre alto, pero muy delgado. Cuando lo tuve enfrente, sin embargo, el miedo y la adrenalina me hacían verlo enorme y musculoso.
Luego de tirar el poste, corrí para buscar otro objeto. Vi una salida cercana y fui hacia la calle. Miraba para todos lados, frenético, intentando encontrar algo que me sirviera. Lo que deseaba era algo similar a un carrito de supermercado, para poder mantener una distancia con el atacante. No encontré nada, y decidí volver. Damien estaba enfrentándolo, y comencé a gritarle que le tirara el poste.
En cuanto lo hizo, salimos los dos corriendo hacia el exterior nuevamente. Vimos un patrullero que se acercaba y comenzamos a dar saltos y a mover los brazos de manera enloquecida, buscando llamar su atención. El auto frenó y de allí bajó una mujer policía. Quisimos explicarle lo que sucedía, pero no podíamos organizar el discurso y fuimos muy confusos. Ella, sin embargo, ingresó al shopping y tomó la delantera.
Las personas adentro del lugar nos señalaron que el atacante había vuelto a subir, y comenzó una segunda persecución. Un hombre se nos unió. Con él y Damien, corríamos unos metros detrás de la policía, hasta que encontramos otra vez al hombre del cuchillo. La vimos a ella, parada frente a él. “Tire el cuchillo, déjelo en el suelo”, le pidió. Él dudó por unos segundos, no se veía convencido de detenerse. De pronto, comenzó a correr hacia donde estaba yo. Sentí que el miedo se apoderaba de mí, ya no podía volver a correr, y ese hombre me mataría. “¡Dispare!”, grité, desesperado. La policía lo hizo. El estruendo de dos tiros antecedió al colapso del atacante, que quedó desparramado en el suelo, sangrando.
Aunque es horrible decirlo y sentirlo, en ese momento me sentí feliz. Había delante de mí un hombre muerto, pero entonces no podía sentir compasión ni me shockeó la pérdida de una vida. Sólo podía sentir alivio por estar a salvo. Si no lo detenían de esa manera, me habría atacado y quizás sería yo el cuerpo en el piso. Por un instante, sentí que la historia había terminado. Aunque luego me acordé que todavía había personas agonizando en el shopping.
Me acerqué a la oficial para preguntarle si me necesitaba como testigo. Ella sí estaba muy shockeada, acababa de matar a alguien, y no podía mantener una conversación con nosotros. Sólo nos dijo que habláramos con sus colegas afuera del shopping. Eso hicimos, dejamos nuestros datos para que nos ubicaran. En el lugar todavía había personas que no sabían que todo había terminado y seguían corriendo para escapar del atacante.
La adrenalina estaba muy alta aún, y junto a Damien necesitábamos bajar nuestras emociones. Caminamos, entonces, hacia la playa. Se sintió muy extraño estar ahí. Es un lugar hermoso, con una arena suave, el agua tibia, el cielo muy celeste y toda la gente relajada, disfrutando. Minutos antes, habíamos estado en medio de gritos, gente corriendo, mucho miedo y muerte. Eran dos escenas completamente distintas, en las antípodas una de otra.
Retomé mi rutina muy pronto, y siento que fue lo mejor. Pienso que, si me hubiera quedado en casa, habría pensado todo el tiempo en lo que pasó, y habría sido más difícil superarlo. Fue una suerte vivir esto con Damien, que es mi amigo y mi compañero de trabajo. Pasamos mucho tiempo juntos y pudimos hablar de lo que sentimos sobre lo que experimentamos. Todos nos dicen que somos unos héroes. Y algunas personas nos pararon en la calle para pedirnos fotos. Es incómodo, porque nos hicimos conocidos a causa de una tragedia. Cuando hablamos del tema, tenemos una sensación ambigua. Me siento orgulloso y contento por la manera en la que reaccioné, pero también siento que podría haber hecho algo más. Que, si nos lo proponíamos, podríamos haber reducido al atacante en el primer encuentro, y evitar que apuñalara a alguien más. Conviven en mí estas dos sensaciones.