Empecé a ver una y otra vez la imagen del beso, con comentarios de todo tipo. Medios de todo el país la usaron como resumen de la noche de Cosquín, junto a títulos que hablaban hasta de incesto. Supuse que nuestra actuación daría que hablar, pero todo eso me incomodó y me preocupó.
COSQUÍN, Argentina – Soy bailarín desde que tengo diez años, y en Cosquín, uno de los festivales más tradicionales e importantes del folklore argentino, junto a mi hermano Ezequiel ganamos el premio a Mejor Pareja de Baile Estilizado. En una de nuestras coreografías nos dimos un beso en la boca. Eso provocó una gran polémica que nos puso en el centro de la escena durante algunos días, cobrando más relevancia que el premio para muchas personas.
Bailamos La cueca de Los Amantes, la primera coreografía, que incluye un beso, y miré hacia el público más de una vez. Noté miradas favorables, algunas que no entendían lo que sucedía y, también, otras de desaprobación. Pero fueron pocas.
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Como artista, creo que el espectador es un factor muy importante en el arte. Estoy en constante comunicación al momento de subir a un escenario y miro las reacciones de la gente, sean dos o miles de personas, como en Cosquín. Me encanta hacer partícipe al espectador, ser un emisor-receptor.
Este año llegamos a la final del festival por segunda vez consecutiva, pero no pensé que podríamos ganar. Sentía que había parejas mejores que la nuestra. Algunas personas nos decían que podría ser nuestro año, pero decidimos crear una burbuja a nuestro alrededor, enfocarnos sólo en nuestra propuesta
Bailamos La cueca de Los Amantes, la primera coreografía, que incluye un beso, y miré hacia el público más de una vez. Noté miradas favorables, algunas que no entendían lo que sucedía y, también, otras de desaprobación. Pero fueron pocas. Al terminar la segunda coreografía, una chacarera inspirada en La Colifata, el centro cultural de una institución de salud mental.
Giré y miré nuevamente hacia el público. El escenario es maravilloso, imponente, da hacia una plaza enorme llena de gente. Las luces no permiten enfocar la vista en las personas más alejadas, pero se las siente. Las palmas, los carteles, los gritos de aliento llenaban todo el lugar.
Prácticamente nadie había ido a vernos a nosotros, la mayoría de las personas estaba allí esperando a las bandas y solistas que cantarían luego. Pero sentí que, desde el inicio hasta el final, nos dimos a conocer y ganamos público. Estábamos muy afianzados, fuertes en nuestra idea. Y con nervios, sabiendo que la mínima falla que tuviéramos nos dejaba afuera. La presión duele, también duele el ensayo constante. El dolor se acumula en el cuerpo, y esto parece masoquismo, porque igual se disfruta.
Cuando terminó la propuesta nos sentimos muy descargados. En ese momento, aunque todavía faltara la decisión del jurado, sentí que ya habíamos ganado. Ganar el festival es, al mismo tiempo, un premio y un castigo. Conseguimos lo que buscábamos, y fue un desahogo luego del esfuerzo de años en nuestra propuesta. Pero, a la vez, como indica el reglamento del festival, no podremos participar nuevamente durante los próximos cinco años. Creo que lo alcanzamos demasiado pronto, sentí un poco de pena por no poder seguir compitiendo, creciendo y renovando en ese escenario.
Al mediodía siguiente, me desperté y fui a tomar mate con mi hermano en un pequeño quincho que tenemos en el fondo de casa. Acercamos unas reposeras y, todavía con el cuerpo adolorido por el esfuerzo, con algo de sueño y cansancio encima, y con las emociones frescas de la noche anterior, agarré mi celular, que no paraba de vibrar. Tenía muchísimas llamadas, mensajes y notificaciones en redes sociales. La primera que vi me produjo una sonrisa: era de una de las cuentas oficiales del festival, y se mencionaba nuestro logro. Luego, empecé a ver una y otra vez la imagen del beso, con comentarios de todo tipo. Medios de todo el país la usaron como resumen de la noche de Cosquín, junto a títulos que hablaban hasta de incesto. Supuse que nuestra actuación daría que hablar, pero todo eso me incomodó y me preocupó.
Un rato después, hablamos y llegamos a la conclusión de que todo esto podía ser favorable. Era una oportunidad de darnos a conocer y de explicar nuestra propuesta. Así que comenzamos una gira de un par de semanas por radios y canales de televisión. Al principio, íbamos a algunos programas con un poco de temor, porque no somos personas habituadas a esa situación, y temíamos quedar mal parados, no poder responder con la celeridad necesaria. Pero sentimos que, en la mayoría de los casos, fuimos tratados con respeto y que pudimos aprovechar los espacios.
Es extraño, y un poco decepcionante, que a esta altura siga habiendo repercusiones de este tipo por ver a dos hombres bailando y darse un beso en un escenario. Aunque también es cierto que en otro momento histórico ni siquiera hubiéramos tenido la posibilidad de ofrecer esta propuesta. Antes la sociedad estaba mucho más arraigada a la tradición, a una forma de ver las cosas, y no aceptaba las disidencias. Tarde o temprano, todo tiene que pasar, y estamos contentos de haber provocado esta discusión.
Cuando decidimos bailar juntos, la primera propuesta de todas fue precisamente Los Amantes. Los dos queríamos hacer pareja estilizada en Pre Cosquín y no conseguíamos una compañía de confianza para este tipo de trabajo, que es de años de constancia y disciplina. Nos miramos y decidimos bailar juntos. En ese tiempo vivíamos en la misma casa, con mi madre, teníamos tiempo para sentarnos a charlar por las noches y ver qué hacer. Él me presentó una cueca que le gustaba, Qué mala suerte tengo, de Hernán Figueroa Reyes, y después empezó a buscar otra, que era Sin palabritas, la cueca que finalmente elegimos. La juntamos con la obra de un poeta que me gusta mucho, Julio Cortázar. Unimos ambas cosas.
Queríamos que el espectador no sólo viera una coreografía y escuchara una música que le guste, sino que viera dos hombres contando una historia. Que eso lo traslade a un tiempo, a una imagen de una noche, a un cuarto. En este caso, se trató de los años 50 y la rebeldía de la homosexualidad en ese momento. Era trasladar al espectador a esa época. Si lo logramos, nos sentimos dichosos.Si alguien se incomodó, si sintió la necesidad de expresarse ante lo que vio, si de repente hay análisis sobre lo correcto o incorrecto, sobre el bien o el mal, es porque nuestro trabajo como artistas llegó a destino.
Cuando tenía diez años, mi mamá me llevó a que tomara clases de danza. Mi hermano ya llevaba unos cuantos años haciéndolo, y a ella la enorgullecía. A mí no me gustaba la idea, yo sólo quería jugar al fútbol. En la puerta de la escuela, enojado, le dije “Bailar es para nenas, no para mí”. Era una forma de expresar mi rebeldía hacia mi mamá y hacia mi hermano mayor, y también una demostración de prejuicios, que afortunadamente quedaron muy atrás.
Crucé aquella puerta por obligación y no por deseo. Acepté lo que tenía que hacer, fui correcto en las primeras clases y, poco a poco, nació en mí un amor y una pasión por este arte. Conocí gente, me conocí a mí mismo, me di cuenta de que me hacía bien, y de que era bueno en esto. Comencé a dedicarle cada vez más tiempo y decidí que sería mi forma de vida.
Cuando bailo siento que soy yo. Es el lugar donde mejor puedo decir lo que quiero decir. Si estoy enojado, feliz o triste, es donde siento que me sincero y expreso, en cualquier tipo de escenario. Ahí soy libre, es una especie de trance.