De repente, oí el eco colectivo de las suaves patas contra la tierra quemada como música en mis oídos. Me giré y me encontré con doce pares de ojos fijos en mí, con su confianza implícita atravesando la bruma ahumada. Ese momento indeleble me galvanizó, llenándome de una fuerza inquebrantable que corre por mis venas hasta el día de hoy.
CÓRDOBA, Argentina – Desde mi más tierna infancia, las llamadas salvajes de los animales llenaban nuestro hogar, herencia de las cacerías de mi padre. De repente, un día entró por la puerta con los ojos inundados en lágrimas, agobiado por la culpa de haber dejado huérfana a una cría de ciervo. Aquel desgarrador momento lo cambió todo: cambió su rifle por las escrituras del terreno y puso la primera piedra de nuestra querida Reserva de Pumakawa.
Este año tuve el privilegio de dirigir las conversaciones sobre una nueva ley pionera, la Resolución 133/22, que prohibía los trofeos de caza, reforzando los esfuerzos locales para proteger al ganado de los ataques de los pumas. El clímax llegó este mes de agosto en una fascinante ceremonia con el Ministerio de Medio Ambiente de Argentina, en la que prendimos fuego a trofeos de caza. Me estremecí mientras observaba, cada lágrima era un tributo a nuestras duras batallas y cada latido alimentaba mi determinación. Tengo una misión: la lucha urgente por salvar nuestra fauna, que está desapareciendo.
La Reserva de Pumakawa, en la sierra de Córdoba, va más allá de un simple santuario de animales. Actúa como una especie de testigo viviente de la interconexión de la vida. Cada susurro de las hojas, cada gruñido de puma, me llena de propósito. Cuando rehabilito pumas heridos, siento que su confianza aumenta con cada contacto y tratamiento. Visitors who come to the reserve gain an emotional appreciation for the act of helping animals recover and return to the wild.
Los pumas actúan aquí como barómetros medioambientales. Al fin y al cabo, su comportamiento indica la salud o el desequilibrio de nuestro ecosistema. Mientras miro a estas magníficas criaturas, me acuerdo de las actividades humanas que invaden las tierras agrícolas de Córdoba y amenazan su hábitat. La escalofriante posibilidad de que haya pumas en entornos urbanos subraya la urgente necesidad de actuar.
Los esfuerzos de base tienen sus límites. Y es que el verdadero cambio debe venir de cambios políticos que restauren nuestros bosques y equilibren el ecosistema. El aire de las montañas tiene un peso de responsabilidad, que alimenta mi lucha incansable por los que no pueden hablar por sí mismos.
A pesar de mi firme compromiso con la fauna de la Reserva de Pumakawa, nada ejemplifica mejor mi dedicación que mi vínculo con Kaku. Kaku entró en mi vida como un puma recién nacido, arrastrando una pata rota y luchando con la piel desgarrada.
Sus ojos luminosos me miraban, muy abiertos, como suplicando una segunda oportunidad. Desafiando a los veterinarios que recomendaban la eutanasia, coloqué sus patas en un andador para bebés. Cada paso que daba reavivaba su espíritu y reforzaba mi determinación.
La primera vez que sostuve a Kaku en la palma de la mano, me invadió una abrumadora oleada de amor. Ciego de nacimiento, Kaku depende de una serie de sonidos únicos para comunicarse. Nuestro lenguaje compartido me dice si quiere comida o anhela salir al aire libre. Una sinfonía para mis oídos: estas señales la guían por el mundo.
No se trata sólo de proporcionar seguridad a Kaku. Debo establecer una confianza sagrada; el tipo de confianza que hace que cada ronroneo y cada codazo cariñoso sean testimonio del profundo entendimiento que compartimos. Confirma que el santuario que construyó mi familia va más allá de la supervivencia. Se convierte en un lugar donde la vida se vive de verdad.
Basándome en la confianza que me inspiran mis compañeros de vida salvaje, en 2009 me enfrenté a la prueba de fe definitiva. Las llamas devoraban el paisaje alrededor de la reserva, y el humo me arañaba la garganta como retándome a respirar. Con manos temblorosas, abrí las jaulas de los pumas. El olor acre de la madera quemada llenaba el aire, mezclándose con el almizcle acre del pelaje de los animales. I turned to flee, tears blurring my vision. Cada paso que daba estaba cargado por la desgarradora posibilidad de que aquella fuera nuestra despedida definitiva.
De repente, oí el eco colectivo de las suaves patas contra la tierra quemada como música en mis oídos. Me giré y me encontré con doce pares de ojos fijos en mí, con su confianza implícita atravesando la bruma ahumada. Ese momento indeleble me galvanizó, llenándome de una fuerza inquebrantable que corre por mis venas hasta el día de hoy.
En la mirada mutua de aquel crisol ardiente, cristalizó mi propósito. Me comprometí a amplificar los gritos silenciosos de los pumas y a ser el guardián para el que me eligieron. Rodeados de fuego y aire humeante, forjamos un pacto. Fue más allá de la supervivencia. Representaba mi compromiso de por vida con su dignidad y bienestar.
En los próximos años, nuestro objetivo es influir en la gente mediante campañas educativas dirigidas a mejorar las prácticas cotidianas. Nos comprometeremos con los productores agrícolas a actualizar las técnicas de gestión y a colaborar en las reformas de las políticas públicas. Mejoraremos nuestras instalaciones, profesionalizaremos nuestras operaciones y ampliaremos Puma Kawa Monte.
Llevo casi tres décadas dirigiendo esta reserva. Hoy puedo decir que encuentro mayor consuelo y fuerza entre los animales. Con esto no pretendo menospreciar a la humanidad. Sencillamente, me siento más fortalecida por mis instintos y mi conexión con la tierra. Esta intuición da sentido a mi vida de un modo que el pensamiento cognitivo humano no puede.
He adoptado el nombre de Kai Pacha, que significa «puma protector del aquí y ahora» en aymara. Mis amigos me pusieron este nombre como homenaje a mi misión en la vida. Cambiar oficialmente mi nombre me sirve de recordatorio diario de mi propósito, me mantiene con los pies en la tierra y centrada en el camino para el que nací.