Nicholas estaba acostado, inconsciente, conectado a un respirador artificial, rodeado de aparatos con luces y ruidos extraños. Estaba en coma. No pude evitar llorar y rezar, las dos cosas en simultáneo, con el alma destrozada. Seguía sin saber qué pasaba, y nadie me lo explicaba. Hasta que una reportera se comunicó conmigo y me dijo lo que había sucedido. Nicholas había intentado suicidarse, y durante ocho minutos muchas personas que deberían haberlo cuidado simplemente lo vieron colgar, sin hacer nada por ayudarlo.
NEW YORK, Estados Unidos — Me llamaron para decirme que él estaba procesado y lo trasladarían departamento de corrección. La noticia me cayó como una bomba. Inmediatamente me comuniqué con la asistenta, y ella dijo que había que esperar una audiencia con un juez. Al día siguiente, el teléfono volvió a sonar. Era Nicholas, llamándome desde Rikers Island, donde estaba recluido. Lo noté apagado, con un hilo de voz muy tenue. Me prometió que me llamaría al día siguiente, para Acción de gracias, y se apuró a cortar porque dijo que se lo estaban exigiendo. Me quedé con una sensación rara en el cuerpo, y ya no supe más nada de él por un tiempo.
Dos días después apareció una nota en mi buzón. Decía que llamara al departamento de corrección. En cuanto lo hice, la comisionadora me informó que mi Nicholas estaba en el hospital, por un incidente. El corazón comenzó a latirme intensamente, y llamé de inmediato al hospital para pedir verlo. Recién me dieron autorización al día siguiente. Pasé una noche horrorosa, imaginando lo que podría haberle sucedido. No sabía que la realidad era mucho peor que todo lo que pudiera imaginarme.
Mi nieto nunca volverá a ser el que fue. Le ganamos un juicio millonario al estado de Nueva York, pero ni eso ni la condena de los culpables por las secuelas que tiene me hará feliz. Nada puede comprar la salud que él tenía. Vivo para él, y seguiré acompañándolo en todo momento.
Mira una entrevista completa en vídeo con la abuela de Nicholas en la NBC de Nueva York.
Mi nieto Nicholas tuvo una vida difícil desde siempre. Sus padres lidiaron con adicciones y otros problemas que les impidieron criarlo de la manera adecuada. Por eso, me hice cargo de él a partir de sus 10 años. Soy su abuela y su madre, lo adopté legalmente. Era un niño normal, aunque con algunos problemas. Desarrolló luego un trastorno de déficit de atención con hiperactividad, y comenzó a recibir tratamientos y medicación.
Era cariñoso conmigo, un niño muy atento, que constantemente me preguntaba si necesitaba ayuda con las cosas de la casa. Cuando me veía hacer algún gesto de dolor, se acercaba preocupado y me acercaba mis pastillas. Si estaba comiendo alguna bolsita de papas o algo, compartía todo el tiempo.
Pero de un momento a otro esa dulzura podía apagarse y se transformaba. De repente, trataba de golpearse a sí mismo, buscaba hacerse daño. Entonces, yo me acercaba y buscaba abrazarlo, agarrarle los brazos para evitar que siguiera lastimándose. Cerca de mí, se contenía, parecía calmarse. A veces se quedaba tranquilo, pero en otras ocasiones esperaba a que volviera a alejarme y abría la puerta de casa para escaparse. Yo salía a los gritos pidiendo ayuda a los vecinos.
Lo miraba y podía notar la lucha interna que libraba. Él hacía lo posible por estar bien, pero dentro suyo las cosas se hacían cada vez más complicadas. A medida que crecía, su salud mental empeoraba. Tenía distintas terapias, a las que iba sin quejarse y donde yo lo acompañaba. Por las noches, me ponía a rezar, pidiéndole a Dios que me ayudara a protegerlo. A veces, sentados los dos en el living de casa, charlábamos sobre todo. Entonces, en más de una ocasión, él me confesó que no sentía deseos de seguir viviendo. Al escuchar sus palabras, mi corazón se estrujaba, el dolor me desgarraba por dentro.
Desesperada, seguía buscando ayuda en diferentes lugares. Llegué a perder mi trabajo por el tiempo que le dedicaba a su cuidado. A pesar de todo, tuvimos momentos brillantes. Como cuando lo llevé a Disney. Como todo niño, en cuanto llegó al parque su mirada se iluminó. En aquel mundo de fantasía parecía recobrar el ánimo, estaba contento como sólo lo había visto en las navidades. Corría de un lado a otro, lleno de vida, y parecía un niño como cualquier otro. Pero luego, al volver a casa y retomar la rutina.
Él empezó a relacionarse con personas que ejercían una mala influencia. Salía de casa y se perdía en rincones oscuros. Yo me quedaba muerta de miedo, pensando en lo que podría pasarle. Aprendí a convivir con ese temor constante a perderlo. Hasta que lo atraparon luego de haber realizado un robo. Una tarde, estábamos los dos en casa, y vino la asistente social para avisarle que tenía que reportarse al departamento de probatoria al día siguiente. Yo me preocupé, pero lo noté tranquilo y dispuesto
A la mañana siguiente, se despertó de buen humor. Desayunamos juntos y, antes de que se fuera, le di una tarjeta para que cogiera el transporte público, un poco de dinero para que comiera algo en el camino, y nos dimos un fuerte abrazo, como siempre. “Te veo luego”, le dije. No sabía que ya nunca lo volvería a ver bien. Me quedé un poquito nerviosa. Fui a trabajar pensando en Nicholas, aunque luego me distraje con mis tareas.
Al volver a casa, no lo encontré. Me pareció extraño, y mi preocupación comenzó a crecer. Caminaba de un lado a otro de la casa sin saber qué hacer, hasta que sonó el teléfono. Me llamaron para decirme que él estaba procesado y lo trasladarían departamento de corrección. La noticia me cayó como una bomba.
Inmediatamente me comuniqué con la asistenta, y ella dijo que había que esperar una audiencia con un juez. Al día siguiente, el teléfono volvió a sonar. Era Nicholas, llamándome desde Rikers Island, donde estaba recluido. Lo noté apagado, con un hilo de voz muy tenue. Me prometió que me llamaría al día siguiente, para Acción de gracias, y se apuró a cortar porque dijo que se lo estaban exigiendo. Me quedé con una sensación rara en el cuerpo, y ya no supe más nada de él por un tiempo.
La noche siguiente, en mi casa estaban todos mis hijos, en la cena familiar. Sin embargo, yo no podía disfrutar del encuentro, porque el teléfono no sonaba. No había noticias de Nicholas. Las horas pasaron, la cena terminó, todos se fueron y yo me quedé con mi angustia como compañía. Dos días después apareció una nota en mi buzón. Decía que llamara al departamento de corrección. En cuanto lo hice, la comisionadora me informó que mi Nicholas estaba en el hospital, por un incidente
El corazón comenzó a latirme intensamente, y llamé de inmediato al hospital para pedir verlo. Recién me dieron autorización al día siguiente. Pasé una noche horrorosa, imaginando lo que podría haberle sucedido. No sabía que la realidad era mucho peor que todo lo que pudiera imaginarme. En cuanto llegué al hospital, me encontré con lo que de verdad estaba pasando. Nicholas estaba acostado, inconsciente, conectado a un respirador artificial, rodeado de aparatos con luces y ruidos extraños. Estaba en coma.
No pude evitar llorar y rezar, las dos cosas en simultáneo, con el alma destrozada. Seguía sin saber qué pasaba, y nadie me lo explicaba. Hasta que una reportera se comunicó conmigo y me dijo lo que había sucedido. Nicholas había intentado suicidarse, y durante ocho minutos muchas personas que deberían haberlo cuidado simplemente lo vieron colgar, sin hacer nada por ayudarlo.
Cuando Nicolás despertó, demoró mucho tiempo en reconocerme. Él ya no podía hablar, ni hacer muchas cosas de las que hacía antes. Era como volver a tener un bebé, al que había que enseñarle todo. Fue volver a empezar. Su apariencia era totalmente era diferente. Fue doloroso acercarme a darle cariño y ver en sus ojos una mirada de extrañeza, por no saber quién era yo.
Tuve miedo, ira y tristeza, todo junto. Hasta el día de hoy todavía me siento así, porque es algo con lo que tenemos que vivir el resto de la vida de Nicholas. Y no es justo. Me desesperaba que él no me reconociera, pero intentaba serenarme delante suyo. A veces me metía en un cuarto en el hospital, en una sala de espera y ahí me desahogaba. En ocasiones, llamaba a un familiar para poder sacar todo lo que tenía adentro. Cuando llegaba a mi casa y nadie me veía, gritaba y lloraba.
Lo primero que hice fue poner una demanda contra el departamento de corrección y el estado de Nueva York. Fue duro librar esta batalla. Una persona sola contra una estructura tan grande y poderosa es desigual, pero en todo momento me impulsó el amor por mi nieto. Un nieto que ya no era el mismo que vi la última vez que salió de casa.
One day during a visit, he looked me in the eyes and said, «Grandma.» My legs went weak. That single word felt like a soothing caress to my soul. As we worked through Nicholas’ recovery, I started recording our time together to help him remember things. That day, I caught him saying «Grandma» on camera. I often watch it as a source of comfort.
En este tiempo él ha hecho mucho progreso con sus terapias y tratamientos. Habla un poco, aunque la memoria se le va. Es como si no pudiera retener las cosas, como si se le escaparan los momentos. Vive el día a día. Y yo lo vivo junto a él. El día de la sentencia, estaba en la corte, sentada junto a mis abogados.
En cuanto los jueces informaron que ganamos y que recibiríamos una indemnización millonaria, todo se pausó, como si estuviera en cámara lenta. Pude ver la resignación en los abogados contrarios, escuché algún festejo en la sala, recibí una sonrisa moderada y una palmada de parte de mi abogado.
Y por dentro me sentí extraña. Aquello no me aliviaba en absoluto, no podía sentirme contenta. El dinero no compra lo que ha pasado aquí, el dinero simplemente va a ayudar a mi nieto a no pasarla tan mal.
Sigo sintiendo mucho dolor, y es difícil lidiar con todo lo que sucede. A Nicolás lo quiero tanto que doy la vida por él. Yo lo crié, es mi hijo y el amor que yo tengo para él es bien puro. Estoy un poquito satisfecha de que fueron procesados algunos guardias, pero no cambia nada para mí. Lo hecho ya está hecho, el daño se lo hicieron. Y todavía falta la sentencia para otros dos, todavía no se ha terminado este caso. Él cumplió 23 años el 7 de mayo y está mejorando día a día, pero muy lentamente. Ya él no es el mismo que era años atrás. Camina con un andador y no puede hacer los mismos movimientos que hacía antes. Su memoria también está dañada y necesita supervisión constante. Como sucedió siempre, seguiré a su lado asegurándome que reciba lo mejor posible y luchando contra quien intente dañarlo.
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