Se me encogió el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. No podía creer que una carta que envié hace casi 41 años no sólo no llegara a mis padres, sino que se vendiera a un desconocido por Internet. Me pareció una violación de mi intimidad.
BUENOS AIRES, Argentina – Combati en la Guerra de Malvinas de 1982 como soldado conscripto de la 63ª promoción del Batallon 181 del Ejercito de Comunicaciones. En aquellos tiempos, lo único que deseaba era volver con mis seres queridos. Escribirles cartas se convirtió en la segunda mejor opción. Después de la guerra, descubrí que muchas de mis cartas nunca llegaron a su destino. Estaba ansioso por conocer su paradero.
Este año, recibí un mensaje muy particular en las redes sociales. Un hombre llamado Agustín Vázquez me preguntaba si había estado en la guerra e incluía una foto. La reconocí enseguida de una de mis cartas.
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Por las mañanas trabajo como auxiliar de educación en un colegio de secundaria, y por las tardes en el negocio familiar con mi hijo. Mis días son agotadores, pero me distraen de pensar en mi época de soldado. Intento no recordar demasiado. La guerra sigue siendo algo en lo que rara vez se quiere pensar. Sin embargo, a menudo pienso en las cartas que escribí a familiares y amigos. Escribirlas me parecía la única sensación de normalidad en medio del caos. Nunca supe dónde acabaron mis cartas y supuse que se habían perdido para siempre.
Un día, me desperté para desayunar y recibí un mensaje de un hombre que decía tener una de mis cartas. Tras leer su mensaje, recordé el 19 de abril de 1982. Envié un aerograma a mi padre Ceferino. Le aseguré que estaba bien a pesar de la guerra y le describí algunos momentos.
Al ver este mensaje, mi corazón empezó a latir rápidamente, como si hubiera visto un fantasma. Llamé inmediatamente a mi familia para contárselo. La emoción me recorría el cuerpo. Llegué al final del mensaje y decía: «Tu carta ha sido subastada en eBay». Se me encogió el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. No podía creer que una carta que envié hace casi 41 años nunca llegara a mis padres. Más bien, un desconocido la compró en Internet. Me pareció una violación de mi intimidad. Intentamos ponernos en contacto con el vendedor, pero sólo conseguimos una foto de la carta.
Mis padres leyeron por fin mis palabras después de dos décadas. No pudieron contener la emoción. Les traía tantos recuerdos, preocupaciones y gratitud. Nos sentamos en silencio, incapaces de pronunciar palabra. Cuando lo leí yo mismo, me di cuenta de algunos detalles. Lo escribí apurado, sin puntuación, en la trinchera. En ese momento, me invadieron sentimientos de entonces. Cuando escribí esta carta, recuerdo que deseaba tan desesperadamente oír sus voces que pedí el número de teléfono de su vecino, porque entonces no teníamos teléfono. La carta era corta, y mi urgencia parecía notable.
«Papá, estoy bien. Esta es la tercera carta que te escribo. No necesito nada. No me envíes ningún paquete porque no sé si me llegará. He recibido todas tus cartas, y como te escribí antes en otras cartas, como bien, engordé mucho, acá no pasa nada. Además, no tenemos que estar aquí porque somos clase 63, y está lleno de reincorporados clase 62. Así que no sé cuánto tiempo voy a estar acá. Espero que estén todos bien. No tengo más palabras. Manden saludos y agradecimientos al tío Gordo, a la tía Chiche y a los primos. Y a nuestra familia, especialmente a la abuela, y a Pirucha. A todos los del barrio, chau…»
Lo firmé Oscar Pistón o ‘Pato’, mi apodo de chico.
Vázquez, el hombre que me encontró, se encontró con mi carta al azar mientras buscaba recuerdos de la guerra. Intentamos hacer una oferta, pero alguien ya la había comprado por 50 euros en Internet. Intentamos ponernos en contacto con la persona que la compró, un coleccionista, pero fue en vano. Nadie nos respondió. Me rompe el corazón saber que lo tiene otra persona. Aún mantengo la esperanza de que algún día vuelva a mí.