Yo salí a cubrir la pelota porque vi que uno de los contrincantes se había despegado y venía a buscarla. Cuando vi que no llegaba me tiré a cubrirla y al mismo tiempo él la quiso patear. Sentí un golpe en la nuca, un shock eléctrico, un chucho de frío, caí boca abajo y ya no sentí más el cuerpo.
MONTEVIDEO, Uruguay – Entendí que es muy difícil educar a la gente adulta, por eso se me ocurrió que capacitar a los niños era mejor opción. Así ellos pueden enseñarles a sus padres, ya que muchos adultos le tienen miedo y prejuicios a la discapacidad. Yo no culpo a nadie, mi deber es darles las herramientas para que puedan enfrentarlo y aprender.
La vida siguió adelante, hasta que un segundo golpe impactó en nuestra familia. Mientras jugaba un partido de rugby en el instituto, sufrí una lesión paralizante en el cuello y la columna vertebral. Me quedé tetrapléjico y entré en una recuperación a largo plazo. Sin embargo, nunca me rendí.
El palomar surge en el año 2019, ahí es cuando yo decido juntar a mis amigos de toda la vida, y comentarles que iba a hacer una ONG, en ese momento necesitaba hacer algo por los demás y el primer proyecto fue hacer rampas para discapacitados.
Las autoridades nunca descubrieron quién mató a mi padre ni por qué. La noticia devastó a nuestra familia. Como ama de casa, mi madre tuvo que mantenernos a mí y a mis hermanos. Empecé a trabajar en el campo para ayudar. Mi madre se arremangaba y hacía las cosas. Nunca la vi llorar ni quejarse.
Comencé una etapa introspectiva, en la cual el deporte estuvo muy presente y fue en este momento que comencé a jugar al Rugby, viéndolo como una materia más del colegio. Un día, jugamos un partido en la cancha del club de la escuela. El primer tiempo avanzó bien, pero a los 20 minutos del segundo tiempo, empecé a sentirme fatigado.
En un momento le digo a un compañero, que estaba jugando de wing: Vení a jugar de ala que yo ya no estoy para empujar. No habrán pasado más de 2 o 3 minutos que el full back de Old Boys patea una pelota larga y sale todo el equipo para adelante y yo me quedo atrás. Devuelven la patada y la pelota fue al medio, hacia el ingoal.
Yo salí a cubrir porque vi que uno de los contrincantes se había despegado y venía a buscarla. Cuando vi que no llegaba me tiré a cubrirla y al mismo tiempo él la quiso patear. Sentí un golpe en la nuca, un shock eléctrico, un chucho de frío, caí boca abajo y ya no sentí más el cuerpo.
Me quise incorporar y fue imposible. Un médico enseguida me asistió. “Es algo de columna” dijo. Llamaron a una ambulancia, que llegó bastante rápido. No tenían collarete. Me subieron y me llevaron al Hospital Británico. Me acuerdo de los aplausos cuando me estaban subiendo a la ambulancia, serían las 4 de la tarde.
En ese momento, la resonancia magnética era lo más avanzado que había. Me hicieron una tomografía y se dieron cuenta que algo grave me sucedía en las cervicales. Me cortaron la camiseta y vi que empezaban a llegar mis hermanos, mi madre estaba de viaje.
Me metieron en el tubo para hacer la resonancia y me desmayé. Cuando me desperté era de noche y tenía un dolor agudo. Me habían colocado un collarete con pesas en mi cabeza para desinflamar la zona. Me dolían las piernas, no las podía mover. Abrí los ojos, vi a un tío y un primo y les pedí desesperados que me hicieran masajes en las piernas porque no podía más del dolor. Y me volví a dormir.
El resultado de los estudios fue que tenía dos vértebras cervicales rotas, la cuarta y la quinta, con desplazamiento del disco e impacto en la médula espinal. Cuando me desperté por segunda vez estaba en una cama de terapia intensiva, con las suturas de una operación y rodeado de los sonidos de los aparatos. Quise moverme y no pude. Al primer médico que vi le pregunté qué pasaba y me dijo: “Tuviste un accidente en la columna”.
Las noches en el hospital se hacían eternas debido a que las visitas podían estar desde temprano por la mañana hasta la tarde únicamente, el resto del día me quedaba solo y ahí, el silencio del hospital es terrible, entonces recurría a mis recuerdos tirado en una cama cuadripléjico. y eso me permitía dormir en paz para que al otro día pudiera afrontarlo de la mejor manera; increíblemente todas esas imágenes las tengo grabadas hasta el día de hoy.
Al mes, cuando me recuperé un poco, empecé a mover el dedo de una mano en ese momento nos fuimos a un centro de rehabilitación de Estados Unidos en el que compartí la habitación con personas que estaban peor que yo: sin pies, sin miembros. Fue muy duro permanecer en ese ambiente, sobre todo porque los primeros 2 meses no pude ver a mi familia, estuve solo.
Este centro me fortaleció mucho mentalmente, ahí madure de golpe. con 20 años aprendí todo nuevamente: a atarme los cordones con la boca, a vestirme en 4 horas solo, a llorar cuando tenía que subirme a la silla de ruedas, cuando no me salía algo lograr volver a la batalla. De a poco y con mucha fe fui mejorando.
Al principio moví la mano izquierda por lo que decidí escribirle una carta a mi otra mano, dado que no volvería a utilizarla como antes. Tarde un año en volver a caminar, ir a la facultad y a un restaurante, por ejemplo. Aceptar mi discapacidad me costó mucho, al igual que retomar mi vida fuera del silencio y vacío del hospital.
En el año 1998 estuve en la universidad en España y allí con dos amigos, formamos un programa que se llamó “PAI” que proveía ayuda a estudiantes con discapacidad. En ese momento le entregábamos grabaciones en audio y apuntes a la gente no vidente para que pudiera estudiar y llevábamos a alguna persona en silla de ruedas en auto hasta la universidad.
Las experiencias que viví durante el proyecto PAI en la universidad se quedaron conmigo. Más adelante, las recordé y surgió la idea de El Palomar. En 2019, reuní a mis amigos más cercanos y proclamé: «¡Quiero fundar una ONG!». Se sumaron y para nuestro primer proyecto, construimos rampas para personas discapacitadas.
Hoy, promovemos la educación inclusiva dando becas a alumnos y colegios, que tienen niños con discapacidad, contemplando los aspectos edilicios y humanos necesarios para que se puedan desenvolver adecuadamente en un entorno académico del que deben poder participar.
Para mí, este trabajo significa dar amor desinteresadamente. Elegí trabajar con niños y no con adultos porque los mayores pueden tener miedo o prejuicios contra las personas con discapacidad. Los niños, en cambio, tienen el potencial de enseñar a sus padres.
Ofrecemos nuevas oportunidades a los niños que ven la vida desde el punto de vista de una silla de ruedas, y esas oportunidades se extienden también a sus familias. Al fundar mi ONG sentí que reunía todo el sufrimiento de mi familia y lo convertía en algo positivo, en memoria de mi padre.
Ahora puedo mostrar a las personas con discapacidad que pueden hacer cualquier cosa que se propongan. Pueden tocar el cielo. Gracias a mi discapacidad, entiendo la importancia de recibir una educación inclusiva en la que todos se sientan acogidos y apoyados.