Me acuerdo que yo le había dicho a mi mamá que quería tener un hermanito, algo típico de esa edad. Bueno, un día llegó al local una mujer con dos canastas. En cada canasta había un bebé, un varón en una, una nena en la otra”, cuenta. Saludó, puso las dos canastas sobre el mostrador y le preguntó a mi mamá ‘¿cuál me habías encargado vos?’. ‘El varón’ le contestó ella. Y a partir de ese día yo tuve un hermano”.
CORDOBA, Argentina — Soy el bebé «NN», un código en el archivo de nacimientos que indica un niño nacido en la calle, abandonado o víctima de la trata. Dos años después de mi nacimiento, en 1976, los archivos indican la inscripción de otro bebé en circunstancias similares que resultaría ser mi hermana biológica Carolina.
Hoy, mi hermana y yo sabemos que somos de la misma madre y el mismo padre. Sin embargo, no sabemos si nos abandonaron o si los traficantes nos robaron de nuestros padres.
Es que Caro vivió siempre en la verdad, Carolina Sangiorgi, mi hermana, siempre supo que había sido adoptada y tuvo el apoyo de sus padres, que incluso la acompañaron en la búsqueda de sus orígenes biológicos. Mi historia es muy distinta yo viví en la mentira total.
Me acuerdo que yo le había dicho a mi mamá que quería tener un hermanito, algo típico de esa edad. Bueno, un día llegó al local una mujer con dos canastas. En cada canasta había un bebé, un varón en una, una nena en la otra”, cuenta. Saludó, puso las dos canastas sobre el mostrador y le preguntó a mi mamá ‘¿cuál me habías encargado vos?’. ‘El varón’ le contestó ella. Y a partir de ese día yo tuve un hermano”.
Faltaban muchos años para que me enterara de que lo que había presenciado había sido la compra de un recién nacido, que esa mujer se los había entregado como si fuera un pedido, un paquete. Pero la escena alcanzó para que comenzara a sospechar sobre mi propio origen biológico. Tenía 5 años cuando pregunté por primera vez por qué no había fotos de mi mamá embarazada de mi y, hasta que murieron, mis padres sostuvieron la misma mentira: las fotos se habían perdido, quemado, no estaban, pero era hija de ellos. Había una verdad enterrada que incluso los había llevado a estar detenidos.
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A lo largo de los años siguientes surgieron sospechas. Me preguntaba por qué mis padres eran tan mayores. Entonces, en agosto de 1999, a los 23 años, mi primer hijo murió tras un parto prematuro. Los médicos hicieron muchas pruebas para averiguar qué había pasado, y descubrimos que mi grupo sanguíneo no coincidía con el de mi historial.
Un mes después sonó el timbre de mi casa. Allí estaban los funcionarios de Abuelas de Plaza de Mayo. Me preguntaron si dudaba de mi identidad y me hablaron de un expediente de adopción que habían encontrado. En este expediente, una partera afirmaba que mi madre biológica llegó a su casa moribunda. Decía que mi madre dio a luz en una clínica y dejó una nota en la que me entregaba.
No era la primera vez que me encontraba con funcionarios de Las Abuelas de Plaza de Mayo. A los quince años, vinieron a buscarme con una orden judicial. Tenían sospechas de que podía ser hija de un desaparecido, pero las pruebas de ADN negativas me hicieron pensar que pertenecía a mis padres. Años después, la historia comenzó a desenredarse.
Mi papá tenía mucha plata en ese momento y se ve que pagaron para sacar y poner información de ese expediente a su gusto, Me di cuenta de que entre esas hojas había un bache y empecé a hablar con la gente que quedaba viva de mi familia. Así llegué a una íntima amiga de mi papá, que había sido siempre muy cercana a el, como una tía. La mujer primero juró que no sabía nada, y repitió una muletilla: lo importante era que me habían querido, que me quedara con eso. Pero después, me dijo todo lo que el expediente no decía.
Me contó que me fueron a buscar a Buenos Aires en 1976, cuando nací, y me llevaron a Córdoba, por eso una tía siempre decía que yo era robada. En Córdoba me quisieron anotar como hija legítima, como si mi mamá me hubiera parido, pero en el Registro Civil sospecharon, primero porque había un error en los papeles, después porque se veían muy grandes para tener una bebé recién nacida.
Fue por eso que las autoridades hicieron la denuncia. “Mi papá y mi mamá quedaron detenidos y a mí me llevaron a la Casa Cuna de Córdoba, adonde iban los niños huérfanos y donde pasé los primeros dos años de mi vida. Cuando los detuvieron, mi papá le hizo jurar a esta amiga que iba a cuidarme, así que ella fue a verme todos los días.
No se cuánto tiempo estuvieron detenidos pero sí que los liberaron rápido, porque mi papá era militar. A pesar de todo, igual me crié con ellos. las autoridades se habían dado cuenta de que no era una adopción legal sino una apropiación. En ese momento, en el hospital había monjas. Aparentemente, mi mamá se fue acercando a una monja, se hizo amiga hasta que un día le permitió llevarme. Yo recuerdo algo de eso, porque me llevó a visitarla durante mucho tiempo.
En dos ocasiones, las pruebas de ADN no lograron conectarme con la base de datos de personas desaparecidas y pensé en poner fin a la búsqueda y seguir adelante con mi vida. En un último intento, volví al juzgado en 2015 con mi partida de nacimiento en la mano. Durante el proceso, descubrí que existía otra partida de nacimiento asociada a mí en Morón.
En este expediente se refiere a mí como bebé «NN». A los bebés robados o abandonados les inventan un apellido con la primera letra del lugar donde registran el nacimiento. Por esta razón, me llamaron Carina Martínez. En aquel momento no pudimos atar más cabos, pero surgió un pequeño dato. En el mismo lugar inscribieron a otro bebé menos de dos años después: mi hermana Carolina.
Quince años antes de nuestro reencuentro, Carolina dejó su ADN en Las Abuelas de Plaza de Mayo. Si bien no encontraron conexiones en ese momento, las mejoras en la tecnología que conecta a los hermanos en el Banco Nacional de Datos Genéticos hicieron posible nuestro reencuentro. El 24 de agosto, nos contactaron a ambas por teléfono.
Recuerdo que aquel día caminaba sola por el supermercado cuando sonó el teléfono. Contesté, pero rápidamente dije: «Estoy ocupada», y colgué. Como resultado, no oí las noticias que me habían llamado para darme. Ese mismo día, a 1.100 kilómetros de distancia, Carolina recibió una llamada similar.
Sentada en su coche esperando a que sus hijos salieran del colegio, contestó al teléfono. «Tenés una hermana», le dijeron. «La misma madre. Mismo padre». El momento la conmocionó. Cuando me enteré de la noticia, ese mismo día, nos reunimos por primera vez a través de una videollamada. Las lágrimas surgieron de forma natural.
Frente a frente, como quien se mira al espejo por primera vez, nos observamos sin saber qué decir, por dónde empezar, un poco en silencio, y otro poco desbordadas. Desde entonces estamos juntas, como si hubiéramos estado así toda la vida.
Carolina y yo nunca nos buscamos. Pasamos 44 años viviendo nuestras propias vidas, sin saber que el otro existía. Cuando por fin nos conocimos en persona, el sincero abrazo que nos dimos fue como un milagro.