Cuando era chica, sabía muy poco del fútbol femenino. Aún no estaba ampliamente aceptado como deporte profesional. En esa época no me imaginaba nada del futuro. No había información sobre el fútbol femenino, no era profesional ni se transmitían los partidos por televisión. Siempre quise estudiar medicina, pero en Bariloche no estaba disponible la carrera. De las que había, no me interesaba ninguna. Mi familia no podía enviarme a estudiar a otro lado. Comencé a trabajar como moza en una parrilla de la zona, lo hice seis años y ganaba bien.
BUENOS AIRES, Argentina -Cuando comencé a jugar, el fútbol femenino en Argentina era amateur y no ofrecía posibilidades. Cuando terminé el colegio, en mi ciudad no se podía estudiar medicina y mi familia no tenía dinero para que estudiara en otra parte. Con opciones limitadas, tenía miedo de no poder hacer realidad mis sueños.
Hoy estoy a meses de jugar mi segundo Mundial, que seguramente será el último de mi carrera. Después, me voy a dedicar definitivamente a la medicina. Pero aquí estoy: soy la primera egresada universitaria de mi familia y futbolista profesional. Esta experiencia se siente increíble para mi.
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Mi papá le compraba pelotas y cosas de fútbol a mi hermano, pero a él no le interesaba para nada. Yo usaba sus cosas, y me la pasaba jugando al fútbol con mis primos y amigos del barrio. Después de la escuela, nos juntábamos a jugar y estábamos todo el día fuera de casa. A veces nos íbamos lejos de casa.
También jugábamos en plena calle, especialmente si hacíamos partidos contra otros vecinos. En un Polideportivo, que tenía una canchita de cemento, armábamos torneos triangulares. Me encantó jugar sin guardarme nada. En mi casa nunca me impidieron jugar al fútbol. Si cumplía el horario que me ordenaban mis padres y me iba bien en la escuela, tenía permiso para jugar a lo que quisiera.
Yo fui la única nena durante mucho tiempo. Hasta que se sumó otra, que fue quien me llevó a un club por primera vez. Cuando comencé a jugar en el club Mutisias, donde me llevó mi amiga, al comienzo me costó adaptarme. No es lo mismo jugar en la calle que hacerlo de forma organizada, en un equipo. Al principio me sentía perdida, pero me encantaba. Todos los fines de semana estaba ahí, desde los diez hasta los quince años. La adrenalina corría por mis venas cada vez que pisábamos la cancha.
Cuando era chica, sabía muy poco del fútbol femenino. Aún no estaba ampliamente aceptado como deporte profesional. En esa época no me imaginaba nada del futuro. No había información sobre el fútbol femenino, no era profesional ni se transmitían los partidos por televisión. Siempre quise estudiar medicina, pero en Bariloche no estaba disponible la carrera. De las que había, no me interesaba ninguna. Mi familia no podía enviarme a estudiar a otro lado. Comencé a trabajar como moza en una parrilla de la zona, lo hice seis años y ganaba bien.
Pero el fútbol era tan importante para mí que renuncié a ese trabajo para poder tener los fines de semana libres. Entrenaba sola, porque casi todas mis compañeras de equipo eran madres y no tenían tiempo para hacerlo. Mis compañeras tenían vidas muy ocupadas fuera del fútbol, trabajando y cuidando de sus hijos. Esa era mi vida. Estaba muy bien. Me despejaba la cabeza y me permitía planificar mi futuro, poco a poco. Un día, a los 22 años, todo cambió.
Mi equipo y yo competimos en un torneo en el Luna Park, luchando hasta la final. En el último partido, salimos victoriosas. Cuando sonó la señal, mis compañeras y yo corrimos a abrazarnos, con una alegría inmensa. Entre el público estaba Diego Guacci, el entrenador de UAI Urquiza, el mejor equipo del momento en el país. [UAI-Urquiza es un club de fútbol de larga tradición y renombre en Argentina que sirve como principal reserva de jugadoras para la selección nacional femenina de Argentina. Está afiliado a la Universidad Abierta Interamericana o UAI].
Él me vio jugar y me invitó a formar parte del equipo. No podía creerlo. Me quedé ahí, mirándolo sin poder creerlo. Eso implicaba mudarme a Buenos Aires, cambiar toda mi vida. Me dijo cosas muy lindas, que no esperaba.
A mi mamá lo que más la entusiasmó de la propuesta fue la oportunidad de que estudiara. Ahora por fin podía seguir estudiando. Nadie en mi familia había ido antes a la universidad. Ella no terminó la primaria, y mi papá tampoco. Pero siempre nos inculcaron que el estudio era muy importante para progresar. Yo tenía muchas inseguridades, dudas, y no hubiera pensado nunca que me darían esa posibilidad. “Andá, no pasa nada. Si las cosas no salen bien, podés volver”, me dijeron todos. Y me animé.
El presidente de mi club en Bariloche vendió comida para recaudar fondos para mi viaje a Buenos Aires. Yo tenía algo de dinero y le dije que no hacía falta, pero quiso tener ese gesto conmigo. El viaje en micro fue de más o menos veinticinco horas, y lo viví a pura ansiedad. Fue un poco complicado acostumbrarme a la gran ciudad. Aprender a usar el transporte público, habituarme a las largas distancias entre la facultad, el predio donde entrenábamos, mi departamento y la casa donde trabajé un tiempo limpiando para tener más ingresos. Entre el trabajo, el entrenamiento y el estudio, prácticamente no descansaba. Vivía al límite con los tiempos, me estresaba mucho. Pero pude hacer todo en tiempo y forma.
En marzo de 2019 completé la carrera. Lo último fue el internado rotatorio, que es una simulación: los médicos/profesores eran los pacientes que teníamos que atender. Estaba muy nerviosa, siempre sentí inseguridad en los exámenes. Como llegaba a todas partes con poco tiempo, no podía repasar tantas veces como quería, y eso me llenaba de dudas. Mi ansiedad empeoraba a medida que se acercaba el día. Mientras me dirigía a mis exámenes, intenté respirar y concentrarme. Dentro de la sala de examen, hice todo lo posible por abordar todos los casos clínicos que me presentaron. Una vez que pasaba por todas las salas, respondiendo a los casos clínicos que nos presentaban, debíamos esperar afuera a que todos terminaran de hacerlo. Es una espera larguísima, estresante.
Finalmente, los profesores salieron de la sala. Hasta que me dijeron que ya era oficialmente una doctora. Nos abrazamos con mis compañeras, festejamos. Y envié, como cada vez que consigo algo importante, un mensaje al grupo de whatsapp familiar. Desde el día en que empecé mi programa de medicina, mis compañeras empezaron a llamarme «Doc». Ese día terminé de ganarme el apodo. Marcó un hito importante en mi vida, pero poco después, un mensaje inesperado interrumpiría mi plan. Me llamaron para incorporarme a la selección argentina de fútbol.
Miré de reojo mi teléfono y vi un mensaje que decía que estaba convocada a la Selección Argentina. Me puse súper contenta, pero tuve que esperar hasta llegar a casa para leerlo bien y confirmar que había entendido bien. Les conté a mis familiares, y mi mamá se puso a llorar de alegría. Ser parte de la Selección modificó mis planes. En poco tiempo jugué la Copa América, y ya estaba dentro del grupo que aspiraba a jugar el Mundial de Francia. Decidí entonces que la medicina podría esperar. Médica voy a ser siempre, pero al fútbol hay que disfrutarlo en este momento.
Entré en el emblemático estadio, sede del equipo París Saint-Germain. Vestir la camiseta argentina, para jugar un partido de un Mundial, es impactante Cantar el himno viendo esas tribunas, sintiendo lo que vendría, es una sensación única. Después, durante el torneo, aunque sabíamos que estábamos haciendo historia, no pensábamos todo el tiempo en eso. No es que una está contenta todo el día, porque la responsabilidad es grande y hay que trabajar mucho para conseguir cada cosa.
Cuando terminó el Mundial y volvimos a Argentina, algo había cambiado. En general, nuestros partidos sólo eran vistos por familiares y amigos. Ahora, la gente nos contaba anécdotas vinculada a los partidos. En los locales de electrodomésticos pasaban nuestros partidos en todos los televisores, y la gente se quedaba mirando. Muchas personas que no sabían que había fútbol femenino lo descubrieron en ese momento. El reconocimiento es una motivación más. Noto mucho el cambio con las nenas que se acercan a los clubes para jugar. Y las que van a ver los partidos con su mamá y su papá.
Me genera mucha ternura y me pone feliz. Cuando yo era chica, no tuve referencias de este estilo. No sabía que había un camino posible en el fútbol para las mujeres. Cuando me detengo a pensar lo que pasé, siento que fue todo muy rápido. Aunque creo que esta Copa Mundial será mi última, siempre apreciaré el tiempo que pasé en la cancha. Estos increíbles recuerdos me acompañarán, ya que por fin comienzo mi camino trabajando como médica.