Me pregunto por qué estoy viva si no puedo estudiar, trabajar o incluso moverme. Antes, estaba orgullosa de ser una mujer en Afganistán. Ahora, nos quedamos con una vida sombría y pavor al futuro.
KABUL, Afganistán ꟷ Desde que los talibanes tomaron el poder, la vida se ha vuelto un infierno para mí. No es la muerte a lo que temo, sino a la incertidumbre del futuro.
Cuando me acuesto a dormir, espero no despertar. No me quiero volver a enfrentar a las mañanas sin rumbo y a las tardes despiadadas. Nos dejaron a todos marcados por un trauma emocional y psicológico.
El domingo 15 de agosto de 2021 fue el peor día de mi vida.
Era tarde en la noche cuando el padre de mi colega, un general del Ejército Nacional Afgano, me llamó desesperado. Dos días antes, los talibanes habían tomado el control de la provincia de Mazar.
Por teléfono, me instó a evacuar mi oficina en Kabul lo antes posible. Los talibanes estaban a punto de atacar.
Desafortunadamente, su llamada llegó demasiado tarde. A las 7 p.m., cinco combatientes talibanes irrumpieron en mi oficina, destruyeron las computadoras y saquearon las instalaciones. Nos amenazaron y nos dijeron que nos fuéramos o «afrontaríamos las consecuencias». Ese fue mi último día en la oficina.
Mientras caminaba los 3 kilómetros (1.8 millas) hasta mi casa, vi a mis vecinos aterrorizados corriendo por sus vidas. Miles de afganos, entre ellos mujeres, niños y ancianos, corrieron descalzos hacia el aeropuerto internacional Hamid Karzai, en un intento de huir de la ciudad.
Los combatientes talibanes irrumpieron en la ciudad por todos lados. Nuestro presidente, Ashraf Ghani, ya había abandonado el país, dejándonos abandonados a nosotros los ciudadanos. La imagen de los combatientes talibanes patrullando las calles me paralizó.
Enfrentamientos, saqueos y caos estallaban en todoslados. La policía abandonó sus puestos, al igual que el Ejército Nacional Afgano.
Helicópteros estadounidenses sobrevolaron la ciudad, probablemente evacuando a diplomáticos, tropas, ciudadanos, aliados locales y personal internacional de las embajadas extranjeras.
La velocidad de la rendición me sorprendió. Mi ciudad, la capital de Afganistán, fue el último destino de los civiles desplazados de provincias lejanas. La ira, traición y terror se apoderaron de mi.
Me resulta difícil expresar mis sentimientos sobre lo que ha sucedido en Afganistán. Tenía 2 años cuando las fuerzas estadounidenses sacaron del poder a los talibanes en 2001. Aún así, tuve una vida muy dura.
Mi madre se avergonzaba por haberme tenido a mí en lugar de a un hijo, y mi padre ignoró mi educación. Las normas y prácticas tradicionales, como el matrimonio precoz, me dificultaban asistir a clases.
Sin embargo, mi madre creía que la única forma de romper mis grilletes y convertirme en una ciudadana responsable era a través de la educación. Ella insistió y secretamente me empujó a ir a la escuela.
En 2016, mi viaje educativo terminó cuando mi padre falleció en un ataque talibán en la frontera de Torkham. Asumí la responsabilidad de mantener a mi familia.
Comencé a ganar dinero en noveno grado y lancé el Club de Desarrolladores de Negocios de Kabul para ayudar a las mujeres a construir sus propias empresas emergentes. Finalmente, empecé a brindar el servicio de empresa a empresa (B2B). Me desempeñé como gerente de ventas, con clientes en los EE. UU. y el Reino Unido.
Aquella temida noche en que los talibanes tomaron Kabul, destruyeron todos mis logros. Perdí mi trabajo y tuve que cerrar el Kabul Business Developers Club.
Antes de esa noche salvaje, pagué mis propias facturas, alquiler y matrícula, y compré mis propios alimentos. Ahora debo quedarme en casa. Vivo de mis ahorros y sin fuente de ingresos, lloro en el silencio de mi habitación y rezo por un milagro.
Para mi madre, que experimentó la brutalidad de los talibanes de primera mano, está sumida en la depresión. Los recuerdos de las experiencias volátiles que enfrentó durante su reinado anterior de 1996 a 2001 la llenan de miedo.
Vio a mujeres y niñas sometidas a violaciones de derechos humanos. Los talibanes les negaron trabajo y educación. Fueron esclavizadas sexualmente, obligadas a usar burkas y se les prohibió salir de casa sin un tutor masculino. Ahora no tenemos hombres en nuestra familia. ¿Quién nos acompañará?
Quizás ella sepa lo que le espera.
El 7 de septiembre de 2021, mis amigas se unieron a cientos de mujeres que marcharon por Kabul exigiendo sus derechos y libertad, fue un desafío sin precedentes contra los talibanes.
Las fuerzas de los talibanes los reprimieron con munición real, porras y látigos. Vi a varias de mis amigas hospitalizadas con heridas graves.
Estas personas eran civiles y activistas que fueron abatidos mientras protestaban. Dos periodistas, Taqi Daryabi y Nemat Naqdi, que cubrieron la protesta, fueron llevados a la comisaría para quitarles los videos y fotografías y fueron brutalmente golpeados.
Los talibanes prometieron formar un gobierno inclusivo y asignar funciones administrativas a las mujeres, pero hace una semana les escuchamos decir que las mujeres deberían limitarse a dar a luz.
Dijeron que a las mujeres afganas se les permitiría estudiar, pero las universidades gubernamentales están cerradas. El diktat educativo [una orden o decreto impuesto sin el consentimiento popular] se aplica sólo a las universidades privadas. Las clases están segregadas por género.
En realidad, no permitirán que las niñas estudien más allá del sexto grado. Mi vecina de 15 años no ha ido a la escuela desde el 15 de agosto.
Los talibanes prometieron respetar los derechos de las mujeres dentro de la ley islámica, asegurando que pudieran trabajar usando hiyab. En una semana, se retractaron de la declaración e insistieron en que las mujeres afganas se quedaran en casa.
Me pregunto por qué estoy viva si no puedo estudiar, trabajar o incluso moverme.
Durante 20 años he soñado. Practiqué deportes. Ejercí mis derechos como ciudadana. Cada segundo, cada momento de mi vida, estaba orgullosa de ser una mujer en Afganistán. Yo no estaba sola.
Mujeres increíbles prosperaron a mi alrededor. Construyeron gimnasios y marcas de ropa. Se convirtieron en empresarias exitosas. Trabajé con mujeres que desempeñaron un papel importante en el desarrollo de la exportación de frutos secos y azafrán. Estas mujeres contribuyeron a la sociedad.
Ahora nos enfrentamos a una brutal guerra psicológica. Millones están sufriendo mientras el mundo observa en silencio. La ira me consume por la traición de mi gobierno y la irresponsable partida de Estados Unidos.
Durante décadas estuvimos envueltos en una guerra. Ahora, nos quedamos con una vida sombría y pavor al futuro.