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Una enfermera somalí lucha por acabar con la mutilación genital femenina y sensibiliza tras años de dolor y trauma

Como enfermera, soy testigo de las atroces experiencias de parto de mujeres que sufrieron mutilación genital. La abertura vaginal suele estar cerrada, lo que requiere múltiples incisiones para facilitar el parto, convirtiéndolo en un proceso lento y agonizante. El terror en sus ojos y el miedo que las consume son desgarradores. Es casi imposible contener las lágrimas.

  • 2 meses ago
  • septiembre 28, 2024
8 min read
Hanni is a nurse and activist who fights to end female genital mutilation in Somalia. She plays soccer every weekend to bring awareness to the cause. | Photo courtesy of Hanni Ismail Hanni is a nurse and activist who fights to end female genital mutilation in Somalia. She plays soccer every weekend to bring awareness to the cause. | Photo courtesy of Hanni Ismail
Hanni Ismail victim of female genital mutilation
Notas del Periodista
Protagonista
Hanni Ismail, de 24 años, es enfermera y activista de Somalia. Está comprometida con la lucha contra la mutilación genital femenina (MGF), una práctica nociva que ella misma sufrió y que sigue afectando a millones de niñas y mujeres en todo el mundo. Su activismo pretende poner fin a esta tradición inhumana. Además de su labor de defensa, Hanni es una apasionada jugadora de fútbol que salta al campo todos los fines de semana. Con una camiseta en la que se lee «STOP FGM (Basta de Mutilación Genital Femenina)» en la espalda, utiliza su amor por el deporte como un poderoso símbolo de su lucha constante para concienciar y promover el cambio.
Contexto
La mutilación genital femenina (MGF) consiste en la extirpación parcial o total de los genitales externos femeninos u otras lesiones de los órganos genitales por razones no médicas. No ofrece ningún beneficio para la salud y puede causar hemorragias graves, infecciones, complicaciones en el parto y un mayor riesgo de muerte neonatal. Esta práctica está profundamente arraigada en las tradiciones culturales, a menudo justificada por mitos de higiene y aumento del placer masculino, y suele practicarse a las niñas durante las vacaciones escolares para darles tiempo a recuperarse. A pesar de estar reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos, la MGF persiste debido a factores sociales, culturales y económicos, y algunos practicantes dependen de ella como fuente crucial de ingresos. La MGF se clasifica en cuatro tipos según el alcance de las alteraciones genitales, que van desde la extirpación parcial del clítoris (tipo 1) hasta la forma más extrema, la infibulación (tipo 3), en la que se estrecha la abertura vaginal cortando y cosiendo los labios. Esta práctica es ampliamente condenada por violar los derechos de niñas y mujeres, reflejar una desigualdad de género profundamente arraigada y causar daños físicos y emocionales duraderos. Más información sobre la MGF aquí.

MOGADISHU, Somalia – A los nueve años fui víctima de la mutilación genital femenina. Temía lo inevitable, sabiendo que no podría escapar. En mi ciudad natal, muchas niñas se someten a una de las formas más brutales de circuncisión genital femenina, una dolorosa tradición justificada por razones no médicas.

Cada año, de marzo a julio, esta tortura nos desgarra el alma, nos deja descorazonadas y heridas. De adulta, me hice enfermera y sigo siendo testigo del dolor de muchas mujeres que han sufrido como yo. Utilizo mi voz para concienciar, especialmente a las madres, con la esperanza de poner fin algún día a esta horrible práctica.

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Una víctima de mutilación genital femenina: «No tenía control sobre lo que venía».

A los nueve años, oí por casualidad, entre la lluvia y los truenos, que me circuncidarían al día siguiente. El miedo se apoderó de mí de inmediato, sabiendo que no podía hablar con nadie al respecto; que nadie me escucharía. La sensación de impotencia era abrumadora, no por mi edad, sino por la certeza de que no tenía ningún control sobre lo que se avecinaba.

A la mañana siguiente, la mujer que iba a realizar la intervención vino a buscarme. Intenté resistirme, llorando y aferrándome a la cama, pero mi madre me apartó. Enseguida me di cuenta de mi impotencia. La anciana utilizó un cuchillo y el dolor fue inmediato y agudo. Luego me atravesó la piel con espinas para coser las heridas, atando fuertemente mi carne. Aquel día perdí una parte de mí, física y emocionalmente. Llevaré esa cicatriz para siempre.

El brutal procedimiento me dejó agonizando durante días. Sangré tanto que perdí el conocimiento. Más tarde me di cuenta de que me habían cerrado el orificio vaginal. Cuando intenté orinar, sentí un dolor atroz. Durante varios días, las náuseas matutinas me agobiaron. Continué luchando para orinar, sintiéndome mal. Los días siguientes no podía comer y me dolía todo el cuerpo.

Cuando crecí y me convertí en enfermera, llegué a comprender plenamente el coste físico y psicológico de ser víctima de la mutilación genital femenina. Sufro complicaciones relacionadas con la micción, la menstruación y la intimidad. El trauma me persigue y me provoca graves ataques de ansiedad que empeoran con el tiempo.

Luchando contra una resistencia cultural muy arraigada: la mutilación es un asesino silencioso

Aunque deseo casarme, las cicatrices emocionales y las barreras económicas a las que me enfrento me lo impiden. Busqué ayuda para mi ansiedad, pero no existen tratamientos psicológicos específicos para mujeres como yo, lo que nos deja solas ante este dolor. La falta de apoyo sigue siendo uno de nuestros principales problemas.

En la cultura somalí, la mutilación genital femenina se considera una norma, lo que obliga a muchas mujeres a sufrir en silencio mientras la sociedad sigue sin reconocerlo. Las niñas que no se someten al procedimiento son estigmatizadas. La comunidad ve su existencia como algo inapropiado. Encontrar comprensión o refugio sigue siendo difícil, incluso dentro de las familias. Lamentablemente, esta práctica nociva sigue estando muy extendida.

A pesar de los esfuerzos de quienes la consideramos una violación de derechos, la lucha por el cambio se enfrenta a una resistencia cultural muy arraigada. Para muchas de nosotras, la mutilación sigue siendo un asesino silencioso, un daño insidioso que destruye vidas. A pesar de ello, tres de cada cuatro mujeres de Somalia siguen apoyando esta práctica. Para cambiar esta situación es necesario cambiar las normas sociales y concienciar sobre sus efectos devastadores.

Me siento obligada a poner de mi parte para proteger a las niñas de este horror. Cada día alzo la voz por las que no pueden hacerlo porque me veo a mí misma en cada mujer que sufre. Yo sobreviví, pero soy consciente de que muchas niñas siguen siendo mutiladas y tratadas con pomadas, lo que a menudo provoca graves infecciones. El sufrimiento no acaba ahí. Cuando las mujeres se casan, tienen que someterse a una mutilación genital adicional antes de su noche de bodas.

Una víctima de mutilación genital femenina asume el activismo como enfermera

Como enfermera, soy testigo de las atroces experiencias de parto de mujeres que sufrieron mutilación genital. La abertura vaginal suele estar cerrada, lo que requiere múltiples incisiones para facilitar el parto, convirtiéndolo en un proceso lento y agonizante. El terror en sus ojos y el miedo que las consume son desgarradores. Es casi imposible contener las lágrimas.

Algunas jóvenes llegan al hospital en un estado cercano a la muerte debido a graves lesiones vaginales causadas por comadronas sin formación. Muchas dan a luz en casa, soportando un parto prolongado, que a veces dura días, con una asistencia inadecuada. El resultado pueden ser lesiones devastadoras en el canal del parto. Encontrar mujeres que compartan mi opinión sobre la erradicación de la mutilación genital femenina en Somalia sigue siendo difícil, ya que a muchas les parece una práctica normal.

La sociedad ha ignorado durante mucho tiempo el dolor y el sufrimiento que causa. Cuando me acerco a las mujeres, les pregunto su opinión sobre la práctica, ayudándolas a sentirse seguras para expresar sus pensamientos sin ser juzgadas. Como enfermera, hago hincapié en que todas hemos experimentado el mismo dolor y mi objetivo es apoyarlas. Estoy decidida a apoyar a mis hermanas en la lucha por la autonomía del cuerpo. Cuando hablo con ellas, les explico las devastadoras consecuencias de la mutilación genital femenina, recalcando que muchas niñas mueren durante el proceso y que no tiene nada que ver con la salud o la medicina, sino con el control sobre nuestros cuerpos.

A pesar de vivir en un país con acceso a la atención médica, estas prácticas nocivas persisten, persiguiéndonos. Al oír esto, muchas mujeres reaccionan con estupor y se quedan sin habla. Algunas rompen a llorar, abrumadas por el remordimiento de lo que perpetuaron sin saberlo. Muchas otras no están de acuerdo con mi activismo, insistiendo en que debería guardar silencio, considerándolo una cuestión personal. Sin embargo, a menudo me encuentro con mujeres dispuestas a luchar, a pesar de su miedo.

La batalla para acabar con la mutilación genital femenina

Jugar al fútbol me ayudó a conectar con mucha gente que apoya mis esfuerzos. Llevo una camiseta que dice «STOP FGM (Basta de Mutilación Genital Femenina)» en la espalda. En los partidos, a veces oigo cánticos de «¡Hanni MGF! Basta de MGF!». Esto me llena de humildad. Llevar este mensaje me hace sentir importante.

Representa nuestra lucha constante, algo a lo que nos enfrentamos cada día. Necesitamos construir un futuro en el que prevalezcan la paz y la seguridad, libres del dolor y la ignorancia que perpetúa la mutilación genital femenina. Mi objetivo sigue siendo claro: acabar con esta práctica y concienciar sobre sus efectos nocivos. Quiero sacar a la luz su falta de relación con la salud, a pesar de las justificaciones que se le han dado durante mucho tiempo.

Todos los días, niñas sufren en silencio o mueren a causa de este procedimiento. Yo me opongo a diario, instando a las madres a que protejan a sus hijas. Creo en el poder de nuestras voces colectivas para acabar con este horror de una vez por todas. La voz de cada superviviente puede convertirse en una poderosa llamada a la acción. Nuestras vidas contribuyen a la lucha mundial para acabar con la mutilación genital femenina. Me comprometo a luchar por la vida.

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